Pérdida
de un sombrero
Nunca
he sentido el viento en mí como entonces, es el delicioso viento frío del
norte; no quise cubrirme, quería sentir el viento helado que se incrustaba en
mi cara, en mis brazos, en mi pecho. Quería sentir ese viento por primera vez
plenamente de frente a mí, me llenaba fresco los pulmones, me daba una bofetada
en la cara para que no olvide quién es él y de dónde viene.
Pasé 45 minutos en la sombra porque
el sol quemaba, pero no era lo suficientemente caliente para aplacar al viento.
El ferry se detuvo y las personas comenzaron a bajar de él con paso lento,
casi todas sus caras eran sonrientes y enrojecidas por el frío y por un tímido
sol nórdico. Salí del puerto y entré a la estación de ferrocarriles que permaneció desértica durante
una hora, parecía una de esas estaciones fantasma de película, larga, larga,
como un kilómetro. Llegó el tren, lo abordé, viajé durante cinco horas, pese a
que la distancia podría recorrerse en dos.
Tenía un sandwish de huevo con
tomate que había preparado ese mismo día en la mañana, no estaba muy bueno,
pero satisfizo mis necesidades básicas, guardé otro para después, para una
emergencia, no sabía cuándo comería de nuevo, no sabía a dónde llegaría, ni
dónde pasaría esa noche. Estaba lleno de esperanzas. Había pasado diez días en
llegar hasta ese rincón escandinavo y ahora sólo era cuestión de esperar. El
encargado del tren no quería dejar subir un par de señoras que viajaban con
bicicletas, después de un rato de discusión, finalmente accedió. En la estación
había entablado conversación con una de ellas, y se me hizo gentil ayudarlas a
subir las pesadas bicicletas. Nos haríamos compañía hasta el final del
trayecto, incluso en los transbordos de tren, hasta Copenhague.
No hay trabajo en Barcelona, no hay
trabajo en España, ni siquiera uno pequeño, ni ocasional, parece que hace unos
años hubo un gran crecimiento económico, antes de las olimpiadas se hizo una
inversión en construcción inmensa, también se fortaleció la especulación en el negocio
de la construcción. Después de las olimpiadas todos tenían mucho dinero, lo que
llegaba a Barcelona se distribuía por todo España. Todos tenían dinero y
gastaron y gastaron. Cuando leí aquel libro de los salvajes de Bolaño, decía
que cuando bajó del barco en el que venía, lo primero que hizo fue buscar
trabajo y que en el primer bar de La Rambla ya tenía uno. Pero esto ha
cambiado, el nivel de vida que se anhelaba no se pudo sostener, las
pretenciones del pueblo traicionaron sus raíces, además hay empresas que se
dedican a especular con todo. Con la gente, incluso. Así que hay poco trabajo,
ni para lavar platos hay trabajo, y miles de jóvenes españoles van a perseguir
algún puesto en el extranjero, algo que les permita seguir con el sueño
europeo, como lo fue el sueño americano.
Cuando llegué a la estación de
Copenhague, no vi un sólo coche estacionado, había en cambio cientos de bicis,
nunca antes había visto tantas bicicletas juntas, filas y filas de bicicletas
esperando a sus dueños, algunos de ellos nunca regresarán y ellas se quedarán
allí esperando hasta que alguien más se decida rescatarlas del olvido. Por la
calle circulaban cientos de personas por el carril bici, señores, señoras,
jóvenes, niños, empresarios, estudiantes, obreros, médicos, prostitutas,
absolutamente todos en bici.
¿Me
pregunto si la prostitución también es ejercida en bicicleta? Probablemente
ellas o ellos estarían esperando con las bicicletas en una esquina y entonces pasaría
alguien en una flamante bicicleta descapotable o en una de esas bicicletas
triciclo, entonces invitarían a subir a la dama o caballero, o la invitarían a pedalear
atrás (en caso de tandem) o adelante de ellos o de ellas. Llegarían a un hotel de bicis donde se
desvestirían y harían el amor para después vestirse lentamente de nuevo y
montar la bici de regreso a la esquina, donde habría otras bicis estacionadas.
Caminé por las calles de la ciudad
hasta llegar a Christiania, me habían hablado de una casa en la que me
ayudarían a buscar trabajo en alguna granja para hacer la temporada de la
manzana o fruta, por eso había ido a Christiania. Tenía unos cuantos euros en
el bolsillo, no tenía más. Estaba cansado, había viajado durante diez días,
había viajado en trenes cambiando y cambiando, hasta encontrar la ruta
correcta, dormí en las estaciones con el frío de las montañas de Suiza, dormir
es un decir porque no podía pegar los ojos, tenía que estar pendiente de lo que
ocurría alrededor de mí, algún maleante que se percatara de mi condición de
viajero podría hacerme una jugarreta. En ocasiones me encontraba con otros
viajeros y entonces nos apiñonábamos en algún lugar confiando los unos en los
otros, tranquilizándonos de saber que no éramos los únicos rondando por los
pasillos de las ciudades subterráneas de los países fríos.
Una noche, cuando estaba casi
cerrando los ojos llegó un tipo joven, asiático, se sentó en la banca de
enfrente, se acomodó, sacó ropa para ponerse, era verano, así que no llevábamos
mucha ropa encima, hasta que nos alcanzaba la noche y descubríamos que por allí
aunque sea verano hay frío. Al rato llegaron dos personajes exuberantes; un par
de travestis morenos, delgados, muy delgados, ruidosos, se acercaron a él a
quien le cacareaban en inglés, le preguntaban si tenía fuego, si estaba sólo,
si quería compañía, entre ellos hablaban árabe.
Después de un rato de responder que no
a casi todas sus preguntas, él joven asiático se levantó y se fue. Ellas
(¿ellos?) comenzaron a trinar a todo pulmón y a armar alboroto de gallinas
rengas, claramente estaban algo eufóricas porque alborotaban de un lado a otro
y se reían y cacareaban cada vez más fuerte, temí que vinieran hacia mí para
molestarme, pero cuando una de las gallinas se dirigió a mí, la miré fija y
desafiantemente, no se acercaron más. Fueron por allí y al cabo de un rato
encontraron un hombre mayor que había estado caminando toda la noche de un
lugar a otro como un satélite que gira alrededor de sus pertenencias para no
dormirse. Lo seguían y se dirigían a él con sus tacones de 10 diez centímetros
y sus medias transparentes que dejaba ver sus piernas delgadas, tan delgadas que
las rodillas parecían pelotas de béisbol incrustadas en medio de dos palos.
Caminaba por el centro de
Copenhague, la sed comenzaba a apoderarse de mí, no sabía si debía seguir
caminando y buscando y preguntando a las personas por ese lugar que Wooly me
había dicho;
―Sí, es una casa grande con mucha
gente, con mucha vida, gente joven que
hace teatro, danza, circo, ellos te pueden ayudar seguro, es una casa grande, se llama Cartuflar.
Al llegar a Christiania lo primero
que se ve es un mercado bastante movido de drogas, drogas que se venden en la
calle como si fueran caramelos. En carritos con divisiones de cristal hay
diferentes tipos de mariguana, una más oscura, otra más brillante, o más
apelotonada o más deshecha, hay muchos colores y muchos precios y muchos
carritos y mucha gente comprando. Hay todo tipo de gente, desde gente que vive
allí desde siempre, que duermen en la calle o en un cuartucho y despiertan para
beber cerveza, fumar un poco, vuelven a dormir. Viven de lo que sea, venden
cualquier cosa, recolectan botellas para venderlas, vuelven a beber, vuelven a
fumar, y así día tras día. Gente que pide dinero. Vendedores de artesanía o de
cualquier cosa. Gente que va de paso por allí como yo, gente de corbata que
regresa de su oficina y quiere comprar un poco de marihuana, hashish, cocaína o speed. Gente local que
vive allí, niños que juegan entre la multitud. Turistas… Los
vendedores de mariguana son los reyes de esa zona, se ven prepotentes,
amenazantes. De pronto apareció un tipo que me dijo:
― ¿Qué es eso que llevas en la mano?
― Mi casa, mi tienda de campaña.
― ¡Ah! Nunca había visto una así.
¿Cómo funciona?
― Es una bolsa grande de tela que
avientas hacia arriba y cae hecha.
― ¡Oh! ¿Y tú qué haces aquí?
― Vengo aquí porque me dijeron que
aquí podrían ayudarme a encontrar un
trabajo.
― ¡Ah! ¿Y has encontrado gente que
pueda hacerlo?
― No aún, acabo de llegar, pero creo
que mañana será un buen día, ahora ya
va atardeciendo y quisiera descansar un poco.
― Yo voy a Nemoland, ¿vienes
conmigo?
― No sé qué es eso.
― Sí, sí vamos, allí descansaras un
poco y tal vez conozcas a alguien mientras
nos tomamos una cerveza.
Después
de un rato de estar allí tirados en el pasto con el desconocido, llegó otro
tipo, se tiró allí con toda confianza, nos contaba que había viajado mucho.
Cuando llegó aquí hace un par de años conoció una señora que le ofreció
conducir un bicitaxi, con eso podía pagar todos sus gastos y le dio suficiente
dinero para pagar su propio bicitaxi, ahora vive de eso… Yo le expliqué mí situación,
pero él no sabía nada, no conocía a nadie que pudiera ayudarme. Mientras
estábamos allí, uno de ellos encendió un cigarrillo de hierba y lo acompañaba
con unas cervezas, ahora hablaba el tipo que te había preguntado sobre la
tienda de campaña, había llegado hasta allí desde Oslo, sin dinero, sólo
caminando, o nadando, según fuera conveniente, excepto el último tramo que era
imposible cruzar de ninguna de las dos formas. Hace un par de años se enamoró
de una sueca que había visitado su natal Australia, y cuando el enamorado llegó
a Suecia siguiéndola, ella simplemente le dijo que las cosas no resultarían,
así que era mejor que se fuera. Él no pensaba regresar a su país todavía, había
abandonado su empleo y había decidido no entrar a la universidad porque pensó
que en Suecia podría construir algo junto a su amada, pero las cosas de pronto
cambiaron y hay que saber adecuarse a las situaciones, bien lo dice el I Ching,
todo está en constante movimiento, en una constante transformación. Así que se
dedicó a viajar.
Voltee hacia arriba, la luz de la
luna ya iluminaba la noche, los mosquitos merodeaban y un par de personas más
escuchaban la historia, un brasileño y un sueco que se encargó de invitar la
siguiente ronda de cervezas, él sabía que estaba en una situación
económicamente ventajosa y muy gentilmente se dispuso a invitarnos la cena. Yo
aún no tenía un lugar dónde quedarme, pensé que sería fácil encontrar lugar,
sin embargo me dijeron que la junta de Cristiania había decidido que no
permitiría acampar a la gente porque hacía unos años habían encontrado una
persona muerta en una tienda de campaña, y en general, la gente dejaba mucha
basura que después ellos tenían que recoger. Sin embargo el brasileño me dijo
que lo esperara que él sabía de un lugar donde podía acampar. Después de beber una cerveza más,
todos comenzaron a irse, excepto los mosquitos que eran tan grandes que su
picada dolía como una punzada, era imposible que extrajeran sangre, dolía mucho
cuando picaban como para pasar inadvertidos. Sólo quedamos el brasileño y yo,
allí en la mesa, él hablaba, yo escuchaba, no paraba de hablar, y cada vez que
pasaba una rubia (lo cual era muy seguido) se le perdía la mirada, y comenzaba
a babear y a bramar obscenamente. Entre muchas otras cosas decía que tenía
trabajo, pero a lo que realidad aspiraba era a dejar embarazada a alguna
adolescente rica y rubia e irse con ella para que pudiera mantenerlo y heredar
algún terreno o una pequeña fortuna de los papás. Su plan era el colmo de la
mediocridad, pero no me importó en ese momento, no estaba en posición de irme,
no sabía a dónde ir.
Finalmente no se sabe la realidad
que le ha tocado vivir a la gente, no se sabe su educación, no se sabe su
familia, no se sabe nada. Sólo era un pobre diablo oportunista, simplemente
buscaba situaciones en las que podía acostare con alguien, que seguramente eran
pocas, aunque él presumía lo contrario.
―La semana pasado llegó una chica
superlinda, bonita, como 20 años y yo le
dije que se viniera conmigo, que la pasaríamos moltu bein, y la llevé a mi ocupa, porque agora estoy ocupando un
edificio, pero no te puedo llevar allí,
porque está un poco lejos, y además no quiero que nadie se entere, pues me la llevé a la mínina, era una
chica tan bela, y pasamos allí todo el fin
de semana, era linda, muy linda”.
Cruzamos
un puente de madera al otro lado de la marisma, y caminamos varios cientos de
metros. Seguí escuchando su gangosa voz que parecía no tener fin, hablaba sobre
su trabajo una y otra vez y sobre las chicas que según él se había tirado.
Comencé a sospechar, a esperar lo peor, sería mejor estar preparado. Me
preguntaba si no es sólo su deseo reprimido lo que lo llevaba a decir
innecesariamente toda aquella flagrante verborrea. Finalmente llegamos a un
sendero en el bosque que nos llevó a otra marisma, cerca había varias casas de
campaña y se escuchaba tosiendo dos personas enfermas. Dijo que allí había
estado viviendo él, era un buen sitio, pero salió salido corriendo cuando un
par de gorilas fascistas fueron a amedrentarlo para que se fuera, que regresara
a su país, que lo iban a golpear y era mejor que no regresara porque allí no
había lugar para él. Así que agarró sus cosas más importantes y salió huyendo,
sin deshacer su tienda de campaña...
Los restos de tienda estaban
podridos con ropa mojada adentro, la tienda estaba tirada sin ningún tipo de
soporte ni se podía distinguir muy bien qué había adentro, pesaba mucho. El
tipo se fue hablando solo, riéndose, me había dado mal presentimiento, comencé a mover los
restos de la pesada tienda a un lado para que cupiera la mía. Entonces se me
ocurrió que tal vez había un cadáver dentro, me acerqué para tratar de oler
algo, no olía nada. Era muy pesado. Lo empujé hasta que giró. Comenzó a
escurrir un líquido rojo. De inmediato acerqué la linterna para ver bien. No
era sangre. Por un momento pensé que lo era, pero no era sangre. Gusanos salían
arrastrándose pesadamente. De pronto pensé que podrían venir también por mí los
fascistas, o que podrían matarme allí mismo, pero ya estaba demasiado cansado,
sólo quería dormir y descansar. Puse la tienda de campaña muy cerca de donde
había estado la otra. Entré. Dormí a los diez segundos de haber entrado.
―Sí, yo trabajé allí hace como 4
años, es muy fácil, requieren mucha gente. Sobre
todo por esas zonas. Yo creo que si vas algo va a salir seguro. Mira tienes que buscar a Liza ella puede
ayudarte, incluso es posible que te deje quedar
en su casa, es una casa grande donde hay artistas, se llama Cartuflar. Y dile que yo te he enviado. ―dice
Wolly.
―No lo sé, no tengo dinero para
viajar. He dejado muchos currículos. ¿Qué tal
si me llaman mientras no estoy? Me gustaría esperar un poco. Tal vez tengo suerte.
―Pues yo he estado buscando durante
mucho tiempo y no hay nada legal, todo
fuera de lo legal, hay que buscarse la vida como sea. ―Dice un tercero.
― Vendiendo cosas en la playa
o en los parques. Mira, los jefes hacen
lo que quieren con los empleados y ya viene la reforma laboral. Por todas partes hay anuncios que dice
Catalans, contracteu catalans. Estamos devaluados,
hasta para lavar platos te piden que hables catalán. Pero los catalanes no quieren lavar platos, dicen
que son la generación mejor preparada
de todos los tiempos, por eso se van a buscar trabajo al extranjero.
Los rumanos, los árabes,
los latinos vienen a hacer los trabajos que
ellos no quieren hacer, y ellos se van al norte a hacer lo que los "europeos" no quieren hacer. Y encima hay gente que
dice que les quitamos los trabajos, claro que ellos jamás trabajarán por 3.50 la hora y con la paliza que implica.
―Sí, está difícil, pero no importa
si me pagan poco, no necesito mucho.
―Mejor vete a buscar un trabajo
igual en el norte, te pagaran mejor. Yo lo he
hecho varios años, hay que viajar, de cualquier manera no te vas a morir de hambre. Ya sabes que la gente
puede regalarte comida o buscas en la basura,
siempre tiran cosas en buen estado.
Me
habían dicho que había un Hacker que podía copiar los boletos de tren. Había
que contactarlo, pero no era tan fácil. ¿Cómo se llega a alguien así? ―Hola,
quiero viajar, ¿tú eres el que falsifica boletos de tren? ¿Me haces un boleto
de tren?— Después de investigar, de ir a varios lugares, de conocer gente, de
ganar confianza, de pagar un dinero, por fin conseguí un boleto de tren.
Preparé todas mis cosas y un día salí por la tarde para recoger el boleto, pasaría
la noche por allí, en casa de algún amigo y al día siguiente me iría temprano.
Me desperté ese día con mucha energía, dispuesto a recibir todo lo que podría
pasar en el viaje. Fui a la estación de tren, estaba en la Rambla de Cataluña
dispuesto a partir. Tomaba un café mientras daba la hora, cuando sonó el
teléfono.
―Hola.
―Hola, ¿estic parlant amb Orlando?
―Sí, dígame.
―¿Parles catalá?
―Una mica, però ho entenc tot,
aunque responda en español, entiendo todo.
―Be, doncs. Et truco del restaurant
Boragine y tinc un currículum teu aquí, ¿t’interessa
fer una prova a la cuina demà?
Los
pájaros se posaron sobre la tienda, entraba un poco el sol, había babosas por
todas las paredes de la tienda, las había enormes, las había pequeñas, había
trazado todos sus caminos por fuera. Estaba entumecido, había demasiada
humedad, gran parte de la noche había llovido. Al salir de la tienda para saber
dónde me había quedado descubrí un increíble lago enfrente, era uno de los
numerosos canales de la marisma, una familia de cisnes desfilaba frente a la
tienda, allí a cuatro metros de distancia. La hierba brillaba por el rocío del
alba. Se sentía una atmósfera completamente de tranquilidad. Lo disfruté como
nunca, pero no podía permitirme tanto tiempo allí, tenía que irme pronto.
Necesitaba encontrar la gente que pudiera darme información. El día había
avanzado, había preguntado a muchas personas por la casa Cartuflar, pero nadie
sabe nada, era extraño, para ser una casa tan grande y que nadie sepa nada.
Estaba allí tirado, cansado de
cargar las cosas, un perro me miraba fijamente, tenía hambre, había que buscar
comida también. El camino de un viejo se detuvo ante mí.
― ¿Estás bien?— Después de un sí
aletargado, pregunté si conocía Cartuflar.
― ¿Cartuflar? ¿Tienes hambre?
― Sí, pero necesito llegar a
Cartoflar
―¿Cartofler? ¡Ahhh! ¡Quieres decir
KARTOFLER! Una casa pequeñita que está
allí adelante, una casa pequeña habitada por tres chicas jóvenes. No estás lejos, no te desanimes. Sigue por
este camino, la encontrarás.
El
viejo también me dijo que kartofler significa papas, patatas en danés. Con la
pronunciación de Wooly y mi conocimiento del Danés seguro decía yo alguna cosa
que nadie entendía, ahora veo por qué me veían todos tan raro. No perdía nada
con ir allí y saber si era o no la casa. Así que caminé unos minutos y cuando
estuve allí, la descripción del viejo era exacta, una casa pequeña de madera,
me acerqué un poco y encontré una chica, pregunté por Liza, enseguida me dijo
una bellísima chica que ella era Liza. Ella se alegró de escuchar el nombre de
Wolly de Brasil. Las otras dos chicas aún desayunaban adentro de la casa, me
preguntaron por Wolly y por Durval, yo no conocía a Durval así que me dediqué a
hablar sobre Wolly, su esposa y su hijo. Me invitó un café, después le platique
por lo que yo había ido hasta allí, y me dijo que conocía gente que había ido
al campo pero no sabía a dónde ni cómo. Era muy frecuente que la gente se iba
en estas fechas a hacer la temporada, pero ellas nunca lo habían hecho, incluso
lo tenían en sus agendas, algún día tenía que ir allí.
Al principio pensé que podría
quedarme allí en algún rinconcito o incluso en el jardín con la tienda de
campaña, pero al ver la casa me di cuenta que todos los rincones estaban
ocupados y que el pequeño trozo de jardín era un pedrerío con unos 15 grados de
inclinación que llegaba a otro camino de
tierra más abajo, me sentí un poco incómodo y absurdo de pedir alojamiento a
las tres chicas, así que no lo hice y les dije que iría a buscar gente que
pudiera ayudarme, después regresaría por mis cosas. Salí a caminar por la
ciudad de Kóbenhavn. Quería comprar algo de comida hasta que supiera dónde
reciclar, caminé por las calles buscando algo... no sabía qué. Compré un pan
negro, era muy barato, pero no podía seguir pagándolo, lo poco que llevaba
tenía que guardarlo para emergencias. Los basureros de esa tienda estaban por
dentro, así que era difícil reciclar, me fui fijando en las otras tiendas que
encontraba a mi paso y los contenedores de basura también estaban por dentro.
Habría que encontrar alguno que estuviera por fuera, no podía ser que todo
estuviera igual aunque me imagine que probablemente sería una ley, si era eso,
entonces estaría muy difícil poder alimentarme allí. Seguí caminando, entré a
comprar una cerveza en una tienda, me costó el doble de lo que me había costado
el pan, después descubrí que me habían visto la cara de turista.
Me senté en un parque lleno de
jóvenes, era una zona cercana a la universidad, así que esperé, seguro tendría
que ver a alguno con rastas, ellos saben este tipo de cosas y si no, por lo
menos conocen gente que sabe, o por lo menos son más abiertos para hablar de
cualquier cosa sin escandalizarse, claro que, como todo, algunas personas que
llevan rastas sólo las llevan por moda, porque piensan que eso los hace parecer
más libres aunque en su estrecha cabecita siga existiendo un pequeño
dictadorzuelo neoliberalista prepotente, un tiranuelo. Porque en la sociedad
está de moda ser buena onda, ser jipi, ser ligero y de mente abierta, y hay
quienes se esfuerzan mucho en ser alternativos, pero ¡ohh! desgraciada
sociedad, algunas veces estas personas son las más conservadoras y en lugar de
anarquistas son totalitaristas, creen que tiene La Razón y se dedican a
predicarla e imponerla. Pues a este tipo de rastas esperé no encontrar.
Así que regresé a Christiania,
cansado, cabizbajo. Recogí mis cosas de casa de Lisa, ella era bellísima, me
perdía en sus profundos ojos azules, y en su sonrisa, quería decirle que me
dejara bañar en su casa, que me dejara dormir en un rincón de su cama, que
escapáramos juntos a ver el mundo. Pero no lo hice. Recogí mis cosas y salí de
allí, rumbo a la marisma. Al llegar descubrí que mi sitio había sido ocupado
por alguien más. Busqué otro. Las toses flemáticas aparecieron. No podía estar
cargando las cosas todo el tiempo, necesitaba acampar. Necesitaba cartones, el
piso era demasiado húmedo. Necesitaba moverme más rápido, necesitaba una bici.
Había visto varias abandonadas por la calle pero necesitaban refacciones. Había
que hacer un plan.
Lo mejor era conocer a los vecinos
de camping. Entre ellos había un par de noruegos, 50 años, ellos eran los de la
tos. A pesar de eso, seguían fumando. También había unos alemanes que tenían
una tienda enorme, con habitaciones, habían puesto unas sillas, una mesa y una
alacena. Me dijeron que cerca había unos chicos españoles, pero entonces no
estaban. También había una pareja, un polaco, una australiana. Ella era ilegal.
Ellos esperaban también encontrar trabajo para limpiar bodegas. Tenían un
número de oficina donde les habían dicho que podían ir. La noche cayó, la
conversación avanzaba. Ellos sabían dónde reciclar. Es el tercer año que
estaban en Cristiania. Habían llegado en una pequeña furgoneta, en ella viajaban,
viajaban, viajaban.
El viento frío comenzó a entumirme
los brazos y entonces decidí irme a dormir. Al día siguiente fui a la
biblioteca, busque información sobre granjas. En el camino encontré una bici,
tenía una llanta pinchada, pero lo demás estaba bien. ¡No lo podía creer,
estaba allí tirada en la calle, como esperando que yo la encontrara! La llevé a
casa de Liza para pedirle herramienta. Abrió sus enormes ojos azules, su mirada
se desvió una y otra vez, sus labios se entreabrieron, me dio la herramienta,
me dio unos parches y arreglé la bici. Me dio un número telefónico de una amiga
suya que había trabajado en el campo y que seguramente tendría más información.
Me deseó buena suerte, al salir de allí voltee otra vez, ella se asomaba por la
ventana. Fue la última vez que la vi.
No
había comido en todo el día, tenía pan negro, y agua de la fuente. Había
aparecido el brasileño, dijo que va a ir a limpiar un restaurante, sacar
basura, limpiar baños, a cambio le daban comida. Le pregunté dónde era. Después
de un rato estábamos limpiando los baños. Me contó que había conocido una
rubiecita, me contó que la llevó a su ocupa y que primero no estaba muy cómoda,
pero le ofreció un vino, la trató como princesa, le hizo comida y luego se le
acercó y le metió la manaza por debajo de la falda.
―Eso era lo que ella quería― Me
dijo. ―Entonces empezó a retorcerse y gemir bajito, bajito, y luego le bajé la
tanguita y le dejé la falda, porque me gusta
la rubiecitas con faldiña. Así suave, suave, le metí un dedo y gemía, y la acariciaba por debajo de la
camiseta. Así me gusta, y ella se retorcía y me
agarraba y me decía que lo hiciera, que se la metiera suave, suave y así estuvimos toda la noche. Todo el
día. Y ahora está esperándome, voy para
allá después de comer, a ver a la chiquilla rubiecilla, mami.
Después
de unos minutos seguí mi camino, crucé el puente de la marisma, entonces vi dos
personas sentadas a la orilla, miraban detenidamente el agua, él tenía rastas,
ella no, pero él comenzaba a hacérselas... Me miraron, los miré, los saludé, me
saludaron... Es curioso porque en los países del norte, si alguien pasa a tu
lado no te saluda, ni voltea a mirarte, eres extraño y no se te dirige la
palabra, me acostumbré a los pueblecillos, cuando dos personas se encuentran de
frente se saludan, y lo intenté en Copenhague pero no, escapaban a mi voz, y
apenas miraban por el rabillo del ojo. Al llegar al camping decidí cambiar de
lugar, unos 50 metros de donde estaba antes, no quería que viniera a buscarme
ese brasileño y comenzara a hablarme de sus fantasías sexuales todo el tiempo,
yo ya tengo suficiente con las mías. Así que instalé la casa y me dispuse a
dormir, la humedad de la tierra se conjugaba apaciblemente con la lluvia que
cayó toda la noche y con la nórdica tos incesante. Desperté, miré los caminos
que las babosas habían dejado en su recorrido nocturno. Al abrir los cierres
cayeron dentro de la tienda unas siete babosas enormes como el tamaño de la
palma de mi mano, y unas quince cochinillas que comenzaron a corretear por
todas partes, algunas se metieron en mi bolsa de dormir. Cuando terminé de
sacar las sabandijas, comenzó a llover de nuevo. Todo el día llovía. Me
dedicaba a pensar, a planear, a mirar la lluvia, a mirar los patos.
Los noruegos estaban muy bien
instalados allí, tenían un par de neveras llenas de cerveza, un par de quinqués
muy bonitos y preciados, una mesa, unas sillas, dos pequeñas cocinitas de
lámina en las que cocinaban con leña, incluso tenían un tambo enorme que usaban
como caldera, era como estar en la sala de alguna casa pero rodeada de árboles,
habían improvisado un techo con un plástico grueso, era un techo debajo del
cual cabía la sala y las tiendas de campaña, porque tenían dos, una era
habitación y otra estaba llena de cosas que probablemente no usaban. Estaban
allí desde abril y pensaban irse en septiembre, eran trashumantes. Un poco
hacia abajo a unos veinte metros a la derecha estaba mi pequeña casita, a la
izquierda a unos treinta metros otra casa enorme azul de tres habitaciones, la
de los alemanes. También se habían instalado muy bien allí, incluso se veía que
habían barrido y arreglado todas las plantas de alrededor, incluso habían
sembrado matas de tomate de los que ya aparecían los primeros tomatitos,
parecía un jardín cultivado.
Los noruegos me dijeron que yo había
elegido un mal lugar, allí estaba demasiado húmedo y si llovía mucho se
encharcaría haciendo un lodazal terrible. Me recomendó que buscara otro lugar,
pero le dije que los otros lugares que había visto no eran muy diferentes a
ese, que incluso allí donde estaba él, era igual, todo aquel terreno era como
un pantano al que sólo le faltan las sanguijuelas... —tal vez haya— me dijo
mirándome mientras asentía. A partir de ese momento sacudía la tienda antes de
abrir el cierre, por fuera o por dentro, la sacudía mucho, y siempre caían
babosas, cochinillas, pequeños ciempiés, tijerillas, caracoles, y cacas de
pájaro por todas partes, pero, por fortuna, nunca vi una sanguijuela.
Cuando paró la lluvia fui a la biblioteca
y a reciclar comida. Había tomates, pepinos y un par de verduras que nunca
había visto. También encontré un yogurt que parecía bastante bueno. La gente no
me miraba. Era extraño porque si en España te asomas a la basura, todos te
miran, pero acá no te miraban, nunca te miran. De regreso comencé a poner
atención en las bicicletas abandonadas, también ponía atención en la gente; en
general todos llevan prisa, van en bici, pero no sonríen, es tan cotidiano que
han dejado de sentir el gusto de ir en bici, la mayoría, pero no todos. Algunos
van en unos triciclos en los que llevan a los niños; caben cuatro niños por
bici, otros han adaptado una plataforma intermedia entre en volante delantero y
la llanta delantera que queda a una distancia de un metro del conductor, así
que en esa plataforma pueden llevar todo tipo de carga, cajas, costales,
fierros, etc.
Cuando llovía, la gente no se
inmutaba, seguía en sus bicis pero ahora con impermeable o con paraguas,
algunos no preparados continuaban su viaje sin ningún problema, otros se
detenían a fumar un cigarrillo mientras esperaban pacientemente a que la lluvia
cesara, no se hablaban entre ellos aunque estuvieran en el mismo lugar, en las
mismas condiciones haciendo lo mismo, ni siquiera se miraban. Regresé a la tienda,
comenzó a llover de nuevo, cuando pasó la lluvia salí por Christiania a dar una
vuelta. Los recicladores iban y venían con botellas de vidrio y de plástico,
1
botella de plástico o de vidrio reciclada= 2 coronas
pan
negro grande = 12 coronas, 6 botellas recicladas
cerveza
1/3 en bar = 20 coronas, 10 botellas
cerveza
1/2 en super = 6 coronas, 3 botellas
euro
= 7.5 coronas, 4 botellas
Sólo
mirando la gente, habré pasado una hora o dos allí, los recicladores pasaban a
revisar los botes de basura cada 5 minutos, a veces recién se había ido uno y
ya había otro levantando la tapa del bote. Había más recolectores que gente
tirando basura. Muchos de ellos trabajaban en equipo, unos recolectaba, otro se
quedaba en el mismo sitio recibiendo lo recolectado. Al final se iban un par a
vender lo recolectado, los otros seguían reciclando. Además de los puestos de
artesanía y de mariguana también había unos puestos de hamburguesas y
salchichas. Cada vez que yo pasaba por allí me derretía, el olor era exquisito,
yo sólo había estado comiendo pan con pepinos o tomates desde que llegué.
Los puestos de artesanía estaban
controlados por los gangsters, que son déspotas y brabucones, los supuestos
jipis que viven un poco más adentro de Cristiania se la pasan siempre ebrios,
también son déspotas y groseros, un par de veces que me acerqué a pedir
información, apenas me acerqué ya me estaban echando “¡oye, largo de aquí,
vete, usha! Como un perro me trataron. Viven de vender alcohol y todo el día,
desde temprano están alcoholizados, esa es la libertad que pregonan, es como si
hubieran logrado vender su forma de vida de una manera turística, lograron
hacer turismo de estar borrachos Un poco más adentro, el resto de cristiania,
hay gente que siempre está arreglando o haciendo cosas en sus propias casas o
para la villa, esculturas, estatuas, las casas han sido construidas por ellos
mismos, son casitas muy bonitas de madera o de otros materiales totalmente
funcionales, algunas de ellas impresionantes, las calles de tierra, las casas
construidas por la misma gente, es decir, la vida normal continúa allí en
Christiania.
De nuevo comenzó a llover en
Christiania y me fui a refugiar. Toda la noche estuvo lloviendo, al día
siguiente paró un poco y luego continuó, no salí en todo el día, al atardecer
paró un poco, fui a tratar de reciclar, pero no me fue posible, todos los
contenedores estaban por dentro. Afortunadamente el polaco había encontrado uno
y me dio una bolsa de pan, ellos habían encontrado varias. También me dio
algunas verduras, un pepinillo, un tomate, y un poco de mostaza. Esa noche
acordamos ir a reciclar, pero comenzó a llover de nuevo, así que me refugié. De
nuevo llovió toda la noche, a momentos paraba, luego continuaba; al día
siguiente no dejó de llover, no salí de la tienda en todo el día, salvo para
mear y lavarme un poco en la marisma. En la tarde continuó lloviendo, en la
noche paró de llover, salí a pasear un poco, a relajarme un poco.
Cuando uno pasa tanto tiempo en el
mismo lugar los pensamientos comienzan a asaltarlo a uno, los recuerdos, las
experiencias, las emociones. Me sentía ya sucio y pegajoso, también había
comenzado a acumular ropa mojada y sucia, olía mal y no podía hacer otra cosa
salvo amontonarla y esperar que algún día saliera el sol para poder tenderla y
por lo menos guardarla sucia, ya encontraría un lugar para lavarla. Comencé a
pensar que era mejor moverse al interior del país, allí no encontraría nada,
comencé a pensar que tal vez sería mejor conseguir un chip de teléfono porque
así podría llamar a algunas personas que podrían tener información, pero
terminaría con la mitad de todo mi dinero, por otra parte, el polaco me había
dado el número de una empresa de limpieza en la que él tenía toda la esperanza
de trabajar, pagaban bastante bien, el sueldo mínimo era aproximadamente 17
euros la hora, pero allí pagaban 23. Claro había que llamar, muchos edificios
estaban solicitando ser limpiados, antes de que yo llegara había diluviado en
Copenhague, las calles se inundaron, la marisma se desbordó y eso explicaba la
tremendo humedad de la tierra.
También los amigos a la distancia me
habían enviado un par de contactos por mail, gente que podía ayudarme, por lo
menos hospedarme un par de noches, al fin y al cabo, eso no se le niega al
conocido de un conocido en aquellas circunstancias. Resolví comprar la tarjeta
al día siguiente y a partir de allí buscar direcciones en el interior del país,
moverme con el tren, porque aún tenía el boleto que me permitía viajar por
todos los trenes que yo quisiera. Al día siguiente me desperté temprano, compré
la tarjeta telefónica = 70 coronas. Me quedaban 30, fui a la biblioteca, pero
abrían hasta las 12:00, eran las 10:00 me dirigí de nuevo a Christiania, hice
un par de llamadas al número que me había dado Liza, no me contestaban,
aparecía el buzón, como no entendía nada pensé que tal vez no funcionaba, llamé
a mi número de España, evidentemente no contestaría nadie, sólo lo dejé sonar
una vez para ver si funcionaba, sí funcionaba.
Llamé
de nuevo al teléfono de la amiga de Liza, nada... Marqué a un número que me
habían hecho llegar por correo electrónico, “¿Alò?”... ¿hola? ¡hola!” No sé en
qué momento la llamada había terminado, el saldo estaba agotado, regresé a la
tienda muerto, desolado, vencido, triste, había tirado 50 coronas a la basura,
no había logrado hacer ni una llamada, lloré, pataleé, berreé, me destrozó, me
destrozó completamente. Tenía que hacer algo.
Después de un rato, me dirigía
deambulante a la estación de trenes con ganas de irme a donde fuera, a donde fuera,
regresé por la bici, quería darme un baño, hacía ya varios días que no me
bañaba, lo necesitaba, necesitaba estar fresco y tranquilo, y comer algo.
Encontré al australiano por allí, me preguntó dónde me había metido. Me dijo
que alguien me estaba buscando. No sabía quiénes eran, pero me estaban
buscando. Tendría que ir a algunas granjas a buscar algo, directamente. Al día
siguiente arreglé algunas cosas y me fui a la estación de tren, viajé cuarenta
minutos, cuando llegué llovía. No podía seguir así, ni siquiera sabía cómo
llegar al lugar. Al parecer la carretera por la que yo había calculado llegar
era una vía rápida en la que no cabían ni bicicletas ni peatones, vaya
maravilla de googlemaps.
Esperé unos veinte minutos, dejó de
llover, en seguida me puse en marcha, me interné por las veredas del campo,
pasé por una pequeña granja en la que me dijeron cómo llegar, debía seguir bien
las instrucciones porque era fácil desviarse y terminar perdido. Me perdí. Con
la lluvia encima de mí llegué a la granja. Un fuerte viento frío traía detrás
de sí unas nubes tan negras que contrastaban con el campo amarillo. Las largas
hojas del pastizal formaba figuras armoniosas a voluntad del viento. Cuando
llegué encontré una persona que me dijo que ese no era precisamente el mejor
momento, había bastante gente, había veces en las que sólo solicitaban un
puñado de personas, pero nada más, los demás tenían que esperar. Una persona
realmente gentil que se apenaba de no poder ayudarme, me dijo que regresara al
día siguiente tal vez podría arreglar algo con el dueño, pero para mí había
sido demasiado cansado llegar hasta allí y le dije que buscaría en otras
partes, me dio un par de direcciones que eran las mismas que yo había
encontrado por internet, me dispuse a marcharme. Como regalo de consolación me
dio una bolsa de zanahorias, estaban muy buenas.
De nuevo comenzó a llover, pensé por
un momento refugiarme, pero mi ropa ya estaba algo mojada y decidí llegar hasta
la villa más cercana, no estaba muy lejos, pero la lluvia comenzó a apretar más
y más fuerte, de pronto vi como se arremolinaban las nubes en el cielo, se
estaba formando un huracán, nunca había visto uno y mucho menos tan cerca, era
impresionante. Cuando llegué a la villa, me metí en el primer pórtico que encontré,
los dueños de la casa no tardaron en asomarse para ver quién estaba allí, los
saludé, estaba ansioso de que me abrieran la puerta, entonces me invitarían un
chocolate caliente mientras mis ropa se secaba en una secadora de ropa, me
invitarían a cenar y de pronto al contar mi historia me dirían que ellos podía
ayudarme, que al día siguiente estaría todo arreglado, desgraciadamente eso no
fue así. No me devolvieron el saludo, cerraron las cortinas de la ventana y yo
me quedé allí empapado, esperando que cesara la lluvia mientras comía
zanahorias.
Cuando terminó la lluvia, retomé el
camino, y me dirigí a la estación, pero de pronto los caminos parecían todos
iguales, no había diferencia entre ellos, las casas eran iguales, probé por
uno, sin salida, regresé. Intenté por otro, que me llevaba hacia unas planchas
de acero que nunca había pasado, regresé, traté por otro que cruzaba unas
torres de electricidad, tampoco era, regresé al primero tal vez sí tenía salida
pero no la había visto, definitivamente no tenía salida, traté por un cuarto,
pero ya era muy lejano, estuve tratando una y otra vez por esos caminos, pero
no me llevaban a ninguna parte, pasó un automóvil, lo detuve le pregunté cómo
llegar a la estación, me señaló el primer camino que yo había elegido,
comenzaba a desesperarme, traté por un quinto camino, pero no recordaba que
hubiera un corral de caballos y tractores, definitivamente no era. Pasó otro automóvil y me dijo que podía
llegar pero había que daría una gran vuelta, sólo tenía que seguir el pavimento
y llegaría, así lo hice, de camino llovió de nuevo. Al fin llegué a la
estación, de nuevo mojado con frío y hambre, mientras regresaba a Christiania,
comencé a sentir ese aire que ponen en los trenes. El frío comenzaba a penetrar
en mis huesos y comencé a sentir más frío por la ropa mojada, comencé a temblar
con la sensación que viene antes de enfermar, pero me contuve, no podía
enfermarme, sería el colmo de la mala suerte, me quité la chaqueta, me quité
los zapatos, me quedé con una camiseta de manga larga, pasé mis brazos por
debajo de la camiseta y los pegue a mi
tórax, no podía enfermarme allí, en Copenhague, me resistía a ello, sería el
peor momento para una enfermedad. Al fin, llegué a la ciudad, rápidamente monté
la bici para generar calor, me dirigí a mi refugio, no tardé mucho, entré a la
tienda con la respectiva sacudida previa, me quité la ropa mojada, la aventé al
rincón donde estaba la demás ropa mojada, me puse la ropa medio seca que tenía,
me metí en mi saco de dormir y me acurruqué, trataba de calentar todo mi
cuerpo. No podía.
Aún tenía ese calosfrío que recorre
el cuerpo antes de una enfermedad, trataba de calentarme frotándome los brazos,
comencé a entrar en calor, lo más difícil eran las piernas y los brazos, las
manos no se calentaban, lo intenté mucho tiempo, me metí de lleno en mi
sleeping bag, así mi propio vaho calentaría mi cuerpo, y allí me quedé dormido.
Al despertar me dolía la cabeza, me sentí enfermo, pensé que lo peor acababa de
comenzar, pero después de un rato me di cuenta de que no estaba enfermo, al
contrario tenía calor y necesitaba desprenderme de algunas capas, la cabeza me
dolía de hambre y calor; comí algo, pan con pepinillos y zanahorias. Eso era
todo, no podía ir a reciclar tenía que comer eso, mañana sería otro día.
Me levanté tarde, me dirigí a la
biblioteca, pedí una computadora, estuve allí, sin muchas ganas de salir de
nuevo a buscar nada, mis zapatos seguían mojados, y mi chaqueta también, si me
iba así y comenzaba a llover sería el fín de mis ánimos. No tenía ni siquiera
algo para cubrirme, soñaba con un café caliente, algo tan simple, tan absurdo y
terrenal como un café me hacía despertar en mi unas ganas terribles de llorar,
una añoranza por algo tan vano y superficial que para mí habría sido un regalo
divino, y cómo añoraba un plato de arroz con atún o unos huevos fritos con
frijoles, pero sobre todo un café. Dejé la sesión a la mitad, no tenía sentido
seguir buscando sin tener claro cuál era el plan a seguir. Me consolé con beber
un poco de agua de la fuente.
Caminé por el canal con todas esas
enormes lanchas llenas de turistas, en algunas lanchas incluso iban declamando
ópera, parecían disfrutar el paseo, tomaban miles de fotografías, seguí
caminando, no sabía si debía irme o no, era la primera vez que me planteaba en
serio una partida prematura, y si me iba ¿cómo me iba y hacia dónde? ¿En bici,
en tren hacia la otra parte de Dinamarca a seguir buscando? ¿De regreso a
España o en bici por allí? Pero sin un plan definido, sin mapa, sin internet, sin
contactos, algo tendría que suceder quedarme hasta agotar completamente las
posibilidades, hasta el último día de vigencia del boleto de tren y entonces
regresar, o regresar poco a poco.
Estaba muy confundido, no podía
resolver nada, me distraía el olor de la comida, no me dejaba pensar claro.
Para llegar a París tendría que contactar a los amigos, regresé rápidamente a
internet, ya había alguien en mi lugar, le dije que era mi sesión que se
quitara, lo hizo en el acto y me ofreció disculpas. Escribí a mis contactos
para pensar todas las posibilidades aquel día y decidir qué haría, llevaba ya
más de 15 días allí.
De nuevo abandoné la computadora
estaba cansado de estar allí frente al monitor. Mientras caminaba hacia la
salida comencé a sentir la necesidad de pasar al baño, hacía ya varios días que
no cagaba, así que entré, al principio me costó mucho trabajo, me dolía y me
sentía tapado, parece que me estaba tardando porque alguien tocó la puerta,
para mí había entrado hacía apenas un minuto. Sólo había un baño y no había
ventilación. Ya no me importaba nada, yo estaba allí por algo importante y no
me apresurarían sólo porque otra persona tocaba la puerta; traté de
concentrarme, por fin salió la primera parte después de un trabajo monumental,
me había dolido mucho, parecía ser enorme y seco, el pan negro había hecho un
muy buen trabajo en la flora intestinal. Tocaron la puerta de nuevo, grité que
estaba ocupado, ya nada me importaba, si me prohibían el paso a la biblioteca
no me importaba, lo había aprovechado y me largaría de allí en uno o dos días.
La segunda parte fue más sencilla,
pero no olía muy bien, tocaron de nuevo la puerta, tanto trabajo me había hecho
sudar allí encerrado con la luz tenue, por cierto pésimo baño, uno de los
peores que vi en todo el viaje, incluso gasolineras tienen baños pulcros y con
ventilación, hay baños en los que podría quedarse uno a vivir de tan impecables
que estaban. Aprovechando la oportunidad y para desaparecer un poco el sudor,
me lavé la cara y después de tomarme mi tiempo salí triunfal y glorioso.
Cuando abrí la puerta estaba una
chica realmente guapa en primera posición de una fila de tres, después estaba
una señora y luego un viejito, dejé la puerta abierta. Pobre chica, no sabía si
entrar, ceder el lugar, abandonar la posición o esperar. ¡Qué demonios! Todos
olemos mal alguna vez, a menos que haya alguien que cuando cague huela a rosas,
entonces me disculparía. No tenía nada de qué avergonzarme, en todo caso la
culpa era de la biblioteca, del Ayuntamiento, de Copehague, de Dinamarca, de
Europa, de la sociedad, del capitalismo salvaje, de la globalización. Seguí
caminando entre los libros y las miradas de varios fisgones, parece que para
eso sí voltean a verte y mientras salía pude percibir claramente que ya necesitaba
una ducha, algunas otras personas también pudieron percibirlo. No me importó
seguí caminando.
Al llegar a la tienda me quedé allí
un buen rato, me masturbé y me quedé mirando al techo, necesitaba liberar
energía, tensión, pero por otra parte me había comenzado a doler la cabeza, eso
me pasa cuando me masturbo sin estar muy fuerte. Me quedé tirado allí y al poco
tiempo me quedé dormido. Cuando desperté tenía hambre, comí pan, recordé la
gran azaña de la biblioteca, me reí mucho. ¿Estaría ya perdiendo la cordura?
Decidí salir a dar un paseo, tenía muchas ganas de salir, agarré la bici y
comencé a pedalear, sin rumbo, sólo a pedalear. Llegué a la facultad de teatro,
a la de danza, a la de artes plásticas, a la de música, a la de letras, a la de
filosofía, qué maravilla, todas estaban en la misma calle, y justamente ese día
tenían un concierto, había varias bandas muy buenas, y allí estuve un buen
rato, sentado frente al escenario, de pronto llegaron un grupo de seis personas
que se sentaron justo frente a mí, no me dejaban ver así que me recorrí un poco
a la derecha, cuando terminó aquella banda, las personas de enfrente decidieron
ir hacia el otro escenario.
De pronto mis ojos se iluminaron por
completo cuando descubrí un tesoro resplandeciente tirado en el piso, ¡habían
olvidado un kebab en un plato de cartón en el pasto! Yo dudaba que estuviera
allí, tal vez era mi imaginación, ya era de noche y no se veía bien; pero sí,
mi vista no me engañaba ¡era un kebab! Por lo menos a la mitad, y mi estómago
me rogaba que lo agarrara y me largara de allí cuanto antes, no conocía a nadie
ni me interesaba conocer a nadie, pero ese estúpido saco lleno de moral me
pesaba bastante. Recoger comida abandonada por quién sabe quién... Por otra
parte yo había visto a la dueña, era una rubia que se veía bastante saludable y
además era guapa, lo cual no quería decir que el kebab supiera mejor, pero por
lo menos no tendría dudas de su procedencia. Y estaba allí sin dejar de mirar
el glorioso kebab, de pronto la gente comenzó a levantarse y moverse de sitio,
¡era el momento oportuno! Alguien se acercó hacia donde yo estaba y pisó el
plato, el kebab cayó al pasto y el plato cayó encima.
Me acerqué y agarré el plato y un
grupo de tres chicas pasó enfrente de mí sonriéndome, entonces me armé de valor
y recogí el kebab, no me importó nada lo que pensaran ese trío de rubias
vikingas. Estaba casi entero y sentí una gran alegría dentro de mí, ¡tenía una
cena con pollo! Quería llorar. Me fui de allí con las primeras gotas de lluvia
de la noche. Había pensado mucho en todas las posibilidades y había decidido
irme en dos días.
Al entrar al edificio, el
bibliotecario me miró resignado, algunas personas voltearon a mirarme. Le pedí
una computadora, me dijo que sólo tenía una de 15 minutos. Acepté. Tenía varios
mensajes, me estaban buscando en Copenhague, eran unos amigos de un amigo y de
un lejano conocido mío que había encontrado por casualidad en Berlín. Al
responder el mensaje de uno de ellos me respondió en seguida, eso significaba
que estaba conectado, lo agregué a mi lista, pensé que tendría techo el último
día de mi estancia allí. Un baño caliente, un poco de comida y tal vez bebida.
Me dijo que vendría por mí, me llamó por teléfono a los pocos segundos, le dije
dónde estaba y me apresuré a planear mi salida al día siguiente, iría directo a
París. Allí me esperaban. Cuando salí reconocí al desafortunado australiano
enamorado, platiqué con él un rato, le dije que me iría, que estaba cansado, me
habría gustado mucho hablar más con él, pero no se había dado la oportunidad.
Nos despedimos y en seguida llegó Julián.
― No has comido. ¿Verdad, güey?
― ¿Qué se nota mucho?— No me dijo
nada, sólo sonrió y afirmó con la cabeza.
― ¿Dónde te estás quedando?
― En la orilla de la marisma, de
otro lado del puente
― ¡Rifado, cabrón! Vente vamos a ver
a un compa, ya le dije que estás aquí.
Hay más gente que te está buscando, parece que ya eres famoso,
--¿he?
Entonces
llegó un tipo bajito de barba y cabello largos, canoso, moreno y sin un diente.
Cuando llegó, lo primero que hicieron fue comprar cervezas, mientras les
contaba mi historia se bebieron las cervezas, fueron por las otras, yo no había
terminado la primera y ya me sentían borracho, les dije que tenía hambre.
― ¿Quieres una hamburguesa, te
invito, ven vamos― Era deliciosa, nunca había
disfrutado tanto una hamburguesa en toda mi vida.
Francisco, el otro mexicano, se
dedicaba a dar clases, era antropólogo y profesor de arte, hablaba
perfectamente bien el danés, llevaba 25 años allí. Julián se dedicaba a
trabajar de lo que podía, aprendía el idioma y mantenía a su pequeña hija, no
vivía con la mamá. Fui a recoger mis cosas, recordé que había quedado en ir a
despedirme de Liza y las chicas de Kartofler, pero no tenía muchas ganas ni
tiempo para ir allí, así que decidí no hacerlo. Al recoger mi tienda había una
cantidad impresionante de bichos debajo, salieron corriendo sorprendidos por mi
espontanea decisión de abandonar el lugar, al vaciar la tienda decidí tirar
toda la ropa mojada y una silla de camping que había encontrado por allí, pero
que nunca usé porque llovió todo el tiempo. Así viajaría más ligero. Fui a
visitar al polaco y la australiana, pero no estaban, en fin, no podía buscarlos
ni esperarlos. Agarré mis cosas, la bici y me fui. En el camino, me encontré
con el noruego, había una buena relación entre nosotros, le expliqué que me iba
y me deseó lo mejor, yo también a él, le dije que dejara de fumar si quería
recuperarse algún día.
Ya me estaban esperando con unas
cervezas más, yo estaba un poco mejor y me la tomé. Ya estaba borracho cuando
abandonamos Christiania. En cuanto llegamos a su departamento la cámara de la
rueda delantera de mi bici se rompió, era curioso, había llegado justo y ahora
la dejaría allí para que alguien más la utilizara. Compartía piso con un danés
con cara de loco, cuando estuve hablando con él me dijo que se dedicaba a la
anti-economía, era una buena persona. El departamento tenía un olor
increíblemente penetrante que salía del baño, no sé qué era exactamente,
probablemente un producto químico para quitar tapones del caño, pero el olor me
recordaba a mi antigua primaria, un olor a orina acumulada por varias
generaciones que hacía llorar apenas entrabas, aquel baño de la niñez era uno
de los baños más asquerosos que he visitado nunca, aun ahora tengo sueños
recurrentes donde aparece ese baño. Tomé una ducha en este otro baño que más
bien me llenó de recuerdos.
Después de un momento de hablar me
ofrecieron cenar y beber, llegó un chileno que llevaba ya 10 años allí, hablaba
muy bien el idioma, llegó otro amigo danés, eran personas interesantes, una
verdadera pena que apenas los conociera un día antes de salir. También llegó el bicitaxista, aquel que me había dicho que no conocía a nadie que pudiera ayudarme. En cuestión de
momentos ya teníamos una borrachera con un buen jazz nórdico, pero yo tenía que
dormir, mi tren salía a las 7:20; eran ya las 21:00 y ellos parecía que no se
irían, me tocaba dormir en la sala y yo no podía decirles que se fueran, por
supuesto. Pero poco a poco comencé a quedarme dormido, y cabeceaba incluso con
el ruido, decidí acostarme con o sin ruido, y me quedé dormido.
Al día siguiente me desperté antes
de que sonara el despertador, nunca he necesitado despertador, detesto que haya
un aparato para despertarme, es absurdo, yo siempre he pensado que las personas
tenemos la voluntad para despertarnos a la hora que queramos, sólo es cuestión
de concentración y determinación. Es como cuando empiezan a suceder cosas
demasiado extrañas y entonces me digo: "ésto no puede ser real, debe ser un sueño",
y adentro del sueño empiezo a recordar la situación en la que me encontraba en
la realidad y la del sueño, las comparo y me convenzo de que es un sueño, y
como es un sueño puedo hacer lo que quiera, así funciona el sueño, sólo hay que
tener un poco de lógica, pero algunas veces suceden sueños de los que uno
quiere despertar pero que después resulta que no son un sueño sino la realidad.
Entré al baño me lavé un poco, me
preparé un desayuno traté de provocar que se despertaran para poder
agradecerles y dar una última despedida, pero no despertaron. Sueño pesado.
Llegué caminando tranquilamente a la estación de tren, veía con mucho gusto por
última vez la ciudad de Copehague. Llegó el tren y subimos todos en la parte de
adelante, porque a la mitad del camino, se dividían y uno iba a Alemania y la
otra a Francia, mucha gente fue subiendo poco a poco. Me sorpredió que el tren
entero entrara en un ferry para cruzar de el estrecho a Alemania.
Disfruté de nuevo el delicioso
viento frío del norte. Nunca había sentido el viento en mí como entonces; no
quise cubrirme, quería sentir el viento helado que se incrustaba en mi cara, en
mis brazos, en mi pecho. Quería sentir ese viento de nuevo plenamente de frente
a mí, me llenaba fresco los pulmones, me daba una bofetada en la cara para que
no olvide quién es él y de dónde viene. Regresaba, había fracasado, regresaba a
España. Volvimos al tren y el tren salió del Ferry, continuó su camino. Cada
vez iba subiendo más gente y tuve que cambiar el lugar un par de veces. Pasó un
revisor, le entregué el billete, lo vio y siguió su camino. Me dispuse a
dormir, pero de nuevo tuve que cambiar de asiento.
Había gente por todas partes en el
tren, en el piso. Yo alcancé un asiento incómodo y me dispuse a descansar, pero
no pude. Estábamos por llegar a Hamburgo y pasó un nuevo revisor, este me pidió
mi identificación, pero de una manera bastante grosera, apenas recibió el
boleto me dijo que era falso. La gente de alrededor volteó casi
simultáneamente, los rumores cesaron, de pronto había silencio, yo me quedé
absorto.
― ¿Falso?― Pregunté sorprendido.
―Agarra tus cosas y sígueme.
―Sí, espera, ya voy.― Recordé la
recomendación que me habían hecho “nunca
cojas trenes de alta velocidad, los revisores son más estrictos”.
―Vamos, apúrate.
― Oye, pero ahora ¿qué pasa?
― Se terminó el viaje para ti.―
Había
escuchado muchas veces esa frase en el cine, seguro él se moría de ganas por
decirla, seguramente había ensayado tantas veces en el espejo del baño y ahora
por fin podía decirla con su cara de malo y su actitud de brabucón.
― Pero espera, eso yo no lo sabía.
― ¿Dónde lo compraste?
― Yo no lo compré, a mí me lo
regalaron.
Llegamos
a una mesa junto al carro donde vendían café, se me quedaron mirando los
tripulantes con cara de asombro.
― Claro…; quién lo compró y dónde.
― No lo sé, espera, de verdad yo no
lo sabía.
― No los sabias…
― No, de verdad.
Silencio,
mientras llenaba unos papeles, era una multa, era obvio, pero aun así lo
pregunté.
―Y ahora qué, ¿me vas a dar una
multa o algo así? --En ese momento yo ya era el punto
de atención de todo el vagón.
―Sí, la primera de las multas.
― ¿Cuánto es?
― 80 euros, si lo pagas ahora.
― No tengo dinero.
― ¿Tarjeta?
― No.
― ¿No tienes dinero, ni tarjetas?
― No, no tengo.
― Esto no es normal, ¿Cómo puedes
viajar así?
― Me están esperando en París.
― ¿Quién te espera?
― Una amiga.
― ¿Ella te regaló el boleto?
― No.
― ¿Quién te regaló el boleto?
― Unos franceses
― ¿Ellos te esperan?
― No.
― ¿Cuánto dinero traes?
― Poco.
― ¿Cuánto?
― 15 euros.
― Dámelos.
― Pero no tengo más
―Ese es tu problema, no el mío.
―Otra frase de película
― ¿Quieres una multa más gorda?
― No.
― Dame lo que tienes, o te doy una
multa más gorda.
― Toma.
En
ese momento llegábamos a Hamburgo.
― Agarra tus cosas y sígueme.
Bajamos
del tren, pensé que me dejaría ir, pero no, llamó a la policía y les explicó o
que había sucedido, les dijo las características del boleto, no tenía marca de
agua, el número no correspondía con el resto de la clave y había una marca
amarilla que estaba hecha con marcador, debía ser impresa. El policía me
preguntó si yo hablaba alemán, dije que no.
― ¿Inglés?
― Sí.
― Tu billete es falso
― Lo sé, él me lo dijo. ―Dije,
refiriéndome al revisor. El policía parecía una buena persona, era un señor mayor
que me miró con cara de preocupación, no sé qué pasaba por su mente.
Probablemente estaba sorprendido de que alguien se atreviera a hacer semejantes
cosas de una manera tan estúpida, me vi reflejado en sus ojos, él sentía pena
por mí, le dije que yo no sabía nada, vio mis palabras sinceras sin
preocupación, se lo dije con toda honestidad. El revisor le había entregado mi
documento de identidad y la evidencia, lo seguí hasta la estación de policía.
Al seguirlo, la gente se me quedaba mirando como un malévolo polizonte.
Llegamos a la estación de policía,
yo conservaba la calma, los policías me miraban asombrados, me pregunto cuántos
casos de gente que llevan allí se presentan a la semana. Tal vez pensaban que
yo era un loco con una bomba en la mochila, o un ladrón quizá. El policía habló
con otros policías y me interrogó.
― ¿Dónde compraste el boleto?
― Yo no lo compré. ―Comencé a
explicarle la historia, pero me interrumpió, me dijo que él no hablaba muy bien
inglés, le dijo a otro que me interrogara.
―Dame tu pasaporte.
―Lo tiene él.
―Refiriéndome al policía mayor.
―Este no es tu pasaporte.
―Pero yo no necesito pasaporte para
viajar.
―Claro que lo necesitas, dame tu
pasaporte.
―Pero a mí me han dicho que sólo
necesito mi documento de identidad de extranjero.
― ¿Pero tienes pasaporte o no?
―Pues sí tengo, claro que tengo.
―Pues dámelo.
―Pero no lo tengo aquí.
― ¿DÓNDE ESTÁ TU PASAPORTE?
―En España.
―Porqué está en España.
―Porque no lo necesito para viajar.
―Sí lo necesitas.
―Pues a mí me dijeron que no lo
necesito, que es suficiente con mi NIE.
―Dónde compraste el boleto.
―Yo no lo compré, me lo regalaron.
― ¿Quién te lo regaló, dónde lo
compró? ―comencé a ponerme nervioso.
―Unos franceses me lo regalaron no
sé dónde lo compraron.― Siguió interrogándome unos minutos más, pero lo
llamarón y salió de la habitación, llegó una policía.
― ¿Dónde compraste el boleto?― De
nuevo todo el interrogatorio.
― ¿Tú vives en España?
―Sí. ―La chica les explicó a los
otros que yo era residente en España y no necesitaba pasaporte para viajar. Los
otros se tranquilizaron y comenzaron a sacar datos, fotocopias y fotografías de
todo, había uno que llenaba formularios, había otro que me buscaba en internet
y probablemente en otras bases de datos, probablemente también me ingresaba en
ella.
― ¿Quién te regaló el boleto? Dónde compraron?
Estaba
cansado de explicar lo mismo, me puse nervioso y le dije que me dejara explicar
la situación, de verdad que comenzaba a marearme, mientras trataba de apaciguar
la situación con las manos, después me las llevé a la cabeza porque de verdad
estaba aturdido, les pedí calma y sin pedir permiso merodeé por la oficina, me
serví un vaso con agua y me acerqué una silla, comencé a relatar que yo había llegado
a estudiar a España, que vivía en una casa donde pasaba muchas gente de todas
partes del mundo, que me había llevado muy bien con unos franceses y que cuando
se fueron me prometieron un regalo de cumpleaños, después de un tiempo recibí
el billete cuya fecha iniciaba justo el día de mi cumpleaños, les dije que me
lo habían enviado por correo normal, pero ellos no querían creerlo, me decían
que el boleto no había sido enviado por correo, les repetí que sí, y ellos
miraban el boleto con mucha paciencia.
― ¿Quién imprimió el billete?
― No lo sé, ellos me lo enviaron por
correo.
― Pero esto no pudo haber llegado
por computadora.
― ¡No, por computadora no! ¡Por
correo normal! ―Entonces todos se tranquilizaron e incluso parece que los
decepcioné un poco, porque por fin tenían un caso de verdad, y habían capturado
a un pez gordo, u criminal, un falsificador profesional, pero de pronto yo sólo
era un señuelo, un pobre estudiante al que habían estafado. Después de eso
incluso me invitaron un café y me dijeron que me relajara que firmara unos
papeles y me dejarían ir, me devolvieron mi NIE. Yo pensaba que me revisarían
allí todas mis cosas que indagarían en todas mis libretas hasta dar con alguna
pista, o que me harían permanecer allí hasta encontrar al falsificador, que me
usarían como un vil chivato, pero no fue así.
― ¿No tienes dinero?
―No.
―Pero sin dinero y sin boleto ¿cómo
te vas a ir?
― ¿Tú crees que yo sé eso?
― ¿Tienes teléfono?
―Sí.
―Si quieres puedes usar el de aquí.
―No, gracias, no te preocupes, ya me
las arreglaré.
― Pues vete tranquilo, hijo, mira
hay mucha gente a la que estafan aquí en
Europa. Ten cuidado, no te confíes de nadie, la gente no va regalando boletos
tan caros por allí. Mira aquí a la vuelta hay unas oficias de ayuda ciudadana,
tal vez ellos puedan ayudarte, y aquí al lado hay un banco, llama a tus
conocidos y diles que te envíen dinero. Mira, disculpa, pero era necesario todo
esto. Vete tranquilo, no pasa nada
Al salir de allí me sentí tan libre,
quise llorar, en el estacionamiento había
unos punkis jóvenes que meaban las patrullas de la policía, me acerqué
me puse a mear con ellos, me miraron sorprendidos... Me dijeron que estaba en
el centro de la ciudad y que necesitaba salir de allí si quería hacer autostop.
Necesitaba ubicarme y pensar el siguiente movimiento, sin dinero ni boleto,
sólo me quedaba una opción, usar el dedo. Pero antes tenía que encontrar un
lugar para hacerlo, regresé a la estación de trenes, pedí un mapa en la oficina
de información, era un estúpido mapa lleno de anuncios comerciales. Caminé
junto a un lago pensando encontrar gente que me ayudara. Las personas que
pasaban con apariencia alternativa, no lo eran. Algunas veces sucede eso, sólo
son disfraces porque es una moda. Preguntaba por una casa ocupada, pero nadie
sabía responderme. Mi mochila pesaba cada vez más.
Descansé un poco y disfruté de la
libertad. Todo había pasado, parecía que todo había terminado, sólo había que
hacer un plan. No sabía si ir a Berlín o a París. Pero definitivamente habría
que caminar hasta las afueras de la ciudad, así que me dediqué a tirar más
ropa, la ropa sucia, vaciar la botella de agua, tirar las zanahorias, conservé
el pan que me quedaba.
Comencé a caminar hacia una salida
de la ciudad, pregunté en la estación de autobuses a algunos choferes si podían
llevarme. ―Sin dinero no hay viaje― Era contundente, y traté de explicarles que
yo no era un indigente ni era un asaltante, ni nada. Les pregunté cómo salir de
la ciudad, me indicaron un camino. ―Sigue por allí― Así que anduve, la mochila
pesaba más y más, estaba atardeciendo. Caminé unos ocho kilómetros y pregunté
muchas veces, hasta que un vendedor de pollos que olían exquisito me explicó un
punto muy bueno para que me llevaran, por dentro yo deseaba que él se diera
cuenta de mi condición de viajero famélico y me ofreciera gentilmente un plato
de pollo que yo inicialmente rechazaría cortésmente, a lo que él insistirá
porque me vería con hambre y yo finalmente terminaría aceptando humildemente
para no ofenderlo por rechazar su invitación, pero eso no sucedió.
Terminó deseándome muy buena suerte,
seguro él lo habría hecho alguna vez. Llevaba algunas cosas que comenzaban a
estorbarme, tiré más cosas y miré mi sombrero y me lo puse con mucha nostalgia,
no era de las cosas que más me estorbaban pero no sabía lo que me esperaba,
probablemente lo necesitaría. Pero intuí que más adelante tal vez sí me
costaría llevarlo y que se maltrataría mucho y yo no quería que se maltratara,
seguí caminando hasta aquel punto que me había indicado el vendedor de pollo,
cuando llegué miré de nuevo mi sombrero, era el final de una historia, lo dejé
en una banca y me despedí de él cuando un coche paró para llevarme a Berlín.