martes, 17 de septiembre de 2013

Presentación SOBRE RUEDAS

Sobre Ruedas es un proyecto literario y gráfico que nace de la necesidad de plasmar tanto experiencias propias y ajenas, reales e imaginarias, contemporáneas o de otros tiempos, de este mundo y de otros que se desarrollan a partir de las bicicletas y siempre se convierten en Una situación extraña, como apenas lo alcanza a vislumbrar la protagonista que viaja a México y se mantiene impertérrita e incrédula ante las cosas que le suceden. Retomo las bicicletas porque son de estos objetos tan peculiares como propios, a los cuales les entregamos un cariño y un valor incalculable y que siempre nos remiten a recuerdos, como en el caso de Olor a lluvia, donde deja de ser un juguete y se convierte en la representación de una época de la vida del protagonista. Así pues, no sólo es un importante medio de transporte, sino, en muchos casos, también una herramienta indispensable para el trabajo, es el caso de personas que las usan para la venta ambulante de comida como se describe en el cuento Tacos donde es un vehículo para descubrir la profunda negación del mundo, una especie de fiel compañera; hay quienes adaptan un mecanismo a las ruedas para afilar cuchillos y navajas, o quienes simplemente transportan mercancía.
Me parece que ante la impresionante cantidad de tráfico y embotellamientos en las grandes ciudades, la utilización de la bicicleta es una opción idónea para transportarse, como lo hace cada sábado el protagonista de Juego de pelota, cuando infaliblemente se derige a jugar béisbol con un equipo perdedor de cuarta. Sin embargo, muchas veces también suele ser un buen punto de partida para historias surreales, inverosímiles, fantásticas, como la historia en la que se enfrasca Sebas, en el cuento del mismo nombre, donde hay una gran confusión entre mundos paralelos, tan válido uno como el otro, tan deseable o poco deseable uno como el otro.
Los personajes de esta colección de cuentos son personajes comunes que pueden encontrarse en cada esquina, nunguno de ellos tiene superpoderes ni tiene nunguna capacidad especial, contrariamente a lo que piensa el luchador en boga de La tercera caída, condición incauta que lo llevará a su fatal destino; simplemente son personajes a los que se les viene encima una dosis de realidad como un maremoto que los supera y termina engulléndolos de tan irreal.
Esta colección de cuentos trata también sobre personas que no se rinden, siguen luchando por salir adelante en sus vidas, lo que quiera que eso signifique, y que en varias ocasiones piensan, después de un terrible y salado mal trago, que todo marchará Sobre ruedas como el desafortunado protagonista del cuento homónimo a la colección.
Las ilustraciones corren a cargo de Aneta Ciesielska. http://dureeee.blogspot.com

PÉRDIDA DE UN SOMBRERO



Pérdida de un sombrero

Nunca he sentido el viento en mí como entonces, es el delicioso viento frío del norte; no quise cubrirme, quería sentir el viento helado que se incrustaba en mi cara, en mis brazos, en mi pecho. Quería sentir ese viento por primera vez plenamente de frente a mí, me llenaba fresco los pulmones, me daba una bofetada en la cara para que no olvide quién es él y de dónde viene. 
            Pasé 45 minutos en la sombra porque el sol quemaba, pero no era lo suficientemente caliente para aplacar al viento. El ferry se detuvo y las personas comenzaron a bajar de él con paso lento, casi todas sus caras eran sonrientes y enrojecidas por el frío y por un tímido sol nórdico. Salí del puerto y entré a la estación de  ferrocarriles que permaneció desértica durante una hora, parecía una de esas estaciones fantasma de película, larga, larga, como un kilómetro. Llegó el tren, lo abordé, viajé durante cinco horas, pese a que la distancia podría recorrerse en dos.
            Tenía un sandwish de huevo con tomate que había preparado ese mismo día en la mañana, no estaba muy bueno, pero satisfizo mis necesidades básicas, guardé otro para después, para una emergencia, no sabía cuándo comería de nuevo, no sabía a dónde llegaría, ni dónde pasaría esa noche. Estaba lleno de esperanzas. Había pasado diez días en llegar hasta ese rincón escandinavo y ahora sólo era cuestión de esperar. El encargado del tren no quería dejar subir un par de señoras que viajaban con bicicletas, después de un rato de discusión, finalmente accedió. En la estación había entablado conversación con una de ellas, y se me hizo gentil ayudarlas a subir las pesadas bicicletas. Nos haríamos compañía hasta el final del trayecto, incluso en los transbordos de tren, hasta Copenhague.
            No hay trabajo en Barcelona, no hay trabajo en España, ni siquiera uno pequeño, ni ocasional, parece que hace unos años hubo un gran crecimiento económico, antes de las olimpiadas se hizo una inversión en construcción inmensa, también se fortaleció la especulación en el negocio de la construcción. Después de las olimpiadas todos tenían mucho dinero, lo que llegaba a Barcelona se distribuía por todo España. Todos tenían dinero y gastaron y gastaron. Cuando leí aquel libro de los salvajes de Bolaño, decía que cuando bajó del barco en el que venía, lo primero que hizo fue buscar trabajo y que en el primer bar de La Rambla ya tenía uno. Pero esto ha cambiado, el nivel de vida que se anhelaba no se pudo sostener, las pretenciones del pueblo traicionaron sus raíces, además hay empresas que se dedican a especular con todo. Con la gente, incluso. Así que hay poco trabajo, ni para lavar platos hay trabajo, y miles de jóvenes españoles van a perseguir algún puesto en el extranjero, algo que les permita seguir con el sueño europeo, como lo fue el sueño americano.
            Cuando llegué a la estación de Copenhague, no vi un sólo coche estacionado, había en cambio cientos de bicis, nunca antes había visto tantas bicicletas juntas, filas y filas de bicicletas esperando a sus dueños, algunos de ellos nunca regresarán y ellas se quedarán allí esperando hasta que alguien más se decida rescatarlas del olvido. Por la calle circulaban cientos de personas por el carril bici, señores, señoras, jóvenes, niños, empresarios, estudiantes, obreros, médicos, prostitutas, absolutamente todos en bici.
¿Me pregunto si la prostitución también es ejercida en bicicleta? Probablemente ellas o ellos estarían esperando con las bicicletas en una esquina y entonces pasaría alguien en una flamante bicicleta descapotable o en una de esas bicicletas triciclo, entonces invitarían a subir a la dama o caballero, o la invitarían a pedalear atrás (en caso de tandem) o adelante de ellos o de ellas. Llegarían a un hotel de bicis donde se desvestirían y harían el amor para después vestirse lentamente de nuevo y montar la bici de regreso a la esquina, donde habría otras bicis estacionadas.
            Caminé por las calles de la ciudad hasta llegar a Christiania, me habían hablado de una casa en la que me ayudarían a buscar trabajo en alguna granja para hacer la temporada de la manzana o fruta, por eso había ido a Christiania. Tenía unos cuantos euros en el bolsillo, no tenía más. Estaba cansado, había viajado durante diez días, había viajado en trenes cambiando y cambiando, hasta encontrar la ruta correcta, dormí en las estaciones con el frío de las montañas de Suiza, dormir es un decir porque no podía pegar los ojos, tenía que estar pendiente de lo que ocurría alrededor de mí, algún maleante que se percatara de mi condición de viajero podría hacerme una jugarreta. En ocasiones me encontraba con otros viajeros y entonces nos apiñonábamos en algún lugar confiando los unos en los otros, tranquilizándonos de saber que no éramos los únicos rondando por los pasillos de las ciudades subterráneas de los países fríos.
            Una noche, cuando estaba casi cerrando los ojos llegó un tipo joven, asiático, se sentó en la banca de enfrente, se acomodó, sacó ropa para ponerse, era verano, así que no llevábamos mucha ropa encima, hasta que nos alcanzaba la noche y descubríamos que por allí aunque sea verano hay frío. Al rato llegaron dos personajes exuberantes; un par de travestis morenos, delgados, muy delgados, ruidosos, se acercaron a él a quien le cacareaban en inglés, le preguntaban si tenía fuego, si estaba sólo, si quería compañía, entre ellos hablaban árabe.
            Después de un rato de responder que no a casi todas sus preguntas, él joven asiático se levantó y se fue. Ellas (¿ellos?) comenzaron a trinar a todo pulmón y a armar alboroto de gallinas rengas, claramente estaban algo eufóricas porque alborotaban de un lado a otro y se reían y cacareaban cada vez más fuerte, temí que vinieran hacia mí para molestarme, pero cuando una de las gallinas se dirigió a mí, la miré fija y desafiantemente, no se acercaron más. Fueron por allí y al cabo de un rato encontraron un hombre mayor que había estado caminando toda la noche de un lugar a otro como un satélite que gira alrededor de sus pertenencias para no dormirse. Lo seguían y se dirigían a él con sus tacones de 10 diez centímetros y sus medias transparentes que dejaba ver sus piernas delgadas, tan delgadas que las rodillas parecían pelotas de béisbol incrustadas en medio de dos palos.
            Caminaba por el centro de Copenhague, la sed comenzaba a apoderarse de mí, no sabía si debía seguir caminando y buscando y preguntando a las personas por ese lugar que Wooly me había dicho;
            ―Sí, es una casa grande con mucha gente, con mucha vida, gente joven que hace teatro, danza, circo, ellos te pueden ayudar seguro, es una casa grande, se llama Cartuflar.
            Al llegar a Christiania lo primero que se ve es un mercado bastante movido de drogas, drogas que se venden en la calle como si fueran caramelos. En carritos con divisiones de cristal hay diferentes tipos de mariguana, una más oscura, otra más brillante, o más apelotonada o más deshecha, hay muchos colores y muchos precios y muchos carritos y mucha gente comprando. Hay todo tipo de gente, desde gente que vive allí desde siempre, que duermen en la calle o en un cuartucho y despiertan para beber cerveza, fumar un poco, vuelven a dormir. Viven de lo que sea, venden cualquier cosa, recolectan botellas para venderlas, vuelven a beber, vuelven a fumar, y así día tras día. Gente que pide dinero. Vendedores de artesanía o de cualquier cosa. Gente que va de paso por allí como yo, gente de corbata que regresa de su oficina y quiere comprar un poco de marihuana, hashish, cocaína o speed. Gente local que vive allí, niños que juegan entre la multitud. Turistas… Los vendedores de mariguana son los reyes de esa zona, se ven prepotentes, amenazantes. De pronto apareció un tipo que me dijo:
            ― ¿Qué es eso que llevas en la mano?
            ― Mi casa, mi tienda de campaña.
            ― ¡Ah! Nunca había visto una así. ¿Cómo funciona?
            ― Es una bolsa grande de tela que avientas hacia arriba y cae hecha.
            ― ¡Oh! ¿Y tú qué haces aquí?
           ― Vengo aquí porque me dijeron que aquí podrían ayudarme a encontrar un trabajo.
            ― ¡Ah! ¿Y has encontrado gente que pueda hacerlo?
            ― No aún, acabo de llegar, pero creo que mañana será un buen día, ahora ya va atardeciendo y quisiera descansar un poco.
            ― Yo voy a Nemoland, ¿vienes conmigo?
            ― No sé qué es eso.
            ― Sí, sí vamos, allí descansaras un poco y tal vez conozcas a alguien mientras nos tomamos una cerveza.
Después de un rato de estar allí tirados en el pasto con el desconocido, llegó otro tipo, se tiró allí con toda confianza, nos contaba que había viajado mucho. Cuando llegó aquí hace un par de años conoció una señora que le ofreció conducir un bicitaxi, con eso podía pagar todos sus gastos y le dio suficiente dinero para pagar su propio bicitaxi, ahora vive de eso… Yo le expliqué mí situación, pero él no sabía nada, no conocía a nadie que pudiera ayudarme. Mientras estábamos allí, uno de ellos encendió un cigarrillo de hierba y lo acompañaba con unas cervezas, ahora hablaba el tipo que te había preguntado sobre la tienda de campaña, había llegado hasta allí desde Oslo, sin dinero, sólo caminando, o nadando, según fuera conveniente, excepto el último tramo que era imposible cruzar de ninguna de las dos formas. Hace un par de años se enamoró de una sueca que había visitado su natal Australia, y cuando el enamorado llegó a Suecia siguiéndola, ella simplemente le dijo que las cosas no resultarían, así que era mejor que se fuera. Él no pensaba regresar a su país todavía, había abandonado su empleo y había decidido no entrar a la universidad porque pensó que en Suecia podría construir algo junto a su amada, pero las cosas de pronto cambiaron y hay que saber adecuarse a las situaciones, bien lo dice el I Ching, todo está en constante movimiento, en una constante transformación. Así que se dedicó a viajar.
            Voltee hacia arriba, la luz de la luna ya iluminaba la noche, los mosquitos merodeaban y un par de personas más escuchaban la historia, un brasileño y un sueco que se encargó de invitar la siguiente ronda de cervezas, él sabía que estaba en una situación económicamente ventajosa y muy gentilmente se dispuso a invitarnos la cena. Yo aún no tenía un lugar dónde quedarme, pensé que sería fácil encontrar lugar, sin embargo me dijeron que la junta de Cristiania había decidido que no permitiría acampar a la gente porque hacía unos años habían encontrado una persona muerta en una tienda de campaña, y en general, la gente dejaba mucha basura que después ellos tenían que recoger. Sin embargo el brasileño me dijo que lo esperara que él sabía de un lugar donde podía acampar. Después de beber una cerveza más, todos comenzaron a irse, excepto los mosquitos que eran tan grandes que su picada dolía como una punzada, era imposible que extrajeran sangre, dolía mucho cuando picaban como para pasar inadvertidos. Sólo quedamos el brasileño y yo, allí en la mesa, él hablaba, yo escuchaba, no paraba de hablar, y cada vez que pasaba una rubia (lo cual era muy seguido) se le perdía la mirada, y comenzaba a babear y a bramar obscenamente. Entre muchas otras cosas decía que tenía trabajo, pero a lo que realidad aspiraba era a dejar embarazada a alguna adolescente rica y rubia e irse con ella para que pudiera mantenerlo y heredar algún terreno o una pequeña fortuna de los papás. Su plan era el colmo de la mediocridad, pero no me importó en ese momento, no estaba en posición de irme, no sabía a dónde ir.
            Finalmente no se sabe la realidad que le ha tocado vivir a la gente, no se sabe su educación, no se sabe su familia, no se sabe nada. Sólo era un pobre diablo oportunista, simplemente buscaba situaciones en las que podía acostare con alguien, que seguramente eran pocas, aunque él presumía lo contrario.
            ―La semana pasado llegó una chica superlinda, bonita, como 20 años y yo     le dije que se viniera conmigo, que la pasaríamos moltu bein, y la llevé a mi ocupa, porque agora estoy ocupando un edificio, pero no te puedo llevar  allí, porque está un poco lejos, y además no quiero que nadie se entere, pues me la llevé a la mínina, era una chica tan bela, y pasamos allí todo el fin de semana, era linda, muy linda”.
Cruzamos un puente de madera al otro lado de la marisma, y caminamos varios cientos de metros. Seguí escuchando su gangosa voz que parecía no tener fin, hablaba sobre su trabajo una y otra vez y sobre las chicas que según él se había tirado. Comencé a sospechar, a esperar lo peor, sería mejor estar preparado. Me preguntaba si no es sólo su deseo reprimido lo que lo llevaba a decir innecesariamente toda aquella flagrante verborrea. Finalmente llegamos a un sendero en el bosque que nos llevó a otra marisma, cerca había varias casas de campaña y se escuchaba tosiendo dos personas enfermas. Dijo que allí había estado viviendo él, era un buen sitio, pero salió salido corriendo cuando un par de gorilas fascistas fueron a amedrentarlo para que se fuera, que regresara a su país, que lo iban a golpear y era mejor que no regresara porque allí no había lugar para él. Así que agarró sus cosas más importantes y salió huyendo, sin deshacer su tienda de campaña...
            Los restos de tienda estaban podridos con ropa mojada adentro, la tienda estaba tirada sin ningún tipo de soporte ni se podía distinguir muy bien qué había adentro, pesaba mucho. El tipo se fue hablando solo, riéndose, me había dado  mal presentimiento, comencé a mover los restos de la pesada tienda a un lado para que cupiera la mía. Entonces se me ocurrió que tal vez había un cadáver dentro, me acerqué para tratar de oler algo, no olía nada. Era muy pesado. Lo empujé hasta que giró. Comenzó a escurrir un líquido rojo. De inmediato acerqué la linterna para ver bien. No era sangre. Por un momento pensé que lo era, pero no era sangre. Gusanos salían arrastrándose pesadamente. De pronto pensé que podrían venir también por mí los fascistas, o que podrían matarme allí mismo, pero ya estaba demasiado cansado, sólo quería dormir y descansar. Puse la tienda de campaña muy cerca de donde había estado la otra. Entré. Dormí a los diez segundos de haber entrado.
            ―Sí, yo trabajé allí hace como 4 años, es muy fácil, requieren mucha gente.     Sobre todo por esas zonas. Yo creo que si vas algo va a salir seguro. Mira tienes que buscar a Liza ella puede ayudarte, incluso es posible que te deje quedar en su casa, es una casa grande donde hay artistas, se llama  Cartuflar. Y dile que yo te he enviado. ―dice Wolly.
            ―No lo sé, no tengo dinero para viajar. He dejado muchos currículos. ¿Qué  tal si me llaman mientras no estoy? Me gustaría esperar un poco. Tal vez tengo suerte.
            ―Pues yo he estado buscando durante mucho tiempo y no hay nada legal, todo fuera de lo legal, hay que buscarse la vida como sea. ―Dice un  tercero.
             ― Vendiendo cosas en la playa o en los parques. Mira, los jefes  hacen lo que quieren con los empleados y ya viene la reforma laboral. Por todas partes hay anuncios que dice Catalans, contracteu catalans. Estamos  devaluados, hasta para lavar platos te piden que hables catalán. Pero los catalanes no quieren lavar platos, dicen que son la generación mejor preparada de todos los tiempos, por eso se van a buscar trabajo al extranjero.
 Los rumanos, los árabes, los latinos vienen a hacer los trabajos que ellos no quieren hacer, y ellos se van al norte a hacer lo que los "europeos" no  quieren hacer. Y encima hay gente que dice que les quitamos los trabajos, claro que ellos jamás trabajarán por 3.50 la hora y con la paliza que implica.
             ―Sí, está difícil, pero no importa si me pagan poco, no necesito mucho.
            ―Mejor vete a buscar un trabajo igual en el norte, te pagaran mejor. Yo lo  he hecho varios años, hay que viajar, de cualquier manera no te vas a morir de hambre. Ya sabes que la gente puede regalarte comida o buscas en la  basura, siempre tiran cosas en buen estado.
Me habían dicho que había un Hacker que podía copiar los boletos de tren. Había que contactarlo, pero no era tan fácil. ¿Cómo se llega a alguien así? ―Hola, quiero viajar, ¿tú eres el que falsifica boletos de tren? ¿Me haces un boleto de tren?— Después de investigar, de ir a varios lugares, de conocer gente, de ganar confianza, de pagar un dinero, por fin conseguí un boleto de tren. Preparé todas mis cosas y un día salí por la tarde para recoger el boleto, pasaría la noche por allí, en casa de algún amigo y al día siguiente me iría temprano. Me desperté ese día con mucha energía, dispuesto a recibir todo lo que podría pasar en el viaje. Fui a la estación de tren, estaba en la Rambla de Cataluña dispuesto a partir. Tomaba un café mientras daba la hora, cuando sonó el teléfono.
            ―Hola.
            ―Hola, ¿estic parlant amb Orlando?
            ―Sí, dígame.
            ―¿Parles catalá?
            ―Una mica, però ho entenc tot, aunque responda en español, entiendo  todo.
            ―Be, doncs. Et truco del restaurant Boragine y tinc un currículum teu aquí,       ¿t’interessa fer una prova a la cuina demà?
Los pájaros se posaron sobre la tienda, entraba un poco el sol, había babosas por todas las paredes de la tienda, las había enormes, las había pequeñas, había trazado todos sus caminos por fuera. Estaba entumecido, había demasiada humedad, gran parte de la noche había llovido. Al salir de la tienda para saber dónde me había quedado descubrí un increíble lago enfrente, era uno de los numerosos canales de la marisma, una familia de cisnes desfilaba frente a la tienda, allí a cuatro metros de distancia. La hierba brillaba por el rocío del alba. Se sentía una atmósfera completamente de tranquilidad. Lo disfruté como nunca, pero no podía permitirme tanto tiempo allí, tenía que irme pronto. Necesitaba encontrar la gente que pudiera darme información. El día había avanzado, había preguntado a muchas personas por la casa Cartuflar, pero nadie sabe nada, era extraño, para ser una casa tan grande y que nadie sepa nada.
            Estaba allí tirado, cansado de cargar las cosas, un perro me miraba fijamente, tenía hambre, había que buscar comida también. El camino de un viejo se detuvo ante mí.
            ― ¿Estás bien?— Después de un sí aletargado, pregunté si conocía   Cartuflar.
            ― ¿Cartuflar? ¿Tienes hambre?
            ― Sí, pero necesito llegar a Cartoflar
            ―¿Cartofler? ¡Ahhh! ¡Quieres decir KARTOFLER! Una casa pequeñita que  está allí adelante, una casa pequeña habitada por tres chicas jóvenes. No estás lejos, no te desanimes. Sigue por este camino, la encontrarás.
El viejo también me dijo que kartofler significa papas, patatas en danés. Con la pronunciación de Wooly y mi conocimiento del Danés seguro decía yo alguna cosa que nadie entendía, ahora veo por qué me veían todos tan raro. No perdía nada con ir allí y saber si era o no la casa. Así que caminé unos minutos y cuando estuve allí, la descripción del viejo era exacta, una casa pequeña de madera, me acerqué un poco y encontré una chica, pregunté por Liza, enseguida me dijo una bellísima chica que ella era Liza. Ella se alegró de escuchar el nombre de Wolly de Brasil. Las otras dos chicas aún desayunaban adentro de la casa, me preguntaron por Wolly y por Durval, yo no conocía a Durval así que me dediqué a hablar sobre Wolly, su esposa y su hijo. Me invitó un café, después le platique por lo que yo había ido hasta allí, y me dijo que conocía gente que había ido al campo pero no sabía a dónde ni cómo. Era muy frecuente que la gente se iba en estas fechas a hacer la temporada, pero ellas nunca lo habían hecho, incluso lo tenían en sus agendas, algún día tenía que ir allí.
            Al principio pensé que podría quedarme allí en algún rinconcito o incluso en el jardín con la tienda de campaña, pero al ver la casa me di cuenta que todos los rincones estaban ocupados y que el pequeño trozo de jardín era un pedrerío con unos 15 grados de inclinación que llegaba  a otro camino de tierra más abajo, me sentí un poco incómodo y absurdo de pedir alojamiento a las tres chicas, así que no lo hice y les dije que iría a buscar gente que pudiera ayudarme, después regresaría por mis cosas. Salí a caminar por la ciudad de Kóbenhavn. Quería comprar algo de comida hasta que supiera dónde reciclar, caminé por las calles buscando algo... no sabía qué. Compré un pan negro, era muy barato, pero no podía seguir pagándolo, lo poco que llevaba tenía que guardarlo para emergencias. Los basureros de esa tienda estaban por dentro, así que era difícil reciclar, me fui fijando en las otras tiendas que encontraba a mi paso y los contenedores de basura también estaban por dentro. Habría que encontrar alguno que estuviera por fuera, no podía ser que todo estuviera igual aunque me imagine que probablemente sería una ley, si era eso, entonces estaría muy difícil poder alimentarme allí. Seguí caminando, entré a comprar una cerveza en una tienda, me costó el doble de lo que me había costado el pan, después descubrí que me habían visto la cara de turista.
            Me senté en un parque lleno de jóvenes, era una zona cercana a la universidad, así que esperé, seguro tendría que ver a alguno con rastas, ellos saben este tipo de cosas y si no, por lo menos conocen gente que sabe, o por lo menos son más abiertos para hablar de cualquier cosa sin escandalizarse, claro que, como todo, algunas personas que llevan rastas sólo las llevan por moda, porque piensan que eso los hace parecer más libres aunque en su estrecha cabecita siga existiendo un pequeño dictadorzuelo neoliberalista prepotente, un tiranuelo. Porque en la sociedad está de moda ser buena onda, ser jipi, ser ligero y de mente abierta, y hay quienes se esfuerzan mucho en ser alternativos, pero ¡ohh! desgraciada sociedad, algunas veces estas personas son las más conservadoras y en lugar de anarquistas son totalitaristas, creen que tiene La Razón y se dedican a predicarla e imponerla. Pues a este tipo de rastas esperé no encontrar.
            Así que regresé a Christiania, cansado, cabizbajo. Recogí mis cosas de casa de Lisa, ella era bellísima, me perdía en sus profundos ojos azules, y en su sonrisa, quería decirle que me dejara bañar en su casa, que me dejara dormir en un rincón de su cama, que escapáramos juntos a ver el mundo. Pero no lo hice. Recogí mis cosas y salí de allí, rumbo a la marisma. Al llegar descubrí que mi sitio había sido ocupado por alguien más. Busqué otro. Las toses flemáticas aparecieron. No podía estar cargando las cosas todo el tiempo, necesitaba acampar. Necesitaba cartones, el piso era demasiado húmedo. Necesitaba moverme más rápido, necesitaba una bici. Había visto varias abandonadas por la calle pero necesitaban refacciones. Había que hacer un plan.
            Lo mejor era conocer a los vecinos de camping. Entre ellos había un par de noruegos, 50 años, ellos eran los de la tos. A pesar de eso, seguían fumando. También había unos alemanes que tenían una tienda enorme, con habitaciones, habían puesto unas sillas, una mesa y una alacena. Me dijeron que cerca había unos chicos españoles, pero entonces no estaban. También había una pareja, un polaco, una australiana. Ella era ilegal. Ellos esperaban también encontrar trabajo para limpiar bodegas. Tenían un número de oficina donde les habían dicho que podían ir. La noche cayó, la conversación avanzaba. Ellos sabían dónde reciclar. Es el tercer año que estaban en Cristiania. Habían llegado en una pequeña furgoneta, en ella viajaban, viajaban, viajaban.
            El viento frío comenzó a entumirme los brazos y entonces decidí irme a dormir. Al día siguiente fui a la biblioteca, busque información sobre granjas. En el camino encontré una bici, tenía una llanta pinchada, pero lo demás estaba bien. ¡No lo podía creer, estaba allí tirada en la calle, como esperando que yo la encontrara! La llevé a casa de Liza para pedirle herramienta. Abrió sus enormes ojos azules, su mirada se desvió una y otra vez, sus labios se entreabrieron, me dio la herramienta, me dio unos parches y arreglé la bici. Me dio un número telefónico de una amiga suya que había trabajado en el campo y que seguramente tendría más información. Me deseó buena suerte, al salir de allí voltee otra vez, ella se asomaba por la ventana. Fue la última vez que la vi.
No había comido en todo el día, tenía pan negro, y agua de la fuente. Había aparecido el brasileño, dijo que va a ir a limpiar un restaurante, sacar basura, limpiar baños, a cambio le daban comida. Le pregunté dónde era. Después de un rato estábamos limpiando los baños. Me contó que había conocido una rubiecita, me contó que la llevó a su ocupa y que primero no estaba muy cómoda, pero le ofreció un vino, la trató como princesa, le hizo comida y luego se le acercó y le metió la manaza por debajo de la falda.
            ―Eso era lo que ella quería― Me dijo. ―Entonces empezó a  retorcerse y         gemir bajito, bajito, y luego le bajé la tanguita y le dejé la falda, porque me gusta la rubiecitas con faldiña. Así suave, suave, le metí un dedo y gemía, y la acariciaba por debajo de la camiseta. Así me gusta, y ella se retorcía y  me agarraba y me decía que lo hiciera, que se la metiera suave, suave y   así estuvimos toda la noche. Todo el día. Y ahora está esperándome, voy   para allá después de comer, a ver a la chiquilla rubiecilla, mami.
 Después de unos minutos seguí mi camino, crucé el puente de la marisma, entonces vi dos personas sentadas a la orilla, miraban detenidamente el agua, él tenía rastas, ella no, pero él comenzaba a hacérselas... Me miraron, los miré, los saludé, me saludaron... Es curioso porque en los países del norte, si alguien pasa a tu lado no te saluda, ni voltea a mirarte, eres extraño y no se te dirige la palabra, me acostumbré a los pueblecillos, cuando dos personas se encuentran de frente se saludan, y lo intenté en Copenhague pero no, escapaban a mi voz, y apenas miraban por el rabillo del ojo. Al llegar al camping decidí cambiar de lugar, unos 50 metros de donde estaba antes, no quería que viniera a buscarme ese brasileño y comenzara a hablarme de sus fantasías sexuales todo el tiempo, yo ya tengo suficiente con las mías. Así que instalé la casa y me dispuse a dormir, la humedad de la tierra se conjugaba apaciblemente con la lluvia que cayó toda la noche y con la nórdica tos incesante. Desperté, miré los caminos que las babosas habían dejado en su recorrido nocturno. Al abrir los cierres cayeron dentro de la tienda unas siete babosas enormes como el tamaño de la palma de mi mano, y unas quince cochinillas que comenzaron a corretear por todas partes, algunas se metieron en mi bolsa de dormir. Cuando terminé de sacar las sabandijas, comenzó a llover de nuevo. Todo el día llovía. Me dedicaba a pensar, a planear, a mirar la lluvia, a mirar los patos.
            Los noruegos estaban muy bien instalados allí, tenían un par de neveras llenas de cerveza, un par de quinqués muy bonitos y preciados, una mesa, unas sillas, dos pequeñas cocinitas de lámina en las que cocinaban con leña, incluso tenían un tambo enorme que usaban como caldera, era como estar en la sala de alguna casa pero rodeada de árboles, habían improvisado un techo con un plástico grueso, era un techo debajo del cual cabía la sala y las tiendas de campaña, porque tenían dos, una era habitación y otra estaba llena de cosas que probablemente no usaban. Estaban allí desde abril y pensaban irse en septiembre, eran trashumantes. Un poco hacia abajo a unos veinte metros a la derecha estaba mi pequeña casita, a la izquierda a unos treinta metros otra casa enorme azul de tres habitaciones, la de los alemanes. También se habían instalado muy bien allí, incluso se veía que habían barrido y arreglado todas las plantas de alrededor, incluso habían sembrado matas de tomate de los que ya aparecían los primeros tomatitos, parecía un jardín cultivado.
            Los noruegos me dijeron que yo había elegido un mal lugar, allí estaba demasiado húmedo y si llovía mucho se encharcaría haciendo un lodazal terrible. Me recomendó que buscara otro lugar, pero le dije que los otros lugares que había visto no eran muy diferentes a ese, que incluso allí donde estaba él, era igual, todo aquel terreno era como un pantano al que sólo le faltan las sanguijuelas... —tal vez haya— me dijo mirándome mientras asentía. A partir de ese momento sacudía la tienda antes de abrir el cierre, por fuera o por dentro, la sacudía mucho, y siempre caían babosas, cochinillas, pequeños ciempiés, tijerillas, caracoles, y cacas de pájaro por todas partes, pero, por fortuna, nunca vi una sanguijuela.
            Cuando paró la lluvia fui a la biblioteca y a reciclar comida. Había tomates, pepinos y un par de verduras que nunca había visto. También encontré un yogurt que parecía bastante bueno. La gente no me miraba. Era extraño porque si en España te asomas a la basura, todos te miran, pero acá no te miraban, nunca te miran. De regreso comencé a poner atención en las bicicletas abandonadas, también ponía atención en la gente; en general todos llevan prisa, van en bici, pero no sonríen, es tan cotidiano que han dejado de sentir el gusto de ir en bici, la mayoría, pero no todos. Algunos van en unos triciclos en los que llevan a los niños; caben cuatro niños por bici, otros han adaptado una plataforma intermedia entre en volante delantero y la llanta delantera que queda a una distancia de un metro del conductor, así que en esa plataforma pueden llevar todo tipo de carga, cajas, costales, fierros, etc. 
            Cuando llovía, la gente no se inmutaba, seguía en sus bicis pero ahora con impermeable o con paraguas, algunos no preparados continuaban su viaje sin ningún problema, otros se detenían a fumar un cigarrillo mientras esperaban pacientemente a que la lluvia cesara, no se hablaban entre ellos aunque estuvieran en el mismo lugar, en las mismas condiciones haciendo lo mismo, ni siquiera se miraban. Regresé a la tienda, comenzó a llover de nuevo, cuando pasó la lluvia salí por Christiania a dar una vuelta. Los recicladores iban y venían con botellas de vidrio y de plástico,
1 botella de plástico o de vidrio reciclada= 2 coronas
pan negro grande = 12 coronas, 6 botellas recicladas
cerveza 1/3 en bar = 20 coronas, 10 botellas
cerveza 1/2 en super = 6 coronas, 3 botellas
euro = 7.5 coronas, 4 botellas
Sólo mirando la gente, habré pasado una hora o dos allí, los recicladores pasaban a revisar los botes de basura cada 5 minutos, a veces recién se había ido uno y ya había otro levantando la tapa del bote. Había más recolectores que gente tirando basura. Muchos de ellos trabajaban en equipo, unos recolectaba, otro se quedaba en el mismo sitio recibiendo lo recolectado. Al final se iban un par a vender lo recolectado, los otros seguían reciclando. Además de los puestos de artesanía y de mariguana también había unos puestos de hamburguesas y salchichas. Cada vez que yo pasaba por allí me derretía, el olor era exquisito, yo sólo había estado comiendo pan con pepinos o tomates desde que llegué.
            Los puestos de artesanía estaban controlados por los gangsters, que son déspotas y brabucones, los supuestos jipis que viven un poco más adentro de Cristiania se la pasan siempre ebrios, también son déspotas y groseros, un par de veces que me acerqué a pedir información, apenas me acerqué ya me estaban echando “¡oye, largo de aquí, vete, usha! Como un perro me trataron. Viven de vender alcohol y todo el día, desde temprano están alcoholizados, esa es la libertad que pregonan, es como si hubieran logrado vender su forma de vida de una manera turística, lograron hacer turismo de estar borrachos Un poco más adentro, el resto de cristiania, hay gente que siempre está arreglando o haciendo cosas en sus propias casas o para la villa, esculturas, estatuas, las casas han sido construidas por ellos mismos, son casitas muy bonitas de madera o de otros materiales totalmente funcionales, algunas de ellas impresionantes, las calles de tierra, las casas construidas por la misma gente, es decir, la vida normal continúa allí en Christiania.
            De nuevo comenzó a llover en Christiania y me fui a refugiar. Toda la noche estuvo lloviendo, al día siguiente paró un poco y luego continuó, no salí en todo el día, al atardecer paró un poco, fui a tratar de reciclar, pero no me fue posible, todos los contenedores estaban por dentro. Afortunadamente el polaco había encontrado uno y me dio una bolsa de pan, ellos habían encontrado varias. También me dio algunas verduras, un pepinillo, un tomate, y un poco de mostaza. Esa noche acordamos ir a reciclar, pero comenzó a llover de nuevo, así que me refugié. De nuevo llovió toda la noche, a momentos paraba, luego continuaba; al día siguiente no dejó de llover, no salí de la tienda en todo el día, salvo para mear y lavarme un poco en la marisma. En la tarde continuó lloviendo, en la noche paró de llover, salí a pasear un poco, a relajarme un poco.
            Cuando uno pasa tanto tiempo en el mismo lugar los pensamientos comienzan a asaltarlo a uno, los recuerdos, las experiencias, las emociones. Me sentía ya sucio y pegajoso, también había comenzado a acumular ropa mojada y sucia, olía mal y no podía hacer otra cosa salvo amontonarla y esperar que algún día saliera el sol para poder tenderla y por lo menos guardarla sucia, ya encontraría un lugar para lavarla. Comencé a pensar que era mejor moverse al interior del país, allí no encontraría nada, comencé a pensar que tal vez sería mejor conseguir un chip de teléfono porque así podría llamar a algunas personas que podrían tener información, pero terminaría con la mitad de todo mi dinero, por otra parte, el polaco me había dado el número de una empresa de limpieza en la que él tenía toda la esperanza de trabajar, pagaban bastante bien, el sueldo mínimo era aproximadamente 17 euros la hora, pero allí pagaban 23. Claro había que llamar, muchos edificios estaban solicitando ser limpiados, antes de que yo llegara había diluviado en Copenhague, las calles se inundaron, la marisma se desbordó y eso explicaba la tremendo humedad de la tierra.
            También los amigos a la distancia me habían enviado un par de contactos por mail, gente que podía ayudarme, por lo menos hospedarme un par de noches, al fin y al cabo, eso no se le niega al conocido de un conocido en aquellas circunstancias. Resolví comprar la tarjeta al día siguiente y a partir de allí buscar direcciones en el interior del país, moverme con el tren, porque aún tenía el boleto que me permitía viajar por todos los trenes que yo quisiera. Al día siguiente me desperté temprano, compré la tarjeta telefónica = 70 coronas. Me quedaban 30, fui a la biblioteca, pero abrían hasta las 12:00, eran las 10:00 me dirigí de nuevo a Christiania, hice un par de llamadas al número que me había dado Liza, no me contestaban, aparecía el buzón, como no entendía nada pensé que tal vez no funcionaba, llamé a mi número de España, evidentemente no contestaría nadie, sólo lo dejé sonar una vez para ver si funcionaba, sí funcionaba.
Llamé de nuevo al teléfono de la amiga de Liza, nada... Marqué a un número que me habían hecho llegar por correo electrónico, “¿Alò?”... ¿hola? ¡hola!” No sé en qué momento la llamada había terminado, el saldo estaba agotado, regresé a la tienda muerto, desolado, vencido, triste, había tirado 50 coronas a la basura, no había logrado hacer ni una llamada, lloré, pataleé, berreé, me destrozó, me destrozó completamente. Tenía que hacer algo.
            Después de un rato, me dirigía deambulante a la estación de trenes con ganas de irme a donde fuera, a donde fuera, regresé por la bici, quería darme un baño, hacía ya varios días que no me bañaba, lo necesitaba, necesitaba estar fresco y tranquilo, y comer algo. Encontré al australiano por allí, me preguntó dónde me había metido. Me dijo que alguien me estaba buscando. No sabía quiénes eran, pero me estaban buscando. Tendría que ir a algunas granjas a buscar algo, directamente. Al día siguiente arreglé algunas cosas y me fui a la estación de tren, viajé cuarenta minutos, cuando llegué llovía. No podía seguir así, ni siquiera sabía cómo llegar al lugar. Al parecer la carretera por la que yo había calculado llegar era una vía rápida en la que no cabían ni bicicletas ni peatones, vaya maravilla de googlemaps.
            Esperé unos veinte minutos, dejó de llover, en seguida me puse en marcha, me interné por las veredas del campo, pasé por una pequeña granja en la que me dijeron cómo llegar, debía seguir bien las instrucciones porque era fácil desviarse y terminar perdido. Me perdí. Con la lluvia encima de mí llegué a la granja. Un fuerte viento frío traía detrás de sí unas nubes tan negras que contrastaban con el campo amarillo. Las largas hojas del pastizal formaba figuras armoniosas a voluntad del viento. Cuando llegué encontré una persona que me dijo que ese no era precisamente el mejor momento, había bastante gente, había veces en las que sólo solicitaban un puñado de personas, pero nada más, los demás tenían que esperar. Una persona realmente gentil que se apenaba de no poder ayudarme, me dijo que regresara al día siguiente tal vez podría arreglar algo con el dueño, pero para mí había sido demasiado cansado llegar hasta allí y le dije que buscaría en otras partes, me dio un par de direcciones que eran las mismas que yo había encontrado por internet, me dispuse a marcharme. Como regalo de consolación me dio una bolsa de zanahorias, estaban muy buenas.
            De nuevo comenzó a llover, pensé por un momento refugiarme, pero mi ropa ya estaba algo mojada y decidí llegar hasta la villa más cercana, no estaba muy lejos, pero la lluvia comenzó a apretar más y más fuerte, de pronto vi como se arremolinaban las nubes en el cielo, se estaba formando un huracán, nunca había visto uno y mucho menos tan cerca, era impresionante. Cuando llegué a la villa, me metí en el primer pórtico que encontré, los dueños de la casa no tardaron en asomarse para ver quién estaba allí, los saludé, estaba ansioso de que me abrieran la puerta, entonces me invitarían un chocolate caliente mientras mis ropa se secaba en una secadora de ropa, me invitarían a cenar y de pronto al contar mi historia me dirían que ellos podía ayudarme, que al día siguiente estaría todo arreglado, desgraciadamente eso no fue así. No me devolvieron el saludo, cerraron las cortinas de la ventana y yo me quedé allí empapado, esperando que cesara la lluvia mientras comía zanahorias.
            Cuando terminó la lluvia, retomé el camino, y me dirigí a la estación, pero de pronto los caminos parecían todos iguales, no había diferencia entre ellos, las casas eran iguales, probé por uno, sin salida, regresé. Intenté por otro, que me llevaba hacia unas planchas de acero que nunca había pasado, regresé, traté por otro que cruzaba unas torres de electricidad, tampoco era, regresé al primero tal vez sí tenía salida pero no la había visto, definitivamente no tenía salida, traté por un cuarto, pero ya era muy lejano, estuve tratando una y otra vez por esos caminos, pero no me llevaban a ninguna parte, pasó un automóvil, lo detuve le pregunté cómo llegar a la estación, me señaló el primer camino que yo había elegido, comenzaba a desesperarme, traté por un quinto camino, pero no recordaba que hubiera un corral de caballos y tractores, definitivamente no era.  Pasó otro automóvil y me dijo que podía llegar pero había que daría una gran vuelta, sólo tenía que seguir el pavimento y llegaría, así lo hice, de camino llovió de nuevo. Al fin llegué a la estación, de nuevo mojado con frío y hambre, mientras regresaba a Christiania, comencé a sentir ese aire que ponen en los trenes. El frío comenzaba a penetrar en mis huesos y comencé a sentir más frío por la ropa mojada, comencé a temblar con la sensación que viene antes de enfermar, pero me contuve, no podía enfermarme, sería el colmo de la mala suerte, me quité la chaqueta, me quité los zapatos, me quedé con una camiseta de manga larga, pasé mis brazos por debajo de la camiseta y los pegue  a mi tórax, no podía enfermarme allí, en Copenhague, me resistía a ello, sería el peor momento para una enfermedad. Al fin, llegué a la ciudad, rápidamente monté la bici para generar calor, me dirigí a mi refugio, no tardé mucho, entré a la tienda con la respectiva sacudida previa, me quité la ropa mojada, la aventé al rincón donde estaba la demás ropa mojada, me puse la ropa medio seca que tenía, me metí en mi saco de dormir y me acurruqué, trataba de calentar todo mi cuerpo. No podía.
            Aún tenía ese calosfrío que recorre el cuerpo antes de una enfermedad, trataba de calentarme frotándome los brazos, comencé a entrar en calor, lo más difícil eran las piernas y los brazos, las manos no se calentaban, lo intenté mucho tiempo, me metí de lleno en mi sleeping bag, así mi propio vaho calentaría mi cuerpo, y allí me quedé dormido. Al despertar me dolía la cabeza, me sentí enfermo, pensé que lo peor acababa de comenzar, pero después de un rato me di cuenta de que no estaba enfermo, al contrario tenía calor y necesitaba desprenderme de algunas capas, la cabeza me dolía de hambre y calor; comí algo, pan con pepinillos y zanahorias. Eso era todo, no podía ir a reciclar tenía que comer eso, mañana sería otro día.
            Me levanté tarde, me dirigí a la biblioteca, pedí una computadora, estuve allí, sin muchas ganas de salir de nuevo a buscar nada, mis zapatos seguían mojados, y mi chaqueta también, si me iba así y comenzaba a llover sería el fín de mis ánimos. No tenía ni siquiera algo para cubrirme, soñaba con un café caliente, algo tan simple, tan absurdo y terrenal como un café me hacía despertar en mi unas ganas terribles de llorar, una añoranza por algo tan vano y superficial que para mí habría sido un regalo divino, y cómo añoraba un plato de arroz con atún o unos huevos fritos con frijoles, pero sobre todo un café. Dejé la sesión a la mitad, no tenía sentido seguir buscando sin tener claro cuál era el plan a seguir. Me consolé con beber un poco de agua de la fuente.
            Caminé por el canal con todas esas enormes lanchas llenas de turistas, en algunas lanchas incluso iban declamando ópera, parecían disfrutar el paseo, tomaban miles de fotografías, seguí caminando, no sabía si debía irme o no, era la primera vez que me planteaba en serio una partida prematura, y si me iba ¿cómo me iba y hacia dónde? ¿En bici, en tren hacia la otra parte de Dinamarca a seguir buscando? ¿De regreso a España o en bici por allí? Pero sin un plan definido, sin mapa, sin internet, sin contactos, algo tendría que suceder quedarme hasta agotar completamente las posibilidades, hasta el último día de vigencia del boleto de tren y entonces regresar, o regresar poco a poco.
            Estaba muy confundido, no podía resolver nada, me distraía el olor de la comida, no me dejaba pensar claro. Para llegar a París tendría que contactar a los amigos, regresé rápidamente a internet, ya había alguien en mi lugar, le dije que era mi sesión que se quitara, lo hizo en el acto y me ofreció disculpas. Escribí a mis contactos para pensar todas las posibilidades aquel día y decidir qué haría, llevaba ya más de 15 días allí.
            De nuevo abandoné la computadora estaba cansado de estar allí frente al monitor. Mientras caminaba hacia la salida comencé a sentir la necesidad de pasar al baño, hacía ya varios días que no cagaba, así que entré, al principio me costó mucho trabajo, me dolía y me sentía tapado, parece que me estaba tardando porque alguien tocó la puerta, para mí había entrado hacía apenas un minuto. Sólo había un baño y no había ventilación. Ya no me importaba nada, yo estaba allí por algo importante y no me apresurarían sólo porque otra persona tocaba la puerta; traté de concentrarme, por fin salió la primera parte después de un trabajo monumental, me había dolido mucho, parecía ser enorme y seco, el pan negro había hecho un muy buen trabajo en la flora intestinal. Tocaron la puerta de nuevo, grité que estaba ocupado, ya nada me importaba, si me prohibían el paso a la biblioteca no me importaba, lo había aprovechado y me largaría de allí en uno o dos días.
            La segunda parte fue más sencilla, pero no olía muy bien, tocaron de nuevo la puerta, tanto trabajo me había hecho sudar allí encerrado con la luz tenue, por cierto pésimo baño, uno de los peores que vi en todo el viaje, incluso gasolineras tienen baños pulcros y con ventilación, hay baños en los que podría quedarse uno a vivir de tan impecables que estaban. Aprovechando la oportunidad y para desaparecer un poco el sudor, me lavé la cara y después de tomarme mi tiempo salí triunfal y glorioso.
            Cuando abrí la puerta estaba una chica realmente guapa en primera posición de una fila de tres, después estaba una señora y luego un viejito, dejé la puerta abierta. Pobre chica, no sabía si entrar, ceder el lugar, abandonar la posición o esperar. ¡Qué demonios! Todos olemos mal alguna vez, a menos que haya alguien que cuando cague huela a rosas, entonces me disculparía. No tenía nada de qué avergonzarme, en todo caso la culpa era de la biblioteca, del Ayuntamiento, de Copehague, de Dinamarca, de Europa, de la sociedad, del capitalismo salvaje, de la globalización. Seguí caminando entre los libros y las miradas de varios fisgones, parece que para eso sí voltean a verte y mientras salía pude percibir claramente que ya necesitaba una ducha, algunas otras personas también pudieron percibirlo. No me importó seguí caminando.    
            Al llegar a la tienda me quedé allí un buen rato, me masturbé y me quedé mirando al techo, necesitaba liberar energía, tensión, pero por otra parte me había comenzado a doler la cabeza, eso me pasa cuando me masturbo sin estar muy fuerte. Me quedé tirado allí y al poco tiempo me quedé dormido. Cuando desperté tenía hambre, comí pan, recordé la gran azaña de la biblioteca, me reí mucho. ¿Estaría ya perdiendo la cordura? Decidí salir a dar un paseo, tenía muchas ganas de salir, agarré la bici y comencé a pedalear, sin rumbo, sólo a pedalear. Llegué a la facultad de teatro, a la de danza, a la de artes plásticas, a la de música, a la de letras, a la de filosofía, qué maravilla, todas estaban en la misma calle, y justamente ese día tenían un concierto, había varias bandas muy buenas, y allí estuve un buen rato, sentado frente al escenario, de pronto llegaron un grupo de seis personas que se sentaron justo frente a mí, no me dejaban ver así que me recorrí un poco a la derecha, cuando terminó aquella banda, las personas de enfrente decidieron ir hacia el otro escenario.
            De pronto mis ojos se iluminaron por completo cuando descubrí un tesoro resplandeciente tirado en el piso, ¡habían olvidado un kebab en un plato de cartón en el pasto! Yo dudaba que estuviera allí, tal vez era mi imaginación, ya era de noche y no se veía bien; pero sí, mi vista no me engañaba ¡era un kebab! Por lo menos a la mitad, y mi estómago me rogaba que lo agarrara y me largara de allí cuanto antes, no conocía a nadie ni me interesaba conocer a nadie, pero ese estúpido saco lleno de moral me pesaba bastante. Recoger comida abandonada por quién sabe quién... Por otra parte yo había visto a la dueña, era una rubia que se veía bastante saludable y además era guapa, lo cual no quería decir que el kebab supiera mejor, pero por lo menos no tendría dudas de su procedencia. Y estaba allí sin dejar de mirar el glorioso kebab, de pronto la gente comenzó a levantarse y moverse de sitio, ¡era el momento oportuno! Alguien se acercó hacia donde yo estaba y pisó el plato, el kebab cayó al pasto y el plato cayó encima.
            Me acerqué y agarré el plato y un grupo de tres chicas pasó enfrente de mí sonriéndome, entonces me armé de valor y recogí el kebab, no me importó nada lo que pensaran ese trío de rubias vikingas. Estaba casi entero y sentí una gran alegría dentro de mí, ¡tenía una cena con pollo! Quería llorar. Me fui de allí con las primeras gotas de lluvia de la noche. Había pensado mucho en todas las posibilidades y había decidido irme en dos días.
            Al entrar al edificio, el bibliotecario me miró resignado, algunas personas voltearon a mirarme. Le pedí una computadora, me dijo que sólo tenía una de 15 minutos. Acepté. Tenía varios mensajes, me estaban buscando en Copenhague, eran unos amigos de un amigo y de un lejano conocido mío que había encontrado por casualidad en Berlín. Al responder el mensaje de uno de ellos me respondió en seguida, eso significaba que estaba conectado, lo agregué a mi lista, pensé que tendría techo el último día de mi estancia allí. Un baño caliente, un poco de comida y tal vez bebida. Me dijo que vendría por mí, me llamó por teléfono a los pocos segundos, le dije dónde estaba y me apresuré a planear mi salida al día siguiente, iría directo a París. Allí me esperaban. Cuando salí reconocí al desafortunado australiano enamorado, platiqué con él un rato, le dije que me iría, que estaba cansado, me habría gustado mucho hablar más con él, pero no se había dado la oportunidad. Nos despedimos y en seguida llegó Julián.
            ― No has comido. ¿Verdad, güey?
            ― ¿Qué se nota mucho?— No me dijo nada, sólo sonrió y afirmó con la             cabeza.
            ― ¿Dónde te estás quedando?
            ― En la orilla de la marisma, de otro lado del puente
            ― ¡Rifado, cabrón! Vente vamos a ver a un compa, ya le dije que estás   aquí. Hay más gente que te está buscando, parece que ya eres famoso,             
              --¿he?
Entonces llegó un tipo bajito de barba y cabello largos, canoso, moreno y sin un diente. Cuando llegó, lo primero que hicieron fue comprar cervezas, mientras les contaba mi historia se bebieron las cervezas, fueron por las otras, yo no había terminado la primera y ya me sentían borracho, les dije que tenía hambre.
            ― ¿Quieres una hamburguesa, te invito, ven vamos― Era deliciosa, nunca había disfrutado tanto una hamburguesa en toda mi vida.
            Francisco, el otro mexicano, se dedicaba a dar clases, era antropólogo y profesor de arte, hablaba perfectamente bien el danés, llevaba 25 años allí. Julián se dedicaba a trabajar de lo que podía, aprendía el idioma y mantenía a su pequeña hija, no vivía con la mamá. Fui a recoger mis cosas, recordé que había quedado en ir a despedirme de Liza y las chicas de Kartofler, pero no tenía muchas ganas ni tiempo para ir allí, así que decidí no hacerlo. Al recoger mi tienda había una cantidad impresionante de bichos debajo, salieron corriendo sorprendidos por mi espontanea decisión de abandonar el lugar, al vaciar la tienda decidí tirar toda la ropa mojada y una silla de camping que había encontrado por allí, pero que nunca usé porque llovió todo el tiempo. Así viajaría más ligero. Fui a visitar al polaco y la australiana, pero no estaban, en fin, no podía buscarlos ni esperarlos. Agarré mis cosas, la bici y me fui. En el camino, me encontré con el noruego, había una buena relación entre nosotros, le expliqué que me iba y me deseó lo mejor, yo también a él, le dije que dejara de fumar si quería recuperarse algún día.
            Ya me estaban esperando con unas cervezas más, yo estaba un poco mejor y me la tomé. Ya estaba borracho cuando abandonamos Christiania. En cuanto llegamos a su departamento la cámara de la rueda delantera de mi bici se rompió, era curioso, había llegado justo y ahora la dejaría allí para que alguien más la utilizara. Compartía piso con un danés con cara de loco, cuando estuve hablando con él me dijo que se dedicaba a la anti-economía, era una buena persona. El departamento tenía un olor increíblemente penetrante que salía del baño, no sé qué era exactamente, probablemente un producto químico para quitar tapones del caño, pero el olor me recordaba a mi antigua primaria, un olor a orina acumulada por varias generaciones que hacía llorar apenas entrabas, aquel baño de la niñez era uno de los baños más asquerosos que he visitado nunca, aun ahora tengo sueños recurrentes donde aparece ese baño. Tomé una ducha en este otro baño que más bien me llenó de recuerdos.
            Después de un momento de hablar me ofrecieron cenar y beber, llegó un chileno que llevaba ya 10 años allí, hablaba muy bien el idioma, llegó otro amigo danés, eran personas interesantes, una verdadera pena que apenas los conociera un día antes de salir. También llegó el bicitaxista, aquel que me había dicho que no conocía a nadie que pudiera ayudarme. En cuestión de momentos ya teníamos una borrachera con un buen jazz nórdico, pero yo tenía que dormir, mi tren salía a las 7:20; eran ya las 21:00 y ellos parecía que no se irían, me tocaba dormir en la sala y yo no podía decirles que se fueran, por supuesto. Pero poco a poco comencé a quedarme dormido, y cabeceaba incluso con el ruido, decidí acostarme con o sin ruido, y me quedé dormido.
            Al día siguiente me desperté antes de que sonara el despertador, nunca he necesitado despertador, detesto que haya un aparato para despertarme, es absurdo, yo siempre he pensado que las personas tenemos la voluntad para despertarnos a la hora que queramos, sólo es cuestión de concentración y determinación. Es como cuando empiezan a suceder cosas demasiado extrañas y entonces me digo: "ésto no puede ser real, debe ser un sueño", y adentro del sueño empiezo a recordar la situación en la que me encontraba en la realidad y la del sueño, las comparo y me convenzo de que es un sueño, y como es un sueño puedo hacer lo que quiera, así funciona el sueño, sólo hay que tener un poco de lógica, pero algunas veces suceden sueños de los que uno quiere despertar pero que después resulta que no son un sueño sino la realidad.
            Entré al baño me lavé un poco, me preparé un desayuno traté de provocar que se despertaran para poder agradecerles y dar una última despedida, pero no despertaron. Sueño pesado. Llegué caminando tranquilamente a la estación de tren, veía con mucho gusto por última vez la ciudad de Copehague. Llegó el tren y subimos todos en la parte de adelante, porque a la mitad del camino, se dividían y uno iba a Alemania y la otra a Francia, mucha gente fue subiendo poco a poco. Me sorpredió que el tren entero entrara en un ferry para cruzar de el estrecho a Alemania.
            Disfruté de nuevo el delicioso viento frío del norte. Nunca había sentido el viento en mí como entonces; no quise cubrirme, quería sentir el viento helado que se incrustaba en mi cara, en mis brazos, en mi pecho. Quería sentir ese viento de nuevo plenamente de frente a mí, me llenaba fresco los pulmones, me daba una bofetada en la cara para que no olvide quién es él y de dónde viene. Regresaba, había fracasado, regresaba a España. Volvimos al tren y el tren salió del Ferry, continuó su camino. Cada vez iba subiendo más gente y tuve que cambiar el lugar un par de veces. Pasó un revisor, le entregué el billete, lo vio y siguió su camino. Me dispuse a dormir, pero de nuevo tuve que cambiar de asiento.
            Había gente por todas partes en el tren, en el piso. Yo alcancé un asiento incómodo y me dispuse a descansar, pero no pude. Estábamos por llegar a Hamburgo y pasó un nuevo revisor, este me pidió mi identificación, pero de una manera bastante grosera, apenas recibió el boleto me dijo que era falso. La gente de alrededor volteó casi simultáneamente, los rumores cesaron, de pronto había silencio, yo me quedé absorto.
            ― ¿Falso?― Pregunté sorprendido.
            ―Agarra tus cosas y sígueme.
            ―Sí, espera, ya voy.― Recordé la recomendación que me habían hecho          “nunca cojas trenes de alta velocidad, los revisores son más estrictos”.
            ―Vamos, apúrate.
            ― Oye, pero ahora ¿qué pasa?
            ― Se terminó el viaje para ti.―
Había escuchado muchas veces esa frase en el cine, seguro él se moría de ganas por decirla, seguramente había ensayado tantas veces en el espejo del baño y ahora por fin podía decirla con su cara de malo y su actitud de brabucón.
            ― Pero espera, eso yo no lo sabía.
            ― ¿Dónde lo compraste?
            ― Yo no lo compré, a mí me lo regalaron.
Llegamos a una mesa junto al carro donde vendían café, se me quedaron mirando los tripulantes con  cara de asombro.
            ― Claro…; quién lo compró y dónde.
            ― No lo sé, espera, de verdad yo no lo sabía.
            ― No los sabias…
            ― No, de verdad.
 Silencio, mientras llenaba unos papeles, era una multa, era obvio, pero aun así lo pregunté.
            ―Y ahora qué, ¿me vas a dar una multa o algo así? --En ese momento yo ya era el punto de atención de todo el vagón.
            ―Sí, la primera de las multas.
            ― ¿Cuánto es?
            ― 80 euros, si lo pagas ahora.
            ― No tengo dinero.
            ― ¿Tarjeta?
            ― No.
            ― ¿No tienes dinero, ni tarjetas?
            ― No, no tengo.
            ― Esto no es normal, ¿Cómo puedes viajar así?
            ― Me están esperando en París.
            ― ¿Quién te espera?
            ― Una amiga.
            ― ¿Ella te regaló el boleto?
            ― No.
            ― ¿Quién te regaló el boleto?
            ― Unos franceses
            ― ¿Ellos te esperan?
            ― No.
            ― ¿Cuánto dinero traes?
            ― Poco.
            ― ¿Cuánto?
            ― 15 euros.
            ― Dámelos.
            ― Pero no tengo más
            ―Ese es tu problema, no el mío. ―Otra frase de película
            ― ¿Quieres una multa más gorda?
            ― No.
            ― Dame lo que tienes, o te doy una multa más gorda.
            ― Toma.
En ese momento llegábamos a Hamburgo.
            ― Agarra tus cosas y sígueme.
Bajamos del tren, pensé que me dejaría ir, pero no, llamó a la policía y les explicó o que había sucedido, les dijo las características del boleto, no tenía marca de agua, el número no correspondía con el resto de la clave y había una marca amarilla que estaba hecha con marcador, debía ser impresa. El policía me preguntó si yo hablaba alemán, dije que no.
            ― ¿Inglés?
            ― Sí.
            ― Tu billete es falso
            ― Lo sé, él me lo dijo. ―Dije, refiriéndome al revisor. El policía parecía una buena persona, era un señor mayor que me miró con cara de preocupación, no sé qué pasaba por su mente. Probablemente estaba sorprendido de que alguien se atreviera a hacer semejantes cosas de una manera tan estúpida, me vi reflejado en sus ojos, él sentía pena por mí, le dije que yo no sabía nada, vio mis palabras sinceras sin preocupación, se lo dije con toda honestidad. El revisor le había entregado mi documento de identidad y la evidencia, lo seguí hasta la estación de policía. Al seguirlo, la gente se me quedaba mirando como un malévolo polizonte.
            Llegamos a la estación de policía, yo conservaba la calma, los policías me miraban asombrados, me pregunto cuántos casos de gente que llevan allí se presentan a la semana. Tal vez pensaban que yo era un loco con una bomba en la mochila, o un ladrón quizá. El policía habló con otros policías y me interrogó.
            ― ¿Dónde compraste el boleto?
            ― Yo no lo compré. ―Comencé a explicarle la historia, pero me interrumpió, me dijo que él no hablaba muy bien inglés, le dijo a otro que me interrogara.
            ―Dame tu pasaporte.
            ―Lo tiene él.
            ―Refiriéndome al policía mayor.
            ―Este no es tu pasaporte.
            ―Pero yo no necesito pasaporte para viajar.
            ―Claro que lo necesitas, dame tu pasaporte.
            ―Pero a mí me han dicho que sólo necesito mi documento de identidad de      extranjero.
            ― ¿Pero tienes pasaporte o no?
            ―Pues sí tengo, claro que tengo.
            ―Pues dámelo.
            ―Pero no lo tengo aquí.
            ― ¿DÓNDE ESTÁ TU PASAPORTE?
            ―En España.
            ―Porqué está en España.
            ―Porque no lo necesito para viajar.
            ―Sí lo necesitas.
            ―Pues a mí me dijeron que no lo necesito, que es suficiente con mi NIE.
            ―Dónde compraste el boleto.
            ―Yo no lo compré, me lo regalaron.
            ― ¿Quién te lo regaló, dónde lo compró? ―comencé a ponerme nervioso.
        ―Unos franceses me lo regalaron no sé dónde lo compraron.― Siguió interrogándome unos minutos más, pero lo llamarón y salió de la habitación, llegó una policía.
            ― ¿Dónde compraste el boleto?― De nuevo todo el interrogatorio.
            ― ¿Tú vives en España?
            ―Sí. ―La chica les explicó a los otros que yo era residente en España y no necesitaba pasaporte para viajar. Los otros se tranquilizaron y comenzaron a sacar datos, fotocopias y fotografías de todo, había uno que llenaba formularios, había otro que me buscaba en internet y probablemente en otras bases de datos, probablemente también me ingresaba en ella.
            ― ¿Quién te  regaló el boleto? Dónde compraron?
Estaba cansado de explicar lo mismo, me puse nervioso y le dije que me dejara explicar la situación, de verdad que comenzaba a marearme, mientras trataba de apaciguar la situación con las manos, después me las llevé a la cabeza porque de verdad estaba aturdido, les pedí calma y sin pedir permiso merodeé por la oficina, me serví un vaso con agua y me acerqué una silla, comencé a relatar que yo había llegado a estudiar a España, que vivía en una casa donde pasaba muchas gente de todas partes del mundo, que me había llevado muy bien con unos franceses y que cuando se fueron me prometieron un regalo de cumpleaños, después de un tiempo recibí el billete cuya fecha iniciaba justo el día de mi cumpleaños, les dije que me lo habían enviado por correo normal, pero ellos no querían creerlo, me decían que el boleto no había sido enviado por correo, les repetí que sí, y ellos miraban el boleto con mucha paciencia.
            ― ¿Quién imprimió el billete?
            ― No lo sé, ellos me lo enviaron por correo.
            ― Pero esto no pudo haber llegado por computadora.
            ― ¡No, por computadora no! ¡Por correo normal! ―Entonces todos se tranquilizaron e incluso parece que los decepcioné un poco, porque por fin tenían un caso de verdad, y habían capturado a un pez gordo, u criminal, un falsificador profesional, pero de pronto yo sólo era un señuelo, un pobre estudiante al que habían estafado. Después de eso incluso me invitaron un café y me dijeron que me relajara que firmara unos papeles y me dejarían ir, me devolvieron mi NIE. Yo pensaba que me revisarían allí todas mis cosas que indagarían en todas mis libretas hasta dar con alguna pista, o que me harían permanecer allí hasta encontrar al falsificador, que me usarían como un vil chivato, pero no fue así.
            ― ¿No tienes dinero?
            ―No.
            ―Pero sin dinero y sin boleto ¿cómo te vas a ir?
            ― ¿Tú crees que yo sé eso?
            ― ¿Tienes teléfono?
            ―Sí.
            ―Si quieres puedes usar el de aquí.
            ―No, gracias, no te preocupes, ya me las arreglaré.
            ― Pues vete tranquilo, hijo, mira hay  mucha gente a la que estafan aquí en Europa. Ten cuidado, no te confíes de nadie, la gente no va regalando boletos tan caros por allí. Mira aquí a la vuelta hay unas oficias de ayuda ciudadana, tal vez ellos puedan ayudarte, y aquí al lado hay un banco, llama a tus conocidos y diles que te envíen dinero. Mira, disculpa, pero era necesario todo esto. Vete tranquilo, no pasa nada
            Al salir de allí me sentí tan libre, quise llorar, en el estacionamiento había  unos punkis jóvenes que meaban las patrullas de la policía, me acerqué me puse a mear con ellos, me miraron sorprendidos... Me dijeron que estaba en el centro de la ciudad y que necesitaba salir de allí si quería hacer autostop. Necesitaba ubicarme y pensar el siguiente movimiento, sin dinero ni boleto, sólo me quedaba una opción, usar el dedo. Pero antes tenía que encontrar un lugar para hacerlo, regresé a la estación de trenes, pedí un mapa en la oficina de información, era un estúpido mapa lleno de anuncios comerciales. Caminé junto a un lago pensando encontrar gente que me ayudara. Las personas que pasaban con apariencia alternativa, no lo eran. Algunas veces sucede eso, sólo son disfraces porque es una moda. Preguntaba por una casa ocupada, pero nadie sabía responderme. Mi mochila pesaba cada vez más.
            Descansé un poco y disfruté de la libertad. Todo había pasado, parecía que todo había terminado, sólo había que hacer un plan. No sabía si ir a Berlín o a París. Pero definitivamente habría que caminar hasta las afueras de la ciudad, así que me dediqué a tirar más ropa, la ropa sucia, vaciar la botella de agua, tirar las zanahorias, conservé el pan que me quedaba.
            Comencé a caminar hacia una salida de la ciudad, pregunté en la estación de autobuses a algunos choferes si podían llevarme. ―Sin dinero no hay viaje― Era contundente, y traté de explicarles que yo no era un indigente ni era un asaltante, ni nada. Les pregunté cómo salir de la ciudad, me indicaron un camino. ―Sigue por allí― Así que anduve, la mochila pesaba más y más, estaba atardeciendo. Caminé unos ocho kilómetros y pregunté muchas veces, hasta que un vendedor de pollos que olían exquisito me explicó un punto muy bueno para que me llevaran, por dentro yo deseaba que él se diera cuenta de mi condición de viajero famélico y me ofreciera gentilmente un plato de pollo que yo inicialmente rechazaría cortésmente, a lo que él insistirá porque me vería con hambre y yo finalmente terminaría aceptando humildemente para no ofenderlo por rechazar su invitación, pero eso no sucedió.
            Terminó deseándome muy buena suerte, seguro él lo habría hecho alguna vez. Llevaba algunas cosas que comenzaban a estorbarme, tiré más cosas y miré mi sombrero y me lo puse con mucha nostalgia, no era de las cosas que más me estorbaban pero no sabía lo que me esperaba, probablemente lo necesitaría. Pero intuí que más adelante tal vez sí me costaría llevarlo y que se maltrataría mucho y yo no quería que se maltratara, seguí caminando hasta aquel punto que me había indicado el vendedor de pollo, cuando llegué miré de nuevo mi sombrero, era el final de una historia, lo dejé en una banca y me despedí de él cuando un coche paró para llevarme a Berlín.