Sobre ruedas
El mundo, tal como está hecho no es
soportable, por eso necesito la luna,
la felicidad, algo descabellado quizá,
pero que no sea de este mundo.
Per Lagervist
1
Cada noche, cuando eres transformada en una piedra bajo el reflejo de la luna, salgo de casa y emprendo mi paseo, sólo en ese momento de placidez fugaz puedo desprenderme de los pensamientos que me enloquecen; cuando empresarios, políticos, hombres de papel, hacen creer que todo está bien en esta ciudad, en este mundo; que todo marcha sobre ruedas en este maravilloso país. Pero todo es mentira, y seguirá siendo mentira, en tanto reine el papel, la moneda, el metal hijo del sol.
Por la noche: putas, barrenderos, locos y algún perro callejero, recorren las calles en el único momento en el que disminuye el tráfico de pensamientos, en el que los propios pueden fluir, escapar de la tierra con la esperanza de ser escuchados por algún ser de otro mundo, de otra galaxia y venga para llevarme y no volver jamás. Entonces pienso en ti, y todo se revuelve, porque tú eres, precisamente, lo que me hace permanecer. Siempre trato de perderme entre calles que cada vez están más lejanas de ti. Cuando regreso, las mismas calles giran como siempre bajo las llantas de mi bicicleta, pero los caminos recorridos nunca son los mismos.
Hoy pedaleo de regreso como cada madrugada, pedaleo, las llantas giran, el mundo gira, mis pensamientos giran, todo gira, pareciera que todos los ejes dispersos del mundo en algún momento serán el mismo, tal vez entonces suceda por fin algo que cambie esta realidad, el mundo, el universo, el humano…
Pedaleo, pedaleo.
—Deténgase a su derecha, por favor— impera un altavoz, al tiempo que se enciende una luz roja y azul a tu lado. Te detienes.
—Le vamos a hacer una pequeña revisión de rutina.
—Pero ¿por qué? Si yo no estoy haciendo nada. Voy a mi casa, siempre salgo a pasear por las noches.
—Ya le dije, que es de rutina. Identifíquese por favor, ponga todas sus cosas sobre la patrulla y las manos en el cofre, le vamos a hacer una revisión de rutina.
—No traigo identificación, nunca la cargo cuando voy a pasear.
—¡Uy joven!, pus que mal, imagínese que le pasara algo, ¿cómo van a identificar su cuerpo? No le gustaría desaparecer así no más ¿verdad?
—Como todo ciudadano, tengo derecho de circular libremente por las calles, así que buenas noches oficial.
—A ver, a ver, a ver, espérate papá... ¿a dónde crees que vas?.
—¡Qué te pasa, suéltame!...
—¡Sabes qué, ya me cansaste hijo de la chingada! Hoy no tuve una muy buena noche, ¡sabes qué putito? ya que no quieres que te ayudemos...
—Ora resulta que me estás haciendo un favor ¿no? ¡Ayudarme a qué?
—A deshacerte de la droga, pendejo.
—¿Cuál droga?
—Ora sí, ya te cargó la chingada. Te voy a enseñar la coca que te encontramos... Je, je, ¡mira nada más!... ¿esto es cómo un kilito no? Ya valiste madres, ¿verdá? pareja. Con esto mínimo unos cinco añitos, pero ¡ah, sí! además te resististe ¿verdá? Así que...
Repentinamente le da un puñetazo a su pareja, sientes rabia, desesperación de ver cómo te arrebatan la libertad justo enfrente de tus narices, sientes unas inmensas ganas de golpearlos, de dejarlos allí tirados en el piso, y quitarles su droga, no los entregarías a las autoridades porque ellos son parte de la autoridad, porque sabes que saldrían libres dos o tres días después, sólo esperas a que te ataquen, ellos son los que van a atacar.
—Mira, hasta trataste de madrear a mi pareja, está sangrando cabrón, ¡ja!, le diste fuerte; pero qué te crees, que somos dos, y te sometimos. A ver ora sí nos acompañas al M.P. Aistá tu pinche derecho a circular, ¿cómo ves?, te lo metes por el culo, pendejo.
Te ataca el primero: se acerca a ti con la intención de aplicarte una llave al brazo, lo azotas contra el piso. Está sorprendido y adolorido. Ahora el segundo: misma suerte, pero contra la pared. El primero, ya se ha recuperado, viene a ti, ahora con tolete en mano, dispuesto a descargar su furia. Esquivas un golpe, otro golpe, lo tienes, ahora un movimiento y Ushiro, katate dori, kubi shime...
…y te meten a la patrulla todo ensangrentado.
3
Despiertas, estás en una celda, nunca habías estado en una, te habías imaginado cómo sería. En realidad no es tan diferente, pero ese hedor... ¡Ah! mucho dolor, la cabeza, aun sangras un poco, debilidad, cansancio, mucho cansancio, sueño...
4
Despiertas, estás en una celda, nunca habías estado en una, te habías imaginado cómo sería. ¿Qué pasó? Recuerdas: esos cerdos te atacaron, eran dos, desventaja numérica pero no de fuerza, 3 años de aikido comienzan a notarse en ti. Los tenías dominados, pero de pronto sentiste un golpe en la nuca. No eran dos, eran más, ¿pero cómo no lo viste? ¿De dónde salió?
—¿Y ahora qué? —Te preguntas sorprendentemente tranquilo — ¿qué hora será?
Poco después te llevan ante un escritorio puerco, con papeles amontonados. Una secretaria te informa que se te decomisó un kilo de cocaína, y tres goteros de LSD. En el reporte te atribuyen varios cargos más: asociación delictuosa, ataque a vías de comunicación.
—¿Qué tiene que decir al respecto?
—Quiero hacer una llamada —Dices seriamente.
No te han dejado hablar por teléfono, sólo piensas en ella. Pides un abogado. Te lo niegan. Te conducen a tu celda. De nuevo: dolor, cansancio, sueño.
5
Despiertas, estás en una... no sabes dónde estás, no hay luz, no puedes ver nada, absolutamente nada.
Esperas, esperas. Se oyen pasos, voces que se van acercando, esa voz. Es él…
—¡Despierta mi bien, despierta, mira que ya amaneció…![1]— canta socarrona y sarcásticamente, golpea la puerta de metal con su tolete.
—Estoy despierto, sácame de aquí; te vas a meter en problemas.
—Ja, ja, ja, ¡uy, qué miedo! Lo bueno es que ora si traigo sentido del humor. Escúchame, y escúchame bien don valiente. No fue muy inteligente de tu parte golpearnos ¿sabes? Nos hiciste quedar mal, papá; y mí no me gusta quedar mal con nadie. Pero gracias a eso vas a poder quedarte a disfrutar tus vacaciones un buen rato.
—Déjame hacer una llamada, eso es todo, no quiero más.
—Yo creo que nel, te portaste muy mal y ora te vas a joder, cabrón. Te vas a quedar aquí hasta que yo lo diga, porque adivina quién soy... tu papá, ja, ja, ja. ¡Ah!, y por cierto, mira traigo unos papelitos pa`que te limpies la cola cuando cagues, si encuentras la taza, ja, ja, ja.
—Esto no va nada bien —piensas mientras recoges el papel de lija que te acaba de pasar por debajo de la puerta.
—¡Ay, ay, ay!, parece que no sabes de qué se trata cabrón. Ya te chingaste hijo, tratamos de ayudarte y nos golpeaste… Además trataste de escapar con tu pinche droga, pero del largo brazo de la ley nadie escapa. No hay de otra, cabrón; no hay de otra, de nuevo gana el bien sobre el mal, vaya que sí.
Escuchas el sonido de los pasos que rebota en una, en otra pared. Pero sigues impertérrito, te sientas en el piso asqueroso, sientes cómo...
—¡Ah! Qué asco: cucarachas.
Despiertas, el lugar es húmedo y apesta. No sabes cuánto tiempo has estado aquí, pero parece que no saldrás pronto, será mejor que te acomodes. Lo único que te inquieta es ella. No sabe nada de ti, ¿qué habrá pasado? ¿Qué pensará ahora? ¿Que no la querías más? Un día despertó y tú no habías regresado, después de varios días, destrozada pensó que por fin te habías ido, después de tanto decir que te ibas, pero nunca pudiste decirle que no era de ella de quien querías irte. Ni una palabra, un mensaje, para ti que tanto valen las palabras. La palabra que es lo más importante para ti, tu palabra y ella.
No sabes cuánto tiempo ha pasado, semanas, ¿meses?. Tu mirada ya no mira, tu voz no se oye más, apenas se mueve tu cuerpo, sólo lo esencial, solo con tu respiración y tú. Te han dado la asquerosa comida suficiente para que no dejes la vida colgando del viento.
Alguien se acerca. Abren la puerta. Varios brazos te alzan, te detienen y te ayudan a caminar. No sabes muy bien qué pasa. La luz te enceguece, la confusión de sonidos te entorpece. Pasan varias horas, poco a poco te recuperas. Sigues sin entender.
—Llévenselo— Te suben a una camioneta, sin ventanas. Horas después se detiene. Abren la puerta.
—Bájate— Tú, débilmente, obedeces, estas en las afueras de la ciudad.
—Eres libre— dice la voz vete ya.
La camioneta se ha ido. Miras hacia arriba, vuelan parvadas de aves formando letras: una V, una A, una Y; palabras en el cielo, versos que se mueven con el batir de sus ligeras alas, es poesía aérea la de aquellos pájaros.
¿Qué habrá pasado en ese momento en el que dejaste de existir? Piensas en ella. Comienzas a caminar a casa y te dices que todo va a estar bien, que todo va a marchar sobre ruedas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario