jueves, 27 de enero de 2011

UNA SITUACIÓN EXTRAÑA


Una situación extraña


La buena vida, el regalo y el reposo allá
se inventó para los blandos cortesanos;
mas el trabajo, la inquietud y las armas
sólo se inventaron e hicieron para aquellos
                                                                                                                                 que el mundo llama Caballeros andantes.

Caballero de la triste figura


Al llegar a la ciudad de México, se hospedó en un hotel del centro, desde el cual podía verse la plancha del zócalo llena de manifestantes que protestaban por una cosa u otra, pero ante todo la real protesta era por la insondable indiferencia de los gobiernos para resolver necesidades básicas de la población. También se veía gente sentada en el piso con carteles de plomeros, electricistas, albañiles, fontaneros, literatos, científicos, matemáticos, escritores y jardineros ofreciendo sus servicios; algún trabajillo a la semana les permitiría mantenerse a flote ante la indiscriminada escalada de precios de la canasta básica. El presidente prometió que la gasolina no subiría, pero la población era espectadora del llamado “gasolinazo” por sexta ocasión. En una economía basada en el petróleo basta que suba un poco el combustible para que todo lo demás se dispare automáticamente.
Los comerciantes irregulares se aglutinaban en grupos y se disgregaban cuando algún de policía se acercaba, parecían cardúmenes que se rompen cuando hay algún depredador cerca. Eso lo había vivido ya en Barcelona; los inmigrantes africanos vendedores de bolsos, de ropa y lentes para sol siempre vigilados de cerca por la policía era la imagen que le vino a la cabeza. «Al final la “Nueva España” no es tan diferente a la Vieja» pensó.
Al salir del hotel encendió un cigarrillo y caminó por las calles virreinales, entró en una vinatería, compró dos botellas pequeñas de ron. Se dedicó a recorrer el centro. Ya le habían hablado de la cantidad de librerías que había en una sola calle. Aunque había descubierto la lectura en una época relativamente tardía, a los quince años apenas había leído unos cuantos libros, la literatura clásica le aburría y apenas había leído tres capítulos de El Quijote de la Mancha, se recuperó rápidamente cuando comenzó su interés en el rock progresivo con todas esas referencias literarias. Y quedó sorprendida cuando su profesor de literatura del instituto les narró un pasaje de La Iliada. La cruel carnicería despertó un sorprendente interés por aquel mundo hasta entonces desconocido para ella.
Lo que nunca imaginó era que, así como había una calle llena de librerías, también las había de papelerías, de ferreterías (que allí llaman tlapalerías), de maderas, de telas, de imprentas, de artículos electrónicos, de albañilería y artículos para el hogar. Le vino a la memoria un pasaje de Bernal Díaz del Castillo en el que describía minuciosamente el mercado de Tlatelolco. Visitó la Plaza de las Tres Culturas, ese lugar que había visto cosas inauditas: sacrificios rituales, conquistas, terremotos, matanza de estudiantes… Antes de dirigirse hacia allá entró a un restaurante pequeño y comió abundantemente hasta saciarse. Allí se quedó viendo pasar la gente. La camarera le preguntó si esperaba a alguien o podía desalojar la mesa porque ya era la hora de cerrar, eran las cinco de la tarde. Había atardecido rápido, estaba absorta, sorprendida. Incluso sentía la mandíbula floja, delicado contraste a su realidad apegada a las tensiones maxilares.
Miró su reloj, miró al cielo que comenzaba a cubrirse levemente de nubes, nubes de pájaros, nubes de lluvia que no tardó en desatarse como nunca había visto e ignoraba que habría una lluvia diaria similar en toda su permanencia, con alguna excepción de días de llovizna ligera que allí llaman “mojapendejos”. En la noche fue a emborracharse a la plaza de Garibaldi. Quiso ir allí porque en Barcelona había una plaza llamada Plaza del Rey cuya placa siempre le había llamado la atención “Plaza del Rey, hermanada con la Plaza de Garibaldi de México”. Por un momento logró olvidar todo lo que la había llevado a ese lugar. Aunque sentía la profunda necesidad de no hablar con nadie, algunos borrachos comenzaron a hacerle la plática: «¿Qué tal? ¿Ya te abandonaron o porqué estás tan sola? ¿Ah, eres de España? ¿Qué tal la madre patria? ¿Qué te ha traído por aquí? Lo que necesitas es un poco de compañía. ¿No? ¿Porqué no? Bueno, está bien, no te pongas en ese plan, sólo queríamos hacerte compañía… Bueno pues con cuidado güerita, por aquí hay mucho ratero. No te fíes de nadie.»
Al día siguiente despertó en su cuarto de hotel, tirada en la alfombra roja que cubría la sala, le dolía la cabeza, le dolían las costillas y le dolía la cara. Al parecer la borrachera tequilera había sido monumental. Sin embargo, a pesar de la resaca no tardó en percatarse que no todos lo dolores estaban directamente vinculados con la ingesta de tequila. Al verse reflejada en el espejo del baño descubrió que uno de sus ojos no estaba del todo abierto, al abrir la boca le dolía la quijada, al descubrirse frente al espejo vio un moretón casi del tamaño de un plato de fruta en las costillas. Trató de recordar, esfuerzo nulo, no podía recordar absolutamente nada.
A esa hora no le preocupaba ninguna otra cosa más que dormir. Tomó un par de aspirinas y abrió una botella de agua del minibar, no había cerrado los ojos cuando sonó el teléfono de la habitación. Arrastró los cuatro pies hasta el aparato y descolgó el auricular.
Una voz de terciopelo le acarició el oído. «Estuviste genial ayer». Te quedaste perpleja. «¿Genial en qué?» La voz te contestó sin ningún ademán de broma, ni de tomadura de pelo. «Pues, francamente en todo, no es necesario que te describa todo lo que hiciste, pero me pareció que estuviste increíble. No estás queriendo darte demasiada importancia, ¿o sí? Bueno espero visitarte esta tarde, espérame en tu habitación.»
Sin entender absolutamente nada trataste de recordar algo, lo que fuera estaría bien, pero no lograste traer ningún recuerdo a tu memoria, ¿qué habrías hecho para que aquella cadenciosa y femenina voz te llamara tan cariñosamente, tan exquisitamente y te reclamara con tanta insistencia? Cuando sonó el timbre abriste los ojos pesadamente, llevabas varias horas durmiendo. El timbre te reclamaba como si su sonido fuera un mosquito violento. Por supuesto esperabas que fuera algún mozo, esperabas que todo lo ocurrido fuera una gran mentira, un sueño pesado, al incorporarte sentiste un terrible dolor en las costillas, y poco a poco fuiste preparándote para recibir la cruda realidad de que lo que estabas viviendo no era un sueño. El timbre seguía sonando, miraste el reloj, faltaban doce para las cuatro, las tripas te rugían como un microbús de la ruta 1. «Ya voy» dijiste pesadamente, arrastraste tus llantas traseras hasta la puerta y abriste.
            «Hola» dijo un hombre de mediana edad con la mirada fija en ti. «Hola» «¿Puedo pasar?» «Ehhh…» no te dio tiempo de responder, él ya estaba adentro. «¿Qué pasa, te encuentras bien?» «Ehhh… sí, claro.» ¿Quién demonios era ese tipo? Te parecía haberlo visto alguna vez, pero no tenías esa seguridad. «Bueno, pues… parece que no me recuerdas… Soy Enrique, Enrique Vila-Matas.» Seguías con los ojos abiertos… «Vila-Matas, el escritor, nos conocimos en Barcelona, ¿no recuerdas?» Claro el escritor. No sabías que conocieras a Enrique Vila-Matas. «Ahh Enrique.» sin saber qué decirle alcanzaste a ladrar algunas palabras. «Ahh enrique, he leído un par de libros tuyos» Estuviste a punto de decirle la verdad, que sólo habías leído un libro suyo, pero eso podría ser muy relativo, porque en realidad no lo habías terminado, comenzaste a leerlo en el baño de una amiga y cada vez que ibas a visitarla te leías algún capitulillo, pero decidiste decirle que habías leído un par de libros suyos. Aunque ultimadamente, si estaba allí frente a ti, ¿acaso sería necesario decir eso?
Él se te quedó mirando con los ojos bien abiertos y esbozando una sonrisita que pudiste distinguir por la comisura de sus labios. Eso te pareció un poco conocido… Pero seguías en la perplejidad absoluta. Más bien, esperabas a una mujer. Había algo extraño en aquella situación, si no es que la situación completa era extraña, ese tal Enrique que tenías enfrente era una persona de unos cuarenta años, una persona que no correspondía mucho con la imagen que tenías de Enrique Vila-Matas.
Mientras te decía que le había dado mucho gusto verte y saber que estabas bien se sentó placidamente en uno de los sillones de la sala después de tomar un vaso y servirse un poco de agua con hielos. «¡Ah! Qué buen sillón» Y después de una pausa para reclinarse y arrellanarse, agregó «¿Me sirves un poco de vino? Parece que esa botella todavía tiene algo, ¿no?» Dijo mientras señalaba la botella que estaba tirada debajo de la mesa. Te contó que estaba bien de salud, aunque con algunos achaques en la espalda baja «Es por tanto escribir en esa posición tan incómoda, si tuviera una silla como esa que se ve allí todo estaría mucho mejor, me gustan las sillas cómodas pero nunca he logrado conseguir una que sea adecuada a mis necesidades.»
            Todavía no sabías muy bien qué estaba pasando cuando sonó el timbre de nueva cuenta. Los dos se quedaron mirando la puerta sin intención de abrirla… «¿Qué no vas a abrir?» Te dijo seriamente. Fuiste a la puerta esperando que fuera la mujer de la llamada telefónica. Allí en el umbral apareció una mujer muy desmejorada, de mediana estatura, de edad indescifrable, bien podría tener veinte como cuarenta, con ojeras, la ropa sucia y un poco rota, la mujer no estaba sola, la acompañaban tres críos de un aspecto empobrecido, enseguida notaste que no estaban pasando precisamente por el mejor de los momentos. «Gracias» te dijo con un tímido hilito de voz. Conforme iban desfilando frente a ti viste que el mayor de los niños tenía una bicicleta de juguete entre sus manos y simulaba que volaba, que tenía alas, «¿Será que tu ficción es más plausible que la realidad que estoy viviendo ahora?» Te descubriste pensando. El niño parecía feliz a sabiendas de la situación que pasaban, porque seguro ya tenía edad para darse cuenta de algunas cosas crudas de la vida.
            «¡Ah!, ya llegaron, qué bien». Dijo Enrique. «Les dije que vinieran. Que ya estarías aquí». El más pequeño de los niños, de brazos todavía, comenzó a chillar estrepitosamente, lo cual no te cayó muy bien con el dolor de cabeza que traías. Un poco desconcertada, o más bien bastante desconcertada por todo lo que estaba ocurriendo, te disculpaste y entraste a tu recámara. «Quizá con un baño tibio todo se aclare, quizá es un sueño, es un mal sueño». Entraste a la regadera y te lo tomaste con calma, todo había sucedido muy rápido, apenas era tu segundo día allí, seguro había una explicación lógica para todo esto. «Si pudiera recordar lo que sucedió ayer todo se aclararía.»
            Cuando terminaste de bañarte te envolviste en tu albornoz azul y deseaste con todo el corazón que al salir de allí no hubiera absolutamente nadie en la sala. Te sorprendiste al ver que así era, no había nadie allí, te dispusiste a pedir algo para el desayuno de las cinco de la tarde, pero cuando llegaste al comedor ya estaba todo servido: jugo de naranja, café con leche, pan tostado, mermelada de frambuesa, mantequilla, enchiladas de pollo con huevos fritos y carne asada y seis personas sentadas ordenadamente esperando a que tomaras asiento. Todos te veían detenidamente y tú los viste uno a uno a los ojos. Los niños impacientes rogaban porque te sentaras de una vez porque se les había dado la orden de no comenzar hasta que llegara la persona que con gentil nobleza los había recibido con los brazos abiertos.
Sin embargo, al entrar a la ducha había cinco personas y ahora eran seis. ¿Quién era
esta persona que se disponía a compartir el desayuno contigo? Te lo tomaste todo con calma, antes que nada había que desayunar con tu intenso dolor en las costillas. Habías llegado a México con un plan muy específico, no habías ido por viaje de placer, tenías cosas importantes, había gente esperándote. Desayunaste sin poner atención en las demás personas, cuando terminaste te fuiste a la cama, sin decirle nada a nadie.
            Al día siguiente te despertó el llanto interminable de un niño. En la mesita de noche había una nota:
Disculpa que me haya ido sin despedir, entiendo que estés muy cansada, te veré después si tú quieres. Enrique también ha tenido que irse, tiene un vuelo a Barcelona a las 11:00 de la mañana. Lo acompañaré al aeropuerto.
 Saludos y besos. YO.

Cuando te incorporaste pisaste algo que te hizo resbalar y terminar en calidad de bulto en el suelo. «¡Joder!» Allí estaba destrozada la bici de juguete del más grande de los niños. Malhumorada fuiste directo a la sala, no era posible aquella situación, tenías que hacer algo al respecto. ¿Quiénes eran aquellas personas? ¿Por qué habían invadido tu habitación y dejado la casa tirada por todas partes? Los buscaste, pero no había nadie. Recordaste que tenías una cita importante a las 14:00 y tenías que preparar cosas y salir corriendo. Lo resolverías después.
            Los dos días siguientes hiciste tranquilamente tus cosas, no tuviste noticias de los niños ni de la mujer. Fue al tercer día, cuando regresaste a casa en la tarde, después de dar un paseo por aquellas enormes pirámides llenas de símbolos incomprensibles para ti, que al entrar a tu hotel, estaban ya esperándote en el comedor. Sentados, allí en silencio. Ahora podrías resolver cosas. Te sentaste tranquilamente y comenzaste a hacer preguntas. Pero ellos apenas balbuceaban algunas palabras. La mujer comenzó a darte un discurso en un idioma que jamás habías escuchado. No entendiste nada, por supuesto. Ella te dio una hermosa vasija de barro pintada delicadamente y te dio las gracias en español. En seguida les dijo algo a su manojo de hijos y salieron desfilando del piso, el más grande de ellos tenía en sus manos la pequeña bicicleta de madera. Estaba como nuevo aquel juguete que habías destrozado sin querer. Allí iba cabalgando imaginariamente ese niño que tenía encerrado un pequeño dios en él.
            No sabías si volverías a verlos, ya te quedaba poco tiempo en la ciudad y todo tu horario estaba planeado. En realidad dabas gracias que todo fuera a terminar pronto. Habían sucedido cosas muy extrañas y no querías volver a pensar en ello.
            El último día de tu visita recibiste una postal desde Barcelona.
Hola, te mando saludos desde tu tierra natal. La he pasado muy bien... Ya estoy esperando verte de nuevo. Muchos saludos y besos. Atte. Ya sabes…
PD. Trae por favor unas tortillas, ¡las extraño mucho!

Así que la cosa no había terminado después de todo…       
Había que volver a España y tratar de esclarecer todo de una vez por todas. Visitaría a ese tal Vila-Matas, seguro él sabía algo al respecto.


TERCERA CAÍDA


Tercera caída

Subió a la tercera cuerda con gran agilidad, de un salto. Se aventó hacia delante dando dos vueltas horizontales en el aire, su estatura era una notoria ventaja para ese tipo de maniobras, cayó en los brazos y pecho del contrincante. Lo habían practicado muchas veces en el gimnasio, no podía fallar. A partir de allí debía terminar la segunda caída. Al levantarse metió a su contrincante en el cuadrilátero con dificultad. Lo rodó por debajo de las cuerdas y después entró él de la misma manera. Pero al levantarse sintió una patada en las costillas, su contrincante estaba listo para ejecutar su llave maestra, aquella con la que, hacía ya dos décadas, se había ganado al público y la que lo convertía en una leyenda.
Él no debía escapar a esa llave, pero lo hizo; eso no estaba en el guión… Pero ¿por qué no? «Después de todo… ¿por qué no improvisar un poco? Eso le gusta a la gente, ¿no? Sobre todo siendo yo quien soy. No es que sea presumido, pero ¿por qué negarlo?» Así que escapó de la llave y usó sus mejores movimientos para desequilibrar al oponente y rendirlo, en realidad no era tan difícil, era mucho más atlético, más joven  y mejor preparado en todos los aspectos… bueno tal vez no en todos, pero por lo menos los físicos.
Ganó en dos caídas.
—Ese no era el plan. ¿Qué te estás creyendo? Te crees el muy chingón y aquí sólo eres un luchador más, no puedes hacer lo que te plazca, es una empresa y tienes un contrato, no eres imprescindible; si entiendes lo que eso quiere decir…
—Mira carnal, esta es mi casa, vienen a verme a mí y yo les doy lo mejor. Si quieres que pierda, los otros pinches luchadores deben esforzarse más, yo entreno 2 veces al día, me cuido, como bien, voy a correr, ando en bici y no me ando metiendo pedejadas en la sangre como los del gym del Oso.
—¡Qué pedo, cabrón? ¿Acaso no entiendes que hay reglas? Hay cosas que ya están, y sí, a lo mejor ahora eres la estrella, pero luego vendrá alguien mejor y vas a tener que perder aunque no quieras, no una caída, ni una lucha, sino la máscara. Así es esto y lo sabes, yo no sé porqué insistes en hacerte pendejo, y no te lo digo en mal pedo, para nada, si tú me caes bien, eres chido, luchas bien, pero no respetas a los demás, se te subió eso de la fama. Y sí, ya sé que andas con la actricita esa mediocre, hija del don poderoso ese y te crees intocable. Pero eres sólo un chavo al que están utilizando. ¿No te das cuenta de eso?
—No sabes lo que estás diciendo. Es muy claro, me tienes envidia.
—¡Ja! Pero ¿cómo te voy a tener envidia?  Chavo, yo soy el que manda aquí… Mira, mejor vete a descansar, tómate dos semanas, tómate unas vacaciones, vamos a decir que estás lastimado. Piensa todo lo que te estoy diciendo, vete a la playa, no sé vete a un monasterio Zen o a un retiro espiritual de alguna secta, o no sé qué chingados haces, pero a ver si así te cae el veinte… ¡Ah! pero no dejes de entrenar que en una de esas te lastimas de verdad cuando regreses.
Tu orgullo había sido lastimado muy profundo y esa misma noche te fuiste de antro, tú sólo, no hacía falta más. Estabas buscando al primer pendejo para partirle su madre, el primero que se te pusiera enfrente e hiciera alguna pendejada, por mínima que fuera, pagaría las consecuencias. Allí estabas en la barra con una botella de tequila, esperando, viendo, vigilando cualquier provocación.
—Hola. —escuchaste una voz detrás de ti— ¿estás sólo? «vaya, vaya, y ¿quién eres tú, mami?»
—Hola… no, digo, sí testoy sólo. «Pero mira nada más que tenemos aquí; una morenaza despampanante».
—¿Y me invitas un trago de tu… tequila?
—Seguro.
—¿Y cómo te llamas? —no sabías qué decir, en realidad te había tomado por sorpresa. — «Justo ahora no te caería nada mal un polvito— pensante —una canita al aire, pero sin mayor compromiso posterior, porque ya estás comprometido con la hija de don poderoso y eso no hay que descuidarlo. Así que… mejor otro nombre que no sea el tuyo… otra personalidad. Bienvenido al juego de las invenciones»— La pusiste a prueba para ver si sabía cosas del deporte y dijiste al azar— Soy Alberto, Alberto Contador. —Su bella carcajada salió disparada por una bocaza enorme que te dejó más excitado que nada.
—¿Alberto Encantador? ¿Te llamas Alberto Encantador?
—No… Contador, dije Contador. Pero de encantador también tengo un poquito. Y a partir de allí olvidaste tu objetivo inicial y enfocaste las cosas de otra manera. Podrías decir que necesitabas tiempo para reflexionar y llevarte a aquella morenaza por allí algunos días, si ella quería, claro está.
—¿Y a qué te dedicas? Alberto.
—Soy ciclista —Al parecer ella no sospechaba absolutamente nada, podría decirse que todo estaba saliendo sobre ruedas.
—¿Ciclista? Nunca había conocido a un ciclista. ¿Pero eres profesional? O sea ¿Realmente te pagar por andar en bicicleta?
—Claro, me pagan muy bien. Voy en bici por muchos países, mi equipo compite en la vuelta a España y en el tour de Francia. Pero ahora estoy de vacaciones. —Así fue transcurriendo la noche, hasta que ella te invitó a salir de allí a fumar un cigarrillo.— No fumo pero te acompaño. Ya estando afuera le dijiste que podrían ir a un lugar más cómodo, más tranquilo y acogedor.
Ella estaba esperando a que lo propusieras. Sin embargo, en tu casa no había cosas de bicis, había más bien cosas de lucha libre. Así que decidiste ir a un hotel de lujo para darle más emoción al asunto. Ella te sugirió uno en Polanco, solo tenía que hacer una llamada y todo estaría preparado.
Antes fueron a cenar a un restaurante en la colonia Roma. La pasaron estupendo, la mujer era una carcajada constante, en su boca grande se abría hasta ver su campanilla. Sus ojos negros como su cabello y su delgadez te tenían atado. Lo sabías, ella era para ti. Todo había salido de lujo, al subir al elevador en ese majestuoso hotel te pensaste enamorado, enamorado de verdad, no por conveniencia sino por una verdadera llave al corazón. Sólo habría que esperar a conocerla mejor y tal vez revelarías tu verdadera identidad, esperando claro que eso no lo tomara mal. Todo podía pasar…
Llegaron a la habitación, ella se quitó el vestido que cubría su hermoso cuerpo, se dejó los tacones, era definitivamente hermosa, perfecta. Tú también te desvestiste, recordaste que no te habías cambiado la ropa interior, pero, de eso, ella no se daría cuenta. Fueron hacia el jacuzzy envueltos en música de la Sonora santanera y estando allí relajado en el agua caliente comenzaste e imaginar un futuro con ella, bebían champagne. Había sido un día tan extraño, tan contrastante, ya no sentías rabia, ahora estabas tranquilo, tenías sueño pero no podías dormir, tenías que hacer el amor como con nunca nadie lo habías hecho. Sólo cerraste un momento los ojos para descansar, Pensando en ti seguía sonando en la placidez de la noche.

La banda de las goteras delinquía en bares y Cantinas de la ciudad de México. Las mujeres ligaban con las víctimas escogidas minuciosamente, después los conducían a hoteles donde les daban de beber alcohol con benzodeacepinas o gotas oftálmicas con ciclopentolato, que actúa como depresor del sistema nervioso, en la mayoría de los casos las víctimas morían ahogados en su propio vómito.



TACOS

Tacos

El más reciente sencillo de la banda de moda Jonhy Amnesia y sus olvidadizos sonaba en la radio. Vendían miles de discos en la piratería de todo el país. Don Fabián alcanzó a escucharlo allá a lo lejos en un microbús de la ruta 1. Se puso el siga y don Fabián avanzó por la calzada de Tlalpan, con el cuidado que había adquirido al circular durante años por esas vías tan salvajes para los ciclistas. A pesar de ya tener sus canas, don Fabián todavía podía pedalear rápidamente, pero prefería no hacerlo. Alguna vez había intentado ganar la curva con una canasta llena de tacos; un taxi, al rebasar en doble fila, alcanzó a empujarlo dando con él al suelo. El golpe no resultó tan doloroso como la pérdida de la mitad de la mercancía y su bicicleta que resultó dañada de la rueda delantera.
Aunque todo esto había pasado hacía mucho tiempo, Fabián prefería esperar siempre el alto cuando iba con la canasta cargada, después de todo no cumplía con un horario específico de entrada ni de salida, no rendía cuentas a nadie, salvo a él mismo, no era esclavo del tiempo, como él decía. Si quería ir a trabajar se levantaba temprano y acudía al punto de venta con Los compadres. Allí mismo desayunaba y después se encaminaba a las oficinas que había elegido como punto estratégico hacía ya varios años. Inevitablemente había desarrollado una panza ligera, resultado de la ingesta de tacos y cerveza; no le pesaba, al contrario se enorgullecía de ella, pues pensaba que era mucho mejor tener panza que andar como un perro flaco… eso decía.
Fabián había estudiado hasta la secundaria; no era un mal alumno, de hecho podría decirse que era bastante aplicado, pero sucede que conoció a una chica a la que terminó embarazando. Como ocurre en muchos casos, los chicos se juntan en casa de los papás de ella o de él. Los protegen. Los alimentan. Mandan al chico a trabajar y la chica se vuelve “doméstica”. Un día deciden irse de casa de los padres, porque ella o él no soportan a los padres de él o de ella. Entonces se van a rentar un cuartucho, a vivir como pueden aguantando las miserias de un salario o dos de “ayudante de algo”.
—Lo que sea, puedo hacer cualquier cosa, o puedo aprender…
Así que el chico va saltando de un trabajo a otro hasta que los problemas de la casa son demasiados. Ella regresa a casa de los papás con la cola entre las patas, convencida de que efectivamente el muchacho era una basura y él se queda flotando en el limbo, rentando con otros amigos o viviendo como puede, porque volver… con la frente marchita… ¡jamás!
Cuando estaba en sus peores épocas consiguió un empleo de acomodador en una afamada librería de Miguel Ángel de Quevedo. Poco después encontró la manera de que un compadre suyo sacara libros para venderlos en las universidades; así ellos los daban un poco más barato, les convenía a los estudiantes y ellos se sacaban un dinerito extra. En la universidad se encontró algunos conocidos suyos, pero en su faceta de estudiantes. A él le habría gustado mucho poder estar allí, pero no lo añoraba tanto, al fin ellos terminarían como taxistas o de vende libros como él.





Un librero, una computadora Pentium III, un bote de basura, un stereo del que no sirve el cd, sólo casete y radio. El cuarto huele a humedad, es inevitable, ya se ha aplicado pinol en los pisos, aceite esencial de lima en las maderas… no deja de oler a humedad. Tambaleante uno se acerca a la puerta, aun hay esa imagen que se mueve, de pronto se rompe, de pronto se vuelve a unir como un cardumen de sardinas technicolor. Se aproxima a la cocina con los pies torpes, la mano en la frente, sólo para cerciorarse de que la solución a la resaca no se encuentra en el refrigerador; todo da asco y uno se aproxima con el mismo paso vacilante al baño que con la puerta abierta recibe complaciente.
Al entrar se percibe el olor desagradable que potencia el asco, la mezcla de vómito amarillento y aguado contrastada visiblemente con la mierda por la textura más pastosa y el color más oscuro. Es imposible aguantar la sensación de agrura subiendo por el estómago, el forzudo resultado, ojos lagrimeantes, recargado en el retrete con la recurrente promesa en la boca de que no ocurrirá otra vez.
Al incorporarse hay una mezcla de alivio y asco, un ritual grotesco invade la garganta y el estómago. Más aliviado, se regresa al refrigerador para cerciorarse de que parte de la solución se encuentra adentro. Agua mineral con limón y sal, mucho, mucho chile. Parte de la solución está en el mercado, consomé bien picoso y tacos de barbacoa con mucha salsa. Pero por el momento no es posible salir a la calle, sólo ver malos programas en la televisión mientras es retorcido en el sillón por un terrible dolor de cabeza.
Finalmente, el televisor es apagado mediante un impulso casi inconciente, antes de quedar dormido. Uno despierta más tranquilo, con un aletargamiento corporal tan pesado como una bola de bolos. Lo primero que se hace al abrir los ojos es cerrarlos y volver a pensar que se está durmiendo. Cuando uno se percata de que no es posible seguir en el espléndido mundo de los sueños se le da la bienvenida a la realidad, al mundo de los mortales, con ese ardor en los ojos de quien duerme demasiado y recibe el sol de las 3 de la tarde. La resaca es llevadera, la boca es un desierto con sabor a vómito de las tres de la mañana. Sentado se lleva la mano izquierda a la cabeza como si eso fuera a remediar todo el dolor del cuerpo y tal vez del alma.
—Todo parecía brillar cuando nos engañaron con aquello de quitarle tres ceros a la moneda, compadre, —recordaba— así el dólar no valdría 3000 pesos, sólo 3, pero ¡zaz! nos la metieron enterita, nos la dejaron cayetano… de 3000 a 3, 3 a 13. ¿Cómo pasó eso?
Cosas extraña para Fabián, pero, aunque no lo podía explicar, para él era más simple de lo que parecía…
―Los pinches poderosos, los empresarios y banqueros, los de arriba, los dueños de todo, los que no dejan ser a los demás… claro, no hay de otra.
Algunas veces, después de vender, don Fabián se iba a comer a alguna esquina de la guerrero, consomé y dos tacos de guisado por quince pesos. Los tacos no eran precisamente de res, ni de cerdo; pero estaban muy bien cocinados; ante la dudosa procedencia del agua fresca de tamarindo o de horchata, prefería tomarse un refresco sentado en un periódico que cubría el manchado piso por el que pululaban las moscas espantadas por los transeúntes. La gente miraba una pequeña televisión puesta allá en la estantería de la esquina. Quince muertos más en un balacera entre los narcos y los otros narcos y los policías disfrazados de narcos y narcos que antaño fueron (o siguen siendo) policías.
Al terminar el corte informativo continuó viendo unos de esos programas que lanzan a la fama a cualquier ingenuo hijo de vecino lleno de deseos de dinero, de drogas. Ambición que por otra parte representaba los deseos irrefrenables de gran parte de la población hipnotizada. Las bolsas llenas de agua colgaban de lazos llenos de moscas en las esquinas del changarro. La calle era poco transitada, un par de ancianos caminaba por el lado contrario, una pareja con su hijo en brazos y otro en la espalda de ella, apareció un par de perros, un choque, unos niños en patines; unos ejecutivetes de segunda, mandos medios ávidos de poder, pasaron casi pateando a Fabián. Le daba risa, su patética actitud, de querer escalar a la cima inalcansable, de aceptar ser títeres de los de arriba y le daba risa cómo aquella esquina tan tranquila se había convertido en un lugar tan transitado en un minuto, lo había vivido muchas veces, y se preguntaba si había algún loco matemático dedicado a hacer una fórmula y mil ecuaciones para calcular la vida…
― Seguro que sí.
Y se quedaba sonriendo deseando que encontraran la respuesta, y pensar que él también lo había pensado para después concluir que no servía de absolutamente nada en su vida de vendedor de tacos de canasta.
Camino a casa recordó comprar veneno para ratas. En un inicio no había tantas y podía con ellas, a veces alguna se metía en al piso y había que cazarla, pero por lo general se mantenían fuera. En algún momento habían comenzado la reproducción salvaje y ahora estaban fuera de control. Los jonquis de la vecindad no harían nada, las vecinas de arriba parecían haberles asignado un territorio, sólo dos o tres habían acordado arremeter en contra de los roedores. La solución: un ácido que las destruye por dentro, pero la maniobra consiste en que no lo tienen que tocar los humanos porque su olor las ahuyenta; conclusión: el humano apesta.




Los jefes de seguridad se dieron cuenta y lo detuvieron en la salida, agarraron al compadre, se lo llevaron al cuarto de cámaras, allí dentro le enseñaron un par de grabaciones, ya lo tenían avistado, curiosamente en todos los videos aparecía Fabián...
—Llamen a Fabián.― Dice la encargada.
―Déjennos solos.― Dice el encargado a los de seguridad.
―Pues... ¿cuánto nos han robado?― El par de gentiles encargados voltean a mirarse tranquilamente. ―Sólo dígannoslo para que todo sea más rápido... miren... sé que están nerviosos, pero, a ver... vamos a platicar.
En el salón sonaba Thelonious Monk. La desesperación me invadía, Alcancé a mover la cabeza, nunca había estado en esa posición tan incómoda, un frío me recorrió la espalda hasta llegar al culo, comprendí la frase cagarse de miedo, probablemente llamaría a la policía o me haría pagar el triple. Por fin habló mi compadre.
—Pues fui yo, él no sabe nada, ni lo conozco, yo le preguntaba por varios libros, y pa` que juera más fácil, cuando él se voltiaba a buscarlos, yo me clavaba otros en la barriga.
—Ah muy bien... ¿ya ves cómo es sencillo?— El tipo tranquilo, comprensivo, se giró, caminó un par de metros, ahora nos daba la espalda, como si no nos estuviera permitido ver su cara oculta. Al voltear, vimos su rostro furibundo y deforme, una transformación monstruosa.
—¡No permitiré que ningún hijo de puta como tú me robe!
Se acercó con grandes pasos y soltó un golpe lleno de ira en la boca del estómago de mi compadre, él desfalleció, y aprovechó la situación para llevárselo a la bodega que había al lado; yo me quedé paralizado en una silla de mimbre. La captora estaba frente a mí, viéndome fijamente, una mesa nos separaba.
—Bueno, pus dice que no eres su cómplice, pero no hay manera de probarlo —se quedó pensativa— bueno, igual sí que hay manera, todo puede probarse, puedo llamar a la policía, y supongo que tú no quieres que yo los llame... ¿o sí?
El humo del cigarrillo jugaba con las burbujas de jabón que soplaban los niños, coqueteaban, bailaban, les hacían el amor. Fabián abrió otra cerveza y recordó:
—Ira, tú te robastes los libros, no hay duda ninguna, entonces lo indicativo es que pase a llamar a la policía y te arresten unos cuantos años, y me pagues lo de unos tres mil libros, que es más o menos lo que te has venido robado, no? —entonces se estira en la silla, se levanta, camina un poco, se desliza hacia mí sigilosamente —Chúpamela y te dejo ir.
Pienso que no escuché bien, pero lo repite ante mi cara de idiota.
—Con una mamada se arregla todo. No podrás seguir trabajando aquí, pero por lo menos no te vas al bote, allí te violarían sin chistar y estás muy bonito como pa` que te la metan y te rompan el culito… así que, ¿cómo ves? —Rubia falsa que exhala lívido y perfume barato. Se sube la falda, se baja el encaje que cubre su rasurado sexo en forma de I, me agarra la cabeza y me empuja hasta su sexo. No sé qué hacer. Comienzo. Me agarra el pito. No se me para. Comienza a chillar silenciosamente, se tira pedos, me da asco su olor y su sabor ácido. Me pide que se la meta… no puedo, no se me para, se irrita, me golpea, me mira con desprecio, soy un cerdo, me escupe, me mea, me golpea de nuevo, me pide que siga chupándola, obedezco mientras Thelonious Monk llueve acompasadamente en la librería, mojando toda la calle.
Los sábados jugaba fútbol en un equipo perdedor de una liga de quinta. Pero eso no impide que hoy se haya quedado hasta tarde bebiendo frente a la televisión, a la espera de algún golpe de suerte que nunca llega en ninguno de los sentidos, ni económico, ni amoroso. Se queda absorto al encontrar la vuelta ciclista a España:
—De no haber sido taquero, yo habría sido ciclista. El mejor —Añade mientras apaga, desanimado, el televisor. —Vaya paradoja que es la vida— (de hecho lo era) y mira su panza con una melancolía indescriptible
—Ahora somos tú y yo…― Se dice, mientras se da unas palmaditas como si tratara de tranquilizar una mascota. Ahora sale al balcón, los niños de la vecindad juegan a hacer burbujas de jabón, al ver pasar una grande enfrente piensa que así debe ser la libertad. Le había estado dando vueltas a la idea de irse por allí, desaparecer de una vez por todas, sólo quería disfrutar un poco la vida, conocer a alguien especial, ese tipo de cosas cursis.
Una cerveza, otra. Las burbujas de jabón suben por entre las plantas esquivando las hojas, por entre las escaleras, por entre los arbustos de la mugrienta vecindad, se mezclan con el humo de cigarro de los viejos adictos a la piedra. Fabián, pensativo, saca un cigarro, lo enciende llevándose la mano del cigarro a la sien, mientras exhala la primera bocanada de humo. Agarra su bici, y sale de la vecindad. Se encamina a casa de su compadre. Ya era tarde, pero conducir por el centro sigue siendo igual de peligroso. Insurgentes, Revolución, Eje Central. Una noche cálida, gente estridente, la calle repleta de basura.
Pasa una camioneta grande con 4 chavales, siente rozarle algo por arriba de la cabeza, una botella de cerveza se estrella estrepitosamente contra la pared. La camioneta sale disparada pintándole huevos y refrescándole la madre a Fabián... ¡Qué impotencia! No puede hacer nada, maldice a los 4 chavales hijos de algún diputado o algún artistilla mediocre, un auto negro con cristales ahumados y tres antenas de radio los sigue. Aun si pudiera alcanzarlos, ¿qué haría?




Nada... absolutamente nada... ese era un reflejo de lo que ocurría en la ciudad, en el país, en el mundo entero tal vez. Nepotismo, juegos de poder. Sigue pedaleando. Sorpresivamente siente otra botella pasar cerca de él, dos botellas, ninguna acierta, Fabián se detiene y les dice que son unos pendejos sin puntería.
Ellos allí a cinco metros de distancia en la calle, él en la banqueta esperando un nuevo ataque de los insulsos y así es; uno de los cuatro idiotas desenfunda una pistola, desesperadamente Fabián deja la bici, lleno de sorpresa se cubre detrás de una banca de cemento y entra en una callejuela para cubrirse entre unos autos, las hienas chillan grotescamente de alegría; no, no es alegría, es euforia, euforia de drogas. Lo escucha allá a lo lejos, la camioneta arranca patinando las llantas y detrás de él, el coche rémora con sus tres antenas, como una sombra.
Afortunadamente no lo ha alcanzado ninguno de los disparos de los idiotas, está bien, está a salvo, las paredes despostilladas y los cascos de las balas tirados en el piso. La bici perforada, el asiento desecho y una llanta pinchada. Fabián ahora regresa caminando, empuja la bici. Al llegar fuma un poco de piedra con los jonquis de la vecindad, al pasar una rata frente a él, recuerda que debe acabar momentáneamente con el problema, porque las ratas no se terminarán, eso lo tiene seguro y se dispone a descansar para los tacos del día siguiente.
Se levantó temprano para arreglar la llanta delantera. Se bañó y preparó sus cosas. Fue a Los compadres al encuentro de los taqueros con el asiento roto, como estaba. Como de costumbre preparó la canasta y dijo que no se sentía muy bien, que necesitaba descansar. Así que dejó su canasta para que la vendieran en su lugar, y regresó a casa. Compró un atole de chocolate y un tamal de rajas con queso, agarró sus cosas y se dirigió a la estación de autobuses del norte, compró un boleto, abordó el autobús y se fue.
Al día siguiente llegó a un pueblo al norte del país y alcanzó a leer el titular de un periódico sensacionalista: TAQUERO ENVENENA 54. Un taquero de la Ciudad de México echa veneno para ratas en la salsa de sus tacos. Aún no se sabe su paradero.

SOBRE RUEDAS


Sobre ruedas

El mundo, tal como está hecho no es
soportable, por eso necesito la luna,
 la felicidad, algo descabellado quizá,
 pero que no sea de este mundo.
Per Lagervist

1
Cada noche, cuando eres transformada en una piedra bajo el reflejo de la luna, salgo de casa y emprendo mi paseo, sólo en ese momento de placidez fugaz puedo desprenderme de los pensamientos que me enloquecen; cuando empresarios, políticos, hombres de papel, hacen creer que todo está bien en esta ciudad, en este mundo; que todo marcha sobre ruedas en este maravilloso país. Pero todo es mentira, y seguirá siendo mentira, en tanto reine el papel, la moneda, el metal hijo del sol.
            Por la noche: putas, barrenderos, locos y algún perro callejero, recorren las calles en el único momento en el que disminuye el tráfico de pensamientos, en el que los propios pueden fluir, escapar de la tierra con la esperanza de ser escuchados por algún ser de otro mundo, de otra galaxia y venga para llevarme y no volver jamás. Entonces pienso en ti, y todo se revuelve, porque tú eres, precisamente, lo que me hace permanecer. Siempre trato de perderme entre calles que cada vez están más lejanas de ti. Cuando regreso, las mismas calles giran como siempre bajo las llantas de mi bicicleta, pero los caminos recorridos nunca son los mismos.
            Hoy pedaleo de regreso como cada madrugada, pedaleo, las llantas giran, el mundo gira, mis pensamientos giran, todo gira, pareciera que todos los ejes dispersos del mundo en algún momento serán el mismo, tal vez entonces suceda por fin algo que cambie esta realidad, el mundo, el universo, el humano…
            Pedaleo, pedaleo.

Deténgase a su derecha, por favor impera un altavoz, al tiempo que se enciende una luz roja y azul a tu lado. Te detienes.
Le vamos a hacer una pequeña revisión de rutina.
Pero ¿por qué? Si yo no estoy haciendo nada. Voy a mi casa, siempre salgo a pasear por las noches.
Ya le dije, que es de rutina. Identifíquese por favor, ponga todas sus cosas sobre la patrulla y las manos en el cofre, le vamos a hacer una revisión de rutina.
No traigo identificación, nunca la cargo cuando voy a pasear.
¡Uy joven!, pus que mal, imagínese que le pasara algo, ¿cómo van a identificar su cuerpo? No le gustaría desaparecer así no más ¿verdad?
Como todo ciudadano, tengo derecho de circular libremente por las calles, así que buenas noches oficial.
—A ver, a ver, a ver, espérate papá... ¿a dónde crees que vas?.
¡Qué te pasa, suéltame!...
¡Sabes qué, ya me cansaste hijo de la chingada! Hoy no tuve una muy buena noche, ¡sabes qué putito? ya que no quieres que te ayudemos...
Ora resulta que me estás haciendo un favor ¿no? ¡Ayudarme a qué?
A deshacerte de la droga, pendejo.
¿Cuál droga?
Ora sí, ya te cargó la chingada. Te voy a enseñar la coca que te encontramos... Je, je, ¡mira nada más!... ¿esto es cómo un kilito no? Ya valiste madres, ¿verdá? pareja. Con esto mínimo unos cinco añitos, pero ¡ah, sí! además te resististe ¿verdá? Así que...
            Repentinamente le da un puñetazo a su pareja, sientes rabia, desesperación de ver cómo te arrebatan la libertad justo enfrente de tus narices, sientes unas inmensas ganas de golpearlos, de dejarlos allí tirados en el piso, y quitarles su droga, no los entregarías a las autoridades porque ellos son parte de la autoridad, porque sabes que saldrían libres dos o tres días después, sólo esperas a que te ataquen, ellos son los que van a atacar.
Mira, hasta trataste de madrear a mi pareja, está sangrando cabrón, ¡ja!, le diste fuerte; pero qué te crees, que somos dos, y te sometimos. A ver ora sí nos acompañas al M.P. Aistá tu pinche derecho a circular, ¿cómo ves?, te lo metes por el culo, pendejo.
            Te ataca el primero: se acerca a ti con la intención de aplicarte una llave al brazo, lo azotas contra el piso. Está sorprendido y adolorido. Ahora el segundo: misma suerte, pero contra la pared. El primero, ya se ha recuperado, viene a ti, ahora con tolete en mano, dispuesto a descargar su furia. Esquivas un golpe, otro golpe, lo tienes, ahora un movimiento y Ushiro, katate dori, kubi shime...
…y te meten a la patrulla todo ensangrentado.        

3
Despiertas, estás en una celda, nunca habías estado en una, te habías imaginado cómo sería. En realidad no es tan diferente, pero ese hedor... ¡Ah! mucho dolor, la cabeza, aun sangras un poco, debilidad, cansancio, mucho cansancio, sueño...
           
4
Despiertas, estás en una celda, nunca habías estado en una, te habías imaginado cómo sería. ¿Qué pasó? Recuerdas: esos cerdos te atacaron, eran dos, desventaja numérica pero no de fuerza, 3 años de aikido comienzan a notarse en ti. Los tenías dominados, pero de pronto sentiste un golpe en la nuca. No eran dos, eran más, ¿pero cómo no lo viste? ¿De dónde salió?
—¿Y ahora qué? Te preguntas sorprendentemente tranquilo ¿qué hora será?
Poco después te llevan ante un escritorio puerco, con papeles amontonados. Una secretaria te informa que se te decomisó un kilo de cocaína, y tres goteros de LSD. En el reporte te atribuyen varios cargos más: asociación delictuosa, ataque a vías de comunicación.
¿Qué tiene que decir al respecto?
Quiero hacer una llamadaDices seriamente.
No te han dejado hablar por teléfono, sólo piensas en ella. Pides un abogado. Te lo niegan. Te conducen a tu celda.  De nuevo: dolor, cansancio, sueño.

5
Despiertas, estás en una... no sabes dónde estás, no hay luz, no puedes ver nada, absolutamente nada.
Esperas, esperas. Se oyen pasos, voces que se van acercando, esa voz. Es él…
¡Despierta mi bien, despierta, mira que ya amaneció…![1] canta socarrona y sarcásticamente, golpea la puerta de metal con su tolete.
Estoy despierto, sácame de aquí; te vas a meter en problemas.
Ja, ja, ja, ¡uy, qué miedo! Lo bueno es que ora si traigo sentido del humor. Escúchame, y escúchame bien don valiente. No fue muy inteligente de tu parte golpearnos ¿sabes? Nos hiciste quedar mal, papá; y mí no me gusta quedar mal con nadie. Pero gracias a eso vas a poder quedarte a disfrutar tus vacaciones un buen rato.
Déjame hacer una llamada, eso es todo, no quiero más.
Yo creo que nel, te portaste muy mal y ora te vas a joder, cabrón. Te vas a quedar aquí hasta que yo lo diga, porque adivina quién soy... tu papá, ja, ja, ja. ¡Ah!, y por cierto, mira traigo unos papelitos pa`que te limpies la cola cuando cagues, si encuentras la taza, ja, ja, ja.
Esto no va nada bienpiensas mientras recoges el papel de lija que te acaba de pasar por debajo de la puerta.
—¡Ay, ay, ay!, parece que no sabes de qué se trata cabrón. Ya te chingaste hijo, tratamos de ayudarte y nos golpeaste… Además trataste de escapar con tu pinche droga, pero del largo brazo de la ley nadie escapa. No hay de otra, cabrón; no hay de otra, de nuevo gana el bien sobre el mal, vaya que sí.
            Escuchas el sonido de los pasos que rebota en una, en otra pared. Pero sigues impertérrito, te sientas en el piso asqueroso, sientes cómo...
—¡Ah! Qué asco: cucarachas.

Despiertas, el lugar es húmedo y apesta. No sabes cuánto tiempo has estado aquí, pero parece que no saldrás pronto, será mejor que te acomodes. Lo único que te inquieta es ella. No sabe nada de ti, ¿qué habrá pasado? ¿Qué pensará ahora?  ¿Que no la querías más? Un día despertó y tú no habías regresado, después de varios días, destrozada pensó que por fin te habías ido, después de tanto decir que te ibas, pero nunca pudiste decirle que no era de ella de quien querías irte. Ni una palabra, un mensaje, para ti que tanto valen las palabras. La palabra que es lo más importante para ti, tu palabra y ella.


[1] Es parte de Las mañanitas, la canción popular de cumpleaños mexicana.


No sabes cuánto tiempo ha pasado, semanas, ¿meses?. Tu mirada ya no mira, tu voz no se oye más, apenas se mueve tu cuerpo, sólo lo esencial, solo con tu respiración y tú.  Te han dado la asquerosa comida suficiente para que no dejes la vida colgando del viento.
Alguien se acerca. Abren la puerta. Varios brazos te alzan, te detienen y te ayudan a caminar. No sabes muy bien qué pasa. La luz te enceguece, la confusión de sonidos te entorpece. Pasan varias horas, poco a poco te recuperas. Sigues sin entender.
Llévenselo Te suben a una camioneta, sin ventanas. Horas después se detiene. Abren la puerta.
Bájate Tú, débilmente, obedeces, estas en las afueras de la ciudad.
Eres libre— dice la voz vete ya.
            La camioneta se ha ido. Miras hacia arriba, vuelan parvadas de aves formando letras: una V, una A, una Y; palabras en el cielo, versos que se mueven con el batir de sus ligeras alas, es poesía aérea la de aquellos pájaros.
¿Qué habrá pasado en ese momento en el que dejaste de existir? Piensas en ella. Comienzas a caminar a casa y te dices que todo va a estar bien, que todo va a marchar sobre ruedas.


SEBAS


Sebas

1
En la ciudad de México existen todo tipo de borrachos: jóvenes, viejos, altos, bajos, feos, gordos, flacos, feos, ricos, pobres, etc. De todos ellos, la inmensa mayoría son peatones o tienen coche, pero Sebas no es peatón ni tiene coche; Sebas es un borracho en bicicleta. Sebas no es tan panzón ni tan chaparro, tiene bigote ralo y pelo de aguacero[1]. A pesar de su perpetua embriaguez, siempre se ha caracterizado por su correcto conducir.
            El día de hoy Sebas fue invitado al bautizo de una sobrina suya. Le habría encantado ser padrino, pero un pobre diablo como él, sin dinero ni esposa para fungir como madrina, ni siquiera fue tomado en cuenta. Siempre ha pensado que de haber tenido una oportunidad habría podido hacer cosas grandes, maravillosas, pero con estudios que no alcanzan la secundaria, no es capaz de darle rienda suelta a sus lúcidas ideas, ni a su enclaustrada creatividad.
«Así sí habría podido ser el padrino» piensas, mientras pedaleas y pedaleas por las calles de la ciudad de México a las tres de la mañana.
            Con cuidado Sebas.
Entonces piensas en lo que pudiste haber hecho y no hiciste, la impotencia y el dolor crecen en ti. Te enojas, Sebas, blasfemas contra tu Dios.
Sebas, con cuidado, Sebas.
Sigues pensando que ahora tal vez tendrías esposa y, sí, por qué no: un hijo, una familia, Sebas. ¿Sabes algo? Después de todo no eres tan feo como otros borrachos. Pero por desgracia las cosas no han salido como te hicieron creer que debían ser. ¿Recuerdas que alguna vez pensaste que… ¡Cuidado Sebas!
Abres lo ojos, estás mareado, tirado en el piso, sangras un poco, la cabeza arde, pero todo bien, todo bajo control, no te preocupes…
«¿Qué pasó?» Un hijo de puta te aventó el coche, Sebas.
—¡Pinche borracho!— Gritas a todo pulmón.
¿Y tu bici?
—¡Oh, no! ya valió madres…— Y tu cabeza, la sientes tan caliente. Parece que después de todo fue más grave de lo que pensabas.
Inevitable: pierdes el conocimiento.


[1] Expresión que se usa en México para describir a una persona cuando tiene el pelo descuidado y muy liso, como cuando ha estado bajo la lluvia.




2
—Veig que ja s’ha despertat senyor. Varem estar buscant-lo, sembla que en un dels seus passejos nocturns pel bosc va pedre l’enteniment, com se sent?
    Bé…, em fa mal el cap. Es va signar el pacte?
    Si senyor, tot ha sortit de meravella. De fet volen parlar amb vosté.
    Ho sabia, segur volen que acabi amb aquesta guerra. Avui mateix aniré al gabinet.[1]
            Ese mismo día cabalgaste por tu territorio, lo conocías muy bien, incluso en la ciudad, cuando te dirigías al gabinete, conocías las calles sucias y pobres. Pero había algo en las imágenes que te despertaban algún extraño sentimiento nebuloso, te ardían los ojos, y la boca te sabía a sangre, también flotaba en el cielo un color que nunca antes habías visto, en general te pensaste en un sueño. «O és que aixó és un deja vu?...» [2]
            —¡Bona tarda Sebas! Vols prendre un vinet? Mira, tot ha sortit molt bé, gràcies, moltes gràcies, sense la teva participació aixó no hauria pogut realitzar-se. Realment has fet un bon treball, no hem dubtat mai de tu però tampoc pensavem que obtindries aquests resultats.
— Merci—Dices discretamente.       
—Tantmateix hi ha alguna cosa que em preocupa si vols participant en aquests
negocis…Mira, els colegues i jo pensem que seria millor si estiguessis compromès, ja saps…si intentessis formar una familia, seria molt millor per a l’organització i segur que per a tu també, no conec la teva situació sentimental, però estic segur que algú com tu necessita que hi hagi una figura femenina a prop…Tot seria molt menys sospitos i a més a més… podries tenir un fill, una cría. ¿T’imagines?
—No ho se, la veritat és que mai m’ho havia plantejat…Crec que necessito pensar-ho.
—Si ho penses massa… pot ser que no puguis seguir amb nosaltres…així que   pensa’t-ho bé.[3]
            Te habían colocado en una situación en la que no tenías la mínima elección. Al pesarlo un poco más detenidamente tal vez no estaría tan mal, pensaste por primera vez en la posibilidad de tener una familia, era una sensación que de alguna u otra manera te reconfortaba. Así que aceptaste.
            —Molt bé, Sebas, molt bona elecció. Ens hauries decebut si ens haguessis dit que no, tot s’hauria esfumat, però jo sabia que podia confiar en tu. De fet ja haviem pensat en una noia meravellosa. Ja te la presentarem més endavant, és una xicota molt molt bonica, ella és filla d’un dels principals de la zona sur…Per cert, et ve de gust un conyac? Tenim plans per a una persona tan eficient i tan ben disposada com tu.[4]
            Así fue como te adentraste en los asuntos de la zona norte; te presentaron a tu futura esposa, pues todos los integrantes debían estar casados; además una gran personalidad como tú, necesitaba una hermosa y distinguida mujer. De verdad que era hermosa, y no sólo eso, a partir de ese momento te apoyaste en su gran inteligencia para ayudar en los planes de la zona. Incluso le tomaste un cariño que nunca habías sentido por alguien anteriormente. Te enamoraste de esa mujer que fue la madre de tu primera hija. Impresionante, nunca te imaginaste que el ser padre fuera tan satisfactorio, tan reconfortante. Además tus planes en tu zona eran elogiados, incluso por integrantes de otras zonas. Eras admirado y respetado.
Te sentías muy satisfecho de que las cosas estuvieran saliendo tan bien. Tu hija había cumplido ya un año, estabas deslumbrado de tanta dicha. Una hija, fruto de dos personas amorosamente unidas, sería maravilloso caminar con ella sus primeros pasos, luego enseñarla a jugar, a lanzar pelotas de béisbol, a andar en bicicleta… (extrañamente la imagen de la bicicleta te trae un sabor ácido a la boca, un sabor a sangre que no sabes interpretar) entenderías su adolescencia y caminarían juntos para hablar de las cosas que más le preocuparan, estarías allí para ella, le dedicarías tu vida entera, a reservas, claro, de tus actividades políticas.





[1]—Veo que ya ha despertado señor. Lo estuvimos buscando, parece que en uno de sus paseos nocturnos por el bosque, perdió el conocimiento, ¿cómo se siente?
—Bien…, me duele la cabeza. ¿Se firmó el pacto?
—Sí señor, todo ha salido de maravilla. De hecho quieren hablar con usted.
—Lo pensé, seguro quieren que termine con esta guerra. Hoy mismo iré al gabinete.
[2] «¿O acaso es esto un deja vu?…»
[3] —¡Buenas tardes Sebas! ¿Quieres tomar una copa? Mira todo ha salido muy bien, gracias, muchas gracias, sin tu participación esto no habría podido realizarse. De verdad que has hecho tu trabajo muy bien, nunca dudamos de ti pero tampoco pensamos que tuvieras semejantes resultados.
—Sin embargo hay algo que me preocupa un poco para que puedas seguir en estos negocios… Mira, los colegas y yo pensamos que sería mejor si estuvieras comprometido, ya sabes… si trataras de formar una familia, sería mucho mejor para la organización y seguro que para ti también, no sé tu situación sentimental, pero estoy seguro que alguien como tú necesita que haya una figura femenina cerca… Todo sería mucho menos sospechoso y además… podrías tener un hijo, una cría. ¿Te imaginas?
—No lo sé, la verdad es que es algo que nunca me he planteado… Creo que necesito pensarlo.
—Si lo piensas demasiado tal vez no podrías seguir con nosotros… así que piénsatelo bien. 

[4] —Muy bien, Sebas, muy buena elección. Nos habrías decepcionado si nos hubieras dicho que no, todo se habría esfumado, pero yo sabía que podía confiar en ti. De hecho ya habíamos pensado en una chica maravillosa. Ya te la presentaremos más adelante, es una chicuela muy, muy linda, ella es hija de uno de los principales de la zona sur… Por cierto ¿qué tal te sentaría un cognac? Tenemos planes para una persona tan eficiente, tan bien dispuesta como tú.

Fue una mañana fría, se escuchó una detonación, sabías que habría cosas que podrían pasar. Un grupo de asalto entró a tu casa, la gente que estaba preparada libró una fuerte batalla, pero nada pudieron hacer, los asaltantes estaban armados hasta los dientes, no duró mucho. En realidad, hasta ese momento, nunca tuviste miedo, sabías muy bien que era peligroso mezclar política con mafias, pero las cosas eran así, tenías que entrar porque en eso consistía el juego de la pelota caliente, te lo habían dicho desde el inicio de todo, lo tenías muy presente y cuando decidiste entrar asumiste absolutamente todas las consecuencias y los peligros que pudieran ocurrir. Te capturaron, capturaron a tu esposa y a tu hija, se los llevaron a los tres. Era muy claro, de esta no había salida… Te vendaron los ojos, te dijeron que podías despedirte de tu esposa; después de las últimas palabras de amor, escuchaste un disparo, el gusto a sangre subió por tu garganta, y temiste que lo hicieran también a tu hija.
            —¡A la meva filla no. A la meva filla no la toqueu cabrons![1] —Gritaste con desesperación, pero nadie te habló, te lanzaron encima de una estructura de metal oxidado y escuchaste un llanto cerca, muy cerca de ti.
                       
Los primeros pasos se escuchaban en la silenciosa calle. Tu corazón latía fuerte, lo sentiste en la garganta. Abriste desesperadamente los ojos inundados por lágrimas y te quedaste mirando el clarear del cielo invernal.











[1] —¡A mi hija no. A mi hija no la toquen, cabrones!