Tercera caída
Subió a la tercera cuerda con gran agilidad, de un salto. Se aventó hacia delante dando dos vueltas horizontales en el aire, su estatura era una notoria ventaja para ese tipo de maniobras, cayó en los brazos y pecho del contrincante. Lo habían practicado muchas veces en el gimnasio, no podía fallar. A partir de allí debía terminar la segunda caída. Al levantarse metió a su contrincante en el cuadrilátero con dificultad. Lo rodó por debajo de las cuerdas y después entró él de la misma manera. Pero al levantarse sintió una patada en las costillas, su contrincante estaba listo para ejecutar su llave maestra, aquella con la que, hacía ya dos décadas, se había ganado al público y la que lo convertía en una leyenda.
Él no debía escapar a esa llave, pero lo hizo; eso no estaba en el guión… Pero ¿por qué no? «Después de todo… ¿por qué no improvisar un poco? Eso le gusta a la gente, ¿no? Sobre todo siendo yo quien soy. No es que sea presumido, pero ¿por qué negarlo?» Así que escapó de la llave y usó sus mejores movimientos para desequilibrar al oponente y rendirlo, en realidad no era tan difícil, era mucho más atlético, más joven y mejor preparado en todos los aspectos… bueno tal vez no en todos, pero por lo menos los físicos.
Ganó en dos caídas.
—Ese no era el plan. ¿Qué te estás creyendo? Te crees el muy chingón y aquí sólo eres un luchador más, no puedes hacer lo que te plazca, es una empresa y tienes un contrato, no eres imprescindible; si entiendes lo que eso quiere decir…
—Mira carnal, esta es mi casa, vienen a verme a mí y yo les doy lo mejor. Si quieres que pierda, los otros pinches luchadores deben esforzarse más, yo entreno 2 veces al día, me cuido, como bien, voy a correr, ando en bici y no me ando metiendo pedejadas en la sangre como los del gym del Oso.
—¡Qué pedo, cabrón? ¿Acaso no entiendes que hay reglas? Hay cosas que ya están, y sí, a lo mejor ahora eres la estrella, pero luego vendrá alguien mejor y vas a tener que perder aunque no quieras, no una caída, ni una lucha, sino la máscara. Así es esto y lo sabes, yo no sé porqué insistes en hacerte pendejo, y no te lo digo en mal pedo, para nada, si tú me caes bien, eres chido, luchas bien, pero no respetas a los demás, se te subió eso de la fama. Y sí, ya sé que andas con la actricita esa mediocre, hija del don poderoso ese y te crees intocable. Pero eres sólo un chavo al que están utilizando. ¿No te das cuenta de eso?
—No sabes lo que estás diciendo. Es muy claro, me tienes envidia.
—¡Ja! Pero ¿cómo te voy a tener envidia? Chavo, yo soy el que manda aquí… Mira, mejor vete a descansar, tómate dos semanas, tómate unas vacaciones, vamos a decir que estás lastimado. Piensa todo lo que te estoy diciendo, vete a la playa, no sé vete a un monasterio Zen o a un retiro espiritual de alguna secta, o no sé qué chingados haces, pero a ver si así te cae el veinte… ¡Ah! pero no dejes de entrenar que en una de esas te lastimas de verdad cuando regreses.
Tu orgullo había sido lastimado muy profundo y esa misma noche te fuiste de antro, tú sólo, no hacía falta más. Estabas buscando al primer pendejo para partirle su madre, el primero que se te pusiera enfrente e hiciera alguna pendejada, por mínima que fuera, pagaría las consecuencias. Allí estabas en la barra con una botella de tequila, esperando, viendo, vigilando cualquier provocación.
—Hola. —escuchaste una voz detrás de ti— ¿estás sólo? «vaya, vaya, y ¿quién eres tú, mami?»
—Hola… no, digo, sí testoy sólo. «Pero mira nada más que tenemos aquí; una morenaza despampanante».
—¿Y me invitas un trago de tu… tequila?
—Seguro.
—¿Y cómo te llamas? —no sabías qué decir, en realidad te había tomado por sorpresa. — «Justo ahora no te caería nada mal un polvito— pensante —una canita al aire, pero sin mayor compromiso posterior, porque ya estás comprometido con la hija de don poderoso y eso no hay que descuidarlo. Así que… mejor otro nombre que no sea el tuyo… otra personalidad. Bienvenido al juego de las invenciones»— La pusiste a prueba para ver si sabía cosas del deporte y dijiste al azar— Soy Alberto, Alberto Contador. —Su bella carcajada salió disparada por una bocaza enorme que te dejó más excitado que nada.
—¿Alberto Encantador? ¿Te llamas Alberto Encantador?
—No… Contador, dije Contador. Pero de encantador también tengo un poquito. Y a partir de allí olvidaste tu objetivo inicial y enfocaste las cosas de otra manera. Podrías decir que necesitabas tiempo para reflexionar y llevarte a aquella morenaza por allí algunos días, si ella quería, claro está.
—¿Y a qué te dedicas? Alberto.
—Soy ciclista —Al parecer ella no sospechaba absolutamente nada, podría decirse que todo estaba saliendo sobre ruedas.
—¿Ciclista? Nunca había conocido a un ciclista. ¿Pero eres profesional? O sea ¿Realmente te pagar por andar en bicicleta?
—Claro, me pagan muy bien. Voy en bici por muchos países, mi equipo compite en la vuelta a España y en el tour de Francia. Pero ahora estoy de vacaciones. —Así fue transcurriendo la noche, hasta que ella te invitó a salir de allí a fumar un cigarrillo.— No fumo pero te acompaño. Ya estando afuera le dijiste que podrían ir a un lugar más cómodo, más tranquilo y acogedor.
Ella estaba esperando a que lo propusieras. Sin embargo, en tu casa no había cosas de bicis, había más bien cosas de lucha libre. Así que decidiste ir a un hotel de lujo para darle más emoción al asunto. Ella te sugirió uno en Polanco, solo tenía que hacer una llamada y todo estaría preparado.
Antes fueron a cenar a un restaurante en la colonia Roma. La pasaron estupendo, la mujer era una carcajada constante, en su boca grande se abría hasta ver su campanilla. Sus ojos negros como su cabello y su delgadez te tenían atado. Lo sabías, ella era para ti. Todo había salido de lujo, al subir al elevador en ese majestuoso hotel te pensaste enamorado, enamorado de verdad, no por conveniencia sino por una verdadera llave al corazón. Sólo habría que esperar a conocerla mejor y tal vez revelarías tu verdadera identidad, esperando claro que eso no lo tomara mal. Todo podía pasar…
Llegaron a la habitación, ella se quitó el vestido que cubría su hermoso cuerpo, se dejó los tacones, era definitivamente hermosa, perfecta. Tú también te desvestiste, recordaste que no te habías cambiado la ropa interior, pero, de eso, ella no se daría cuenta. Fueron hacia el jacuzzy envueltos en música de la Sonora santanera y estando allí relajado en el agua caliente comenzaste e imaginar un futuro con ella, bebían champagne. Había sido un día tan extraño, tan contrastante, ya no sentías rabia, ahora estabas tranquilo, tenías sueño pero no podías dormir, tenías que hacer el amor como con nunca nadie lo habías hecho. Sólo cerraste un momento los ojos para descansar, Pensando en ti seguía sonando en la placidez de la noche.
La banda de las goteras delinquía en bares y Cantinas de la ciudad de México. Las mujeres ligaban con las víctimas escogidas minuciosamente, después los conducían a hoteles donde les daban de beber alcohol con benzodeacepinas o gotas oftálmicas con ciclopentolato, que actúa como depresor del sistema nervioso, en la mayoría de los casos las víctimas morían ahogados en su propio vómito.
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